Esta cápsula de la colección Identitas, nos explica la manera en la que el ITESO procura el buen desempeño educativo de sus profesores y promueve su desarrollo personal y profesional
Sabemos que, en última instancia y cualquiera que sea su objeto, el aprendizaje es el resultado de la actividad que realiza el estudiante y del esfuerzo que empeña en ello, y no de la pasividad de lo que otros hacen con él. Como dice el dicho “nadie aprende en cabeza ajena”. En este sentido decimos que el sujeto del aprendizaje es el propio estudiante. Pero también sabemos que esta actividad no se da en la soledad, sino en un entramado de relaciones en el que la asistencia de quienes tienen más camino andado y una mayor experiencia cobra una relevancia fundamental. Llamamos docencia (del latín docere, que significa enseñar) a esta labor de ayuda o acompañamiento. Llamamos “maestro” (del latín magister) a quien la realiza. Con algunas diferencias de matiz por su etimología, usamos también los términos “docente” o “profesor”, prácticamente como sinónimos; y nos referimos a las relaciones entre quienes aprenden y quienes les ayudan en esta tarea como relaciones de enseñanza-aprendizaje. En las instituciones educativas estas relaciones se encuentran estructuradas dentro de un marco de propósitos, mediaciones curriculares y procedimientos administrativos. Detrás de este marco podemos observar, a veces de manera explícita, otras no tanto, el modo como una institución educativa concibe al estudiante y su proceso, así como a la interacción con sus profesores y lo que de ellos se espera en esa interacción; en última instancia, su proyecto educativo y los valores en que se sustenta.
FOTO: Luis Ponciano