Carmen Magallón Portolés, directora de la fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP), dictó la conferencia “Compartir el cuidado, compartir la autoridad: hacia una cultura del respeto entre hombres y mujeres”.
¿Por qué tantos hombres maltratan a sus esposas y novias? ¿Qué fuerza es la que impulsa a los jóvenes a matar o agredir a una mujer? La violencia contra las mujeres se ha convertido en una cotidianidad patológica, resultado de un sistema jerárquico socialmente aceptado que considera a lo masculino importante, en tanto que lo femenino queda devaluado.
Esto es parte de lo expuesto por Carmen Magallón Portolés, directora de la fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP), durante su conferencia “Compartir el cuidado, compartir la autoridad: hacia una cultura del respeto entre hombres y mujeres”, realizada el jueves 22 de noviembre en el Auditorio M3.
“Es importante reconocer la violencia (contra las mujeres) como un problema, para luego diagnosticar su alcance. Durante muchos años, ha estado totalmente naturalizada y oculta, es decir, no se hacía problema de ello”, mencionó, para luego añadir que “en los últimos tiempos, las mujeres estamos cambiando. Son muchas las mujeres que ahora saben que no tienen por qué soportar el desprecio, las amenazas, las prohibiciones y las palizas. Tal vez la violencia se ha incrementado precisamente por la afirmación de la libertad de las mujeres, porque si hombres y mujeres estamos en relación y una de las partes cambia y la otra no, pues aquello chirría”.
La también presidenta del Women’s International League for Peace and Freedom (WILPF) España, afirmó que es prioritario que los hombres sepan que no están obligados a seguir el arquetipo masculino que acepta la sociedad, el cual dicta que el varón debe ser dominante y violento. Parafraseando a Simone de Beauvoir, señaló que es posible “decir que el varón no nace, sino que se hace. Esta es una invitación a reflexionar sobre cómo se hace ese estereotipo de varón”.
Una de sus propuestas para transformar esta visión es corresponsabilizar a los hombres en la crianza de los niños, es decir, “compartir el trabajo y cuidados mutuos, para que podamos realizarnos como personas unos y otros”. Desde este y otros espacios, afirmó, “corresponde a los hombres deconstruir la masculinidad, así como las mujeres han desafiado la feminidad estereotipada”.
Magallón Portolés señaló que “no podemos meter en el mismo cajón a todos los hombres. Cuando se hacen estas críticas, parece que desde el feminismo odiamos a los hombres. Al revés, las mujeres amamos a los hombres — algunas aman a otras mujeres—, también por eso los empujamos para que se auto constituyan y traten de reflexionar acerca de esos componentes de la masculinidad que ligan al hombre con el ejercicio de la violencia”.
Quisiera creer que en este siglo, dejaríamos de citar las doctrinas profundamente dañinas y retrógradas de Simone de Beauvoir sobre cómo todo es una construcción social ignorando toda la evidencia científica y evolutiva. También podríamos dejar los oxímorones como «dominante y agresivo». La literatura es clara: más serotonina lleva a más dominancia y menos agresión (vean por ejemplo el ensayo y las fuentes de: http://thespiritscience.net/2016/06/07/14-powerful-ways-to-naturally-increase-your-serotonin-levels/). La agresión resulta de una intolerancia al estrés. Esto no sólo se ve en los humanos, sino que se ve desde las langostas, de las que nos separamos evolutivamente hace 300 millones de años y cuyos sistemas nerviosos también están diseñados a base de serotonina y dominación a tal grado que los antidepresivos humanos funcionan en ellos. Estos sistemas tienen un origen biológico tan viejo que esta teoría de Beauvoir se convierte en delirios completamente desconectados de la realidad.
La agresión está mal, muy mal y deberíamos tratar de erradicar el problema. Sin embargo, si no abordamos el tema de forma científica y seria, no llegaremos a ningún lado y estaremos perdiendo el tiempo de todos mientras más gente sufre.