A casi 23 años de una masacre donde fueron asesinadas 45 personas tzotziles, dos estudiantes del ITESO, integrantes del voluntariado del CUI, aprendieron sobre la escucha y empatía, y descubrieron la vida en un lugar que es conocido por sus muertes.
Por Grecia Claret López Navarro y Marcela Romero Montiel, estudiantes del quinto semestre de las licenciaturas en Gestión Cultural y de Derecho, respectivamente.
“Yo no puedo callar,
no puedo pasar indiferente
ante el dolor de tanta gente,
yo no puedo callar.»[1]
Apesar de los años, no podemos pasar indiferentes ante los hechos del 22 de diciembre de 1997, cuando las vidas de cuarenta y cinco mujeres, niños, niñas, hombres y bebés por nacer fueron arrebatadas por un gobierno insensible.
Acteal, una comunidad en el municipio de Chenalhó, Chiapas, que servía como refugio para los indígenas desplazados como consecuencia de la “guerra de baja intensidad” operada a través de grupos paramilitares (Chinchulines, Máscara roja, Paz y justicia), generados por el gobierno estatal y federal con el pretexto de combatir el levantamiento zapatista que había iniciado en 1994. Este sería el escenario para lo que hoy conocemos como “la masacre de Acteal”, donde el 22 de diciembre de 1997 murieron 45 personas tzotziles, 21 mujeres –cuatro estaban embarazadas-,15 niñas y niños y 9 hombres. Estos hermanos nuestros, que pertenecían a una organización indígena pacifista llamada Sociedad Civil Las Abejas de Acteal, fueron masacrados mientras realizaban una jornada de ayuno y oración para pedir paz en el territorio de Chiapas. Los asesinos dispararon contra la ermita donde se encontraban. Hasta hoy, la justicia sigue ausente.
Fue hace un año, a casi 22 años después de la masacre, que la curiosidad, la solidaridad y una semilla de justicia sembrada desde la Espiritualidad Ignaciana, nos llevó a conocer en carne viva a Acteal, sus sobrevivientes y toda la vida que ha nacido y florecido a pesar de la tragedia. Hoy, un año después de esta experiencia, y en la víspera del aniversario número 23 de la masacre, Grecia y Marcela, estudiantes del ITESO y voluntarias en el CUI, tenemos la oportunidad de contar cómo descubrimos vida en un lugar que solo conocíamos por sus muertes.
Acteal desde mis ojos
Por Grecia Claret López Navarro
Una de las experiencias que vivimos a lo largo de nuestra colaboración en el voluntariado del CUI, en el escenario de Realidades Indígenas, es la inserción durante 15 días en las comunidades indígenas de Chiapas. Estando allí, al observar su realidad por ese breve tiempo, contemplé las distintas vivencias espirituales a las que nos acercaban a partir de ritos eucarísticos, de charlas con las familias mientras compartíamos una taza de café, o cuando nos mostraron la manera en la que trabajan la tierra y agradecen por los frutos que ésta les regala.
A lo largo de esos momentos pude vivenciar una pequeña parte de su espiritualidad, que es la que alimenta su resistencia, desde su relación con Dios y la tierra que les sustenta. El luchar conservando la memoria y el compartir sus historias, desde esa espiritualidad que les llena de esperanza y fuerza, es como las comunidades de las Abejas nos hacen saber la fuerza y misericordia con la que exigen justicia sin necesidad de emplear la violencia.
Al escuchar de viva voz las experiencias de las y los sobrevivientes a la masacre, de su propia boca y con lo vivido reflejado en sus rostros, conseguí sensibilizarme de manera profunda y acompañarles desde la empatía. Al ver los rostros de quienes atravesaron por una crueldad inhumana, para mí ya no eran sólo nombres en los periódicos o relatos y documentales, sino personas hablando de su dolorosa experiencia, así que me dispuse a escuchar.
Al contemplar en sus rostros y en su modo de vida que, en medio de la resistencia y la lucha no violenta, siguen teniendo esperanza de que se haga justicia, me di cuenta que la espiritualidad no se encuentra solamente en los espacios meramente religiosos, sino que toma cuerpo y rostro en las historias de las personas y de los pueblos que hasta la fecha luchan por la justicia, sin abandonar su esperanza. Me enseñaron que el resistir al olvido, es conectar con sus raíces como máxima expresión de humanidad, y me enseñaron que al escuchar podemos sentir, resistir y abrazar.
La espiritualidad no se encuentra solamente en los espacios meramente religiosos, sino que toma cuerpo y rostro en las historias de las personas y de los pueblos que hasta la fecha luchan por la justicia, sin abandonar su esperanza.
Solo a través de la solidaridad y el servicio podremos encontrar paz
Por Marcela Romero Montiel
Vivir sin entender cuál es nuestro Principio y Fundamento, aquello por lo que vivimos y damos sentido profundo a nuestra vida, puede hacer que la propia existencia se vuelva vacía y carente de sentido, pero Acteal y su gente tienen el suyo bien definido: Paz y Justicia. Es justo por esto que, como ave fénix, Acteal ha renacido de las cenizas una y otra vez, brindando sentido incluso a las vidas de personas que se consideraban ajenas a su lucha, como los voluntarios que tenemos el regalo de compartir su experiencia.
Acteal y las comunidades que lo rodean son ejemplo vivo de resiliencia por su capacidad para sobreponerse al dolor y la tragedia, para superar esa inhumana adversidad en el horizonte de un futuro esperanzador. Espacios y personas que han enfrentado la adversidad desde su nacimiento, pero que a través de la memoria colectiva y la lucha pacífica han mantenido la vida y la esperanza. Lemas como la “no violencia”, que nos llaman a no responder de manera agresiva pero tampoco a dejarnos re victimizar por los injustos y poderosos, como los victimarios de Acteal, son algunas de las lecciones que el caminar de Las Abejas nos regala y que hacen sentido en todas las vidas y todas las luchas.
Aprender, compartir y acompañar con Acteal me permitió entender el mundo desde otra visión y conocer a Dios en una nueva lengua. La oportunidad de escuchar de voz propia su lucha, hizo que se volviera imposible mostrarme indiferente a las distintas realidades que mis acciones pueden tocar.
Tener presente a Acteal en mi vivir me hizo consciente de que todos tenemos, de alguna forma, un poco de Paz y Justicia en nuestro Principio y Fundamento y que los debemos buscar en cualquier cosa que hagamos y en cualquier lugar que estemos. Desde nuestras profesiones, trabajar por un mundo donde quepa Acteal y quepamos todos y todas.
Hoy la frase «Hombres y mujeres con y para los demás«, para mí, tiene más valor que nunca y nos recuerda que solo a través de la solidaridad y el servicio podremos encontrar la paz.
[1] Canción con la que el coro de Acteal suele iniciar sus presentaciones. Letra de Carlos Mejía Godoy, músico, compositor y cantautor nicaragüense.