Dos integrantes de la comunidad universitaria cuentan su experiencia en la Ruta Ignaciana para Colaboradores y cómo esta les ha ayudado a sortear situaciones personales difíciles
POR HÉCTOR HUGO GARCÍA SAHAGÚN Y LORENA HERRERO SERMENT
La permanencia de la contingencia es y deriva en paradoja, pues en nuestra lógica del tiempo supone un momento y ese momento no termina. Parece que ha transcurrido una infinidad y paralelamente sentimos un semestre extremadamente breve. De esta paradoja, en la que se recrudecen las malas noticias, surgen sucesos inesperados que dan cuenta de la riqueza de la interiorización personal y del desarrollo espiritual en la Ruta Ignaciana del ITESO.
Otra de estas paradojas es el hecho de que en este periodo en que no hemos escuchado muchas noticias amables, surgen relatos inesperados en las pantallas, videollamadas, eventos domésticos no planeados y encuentros entre quienes que han participado en los diversos espacios de formación espiritual del CUI, narrativas que dan cuenta de lo que este proceso ha permitido se cristalice en su interior.
Dos integrantes de la comunidad universitaria cuentan su experiencia en la Ruta Ignaciana para Colaboradores, un espacio de formación interior, que busca sembrar y reforzar el conocimiento y ejercicio de la praxis Ignaciana en el trabajo institucional y en la vida personal. El distanciamiento social provocado por la pandemia, lejos de desalentar el trabajo espiritual de quienes integran la Ruta, permitió un trabajo de interiorización más profundo y más vital.
Crecimiento interior para el encuentro
Por Héctor Hugo García Sahagún, profesor del Departamento del Hábitat y Desarrollo Urbano
La Ruta Ignaciana había sido para mí una actividad más dentro del campus en la que participaba de manera limitada, pero eso cambió cuando recibí la invitación por parte de una amiga a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, a los Talleres de discernimiento y a los Módulos de Espiritualidad Ignaciana.
Participar en los Ejercicios Espirituales, con duración de una semana completa, guardando un total silencio no parecía algo sencillo, pero sí un reto interesante, por lo que acepté. Fue en ese espacio donde empecé a darme cuenta de que tenía una misión en este mundo, además de la profesión, la familia y las actividades personales que venía realizando. Había algo que no conocía, y que además estaba dentro de mí, esperando salir. Era esa experiencia espiritual que San Ignacio propone como la meditación del Principio y Fundamento en sus Ejercicios Espirituales: la base o cimiento de mi vida, el por qué y el para qué de mi vida, el proyecto de Dios para mí.
Tras vivir la experiencia de los Ejercicios y seguir tomando otros talleres de discernimiento, inició una lucha interna en la que me confrontaba conmigo mismo respecto a la desconexión que existía entre mis creencias religiosas, mis actividades profesionales y mis conductas personales; como si estas estuvieran almacenadas en tres espacios distintos y separados, sin encontrar una manera de hacerlas coincidir. Sin embargo, siempre fui consciente de que esas luchas eran necesarias para develar esa parte de mí que tanto me invitaba a conocer.
Mi modo de ver el exterior estaba influenciado por ese proceso interior de confrontación, debía decidir entre complacer a los demás o responder a mis valores y deseos. Al hacer lo correcto, desde mi sentir, apegado a la voluntad de Dios, entendí que “seguir la voluntad de Dios” no necesariamente es la prioridad de todos.
Poco después se me presentó una situación extremadamente difícil en la que estaba de por medio la vida de un ser querido que se encontraba desaparecido y yo tenía que tomar una decisión: denunciar una llamada de supuesto secuestro o guardar silencio. Ante esa situación recordé la importancia del discernimiento, en donde las sensaciones como el miedo, la angustia, la impotencia y la desolación fueron señales que me ayudaron a entender en la posición que estaba, y eso me llevó a seguir las mociones del buen Espíritu, a no dejar que el impulso que esos sentimientos provocaban me hiciera tomar una mala decisión.
Ante la reacción en cadena que se dio en las redes sociales por mi mensaje de ayuda, me di cuenta de que tenía el apoyo de muchas personas. Elegí escucharme, sentirme y entender que lo que tocaba hacer era lo que debía hacer. Además, aparecieron señales, mensajes intencionados o no por parte de personas cercanas, que sin darse cuenta me inducían a discernir; a escucharme a mí mismo, en lo cercano, a mi cuerpo y mis emociones, que me dieron la capacidad para escuchar con más claridad a los demás. Gracias a esa actitud de discernimiento pudimos salvar la vida de ese ser querido.
Así inició el camino de encuentro conmigo, en el que siguen apareciendo más experiencias vividas y compartidas que siguen acercándome a la comprensión del para qué estoy aquí, para seguir la voluntad de Dios y ser feliz.
La ruta es un camino de esperanza en lo cotidiano que me llama al compromiso […] y me convoca a explorar espiritualmente mi quehacer, el encuentro con mis hijas y mi familia, con mis amigos y compañeros de trabajo.
- Lorena Herrero
La experiencia espiritual como experiencia vital
Por Lorena Herrero Serment, profesora del Departamento del Hábitat y Desarrollo Urbano
Transitar por la Ruta Ignaciana ha sido una experiencia vital que me ha permitido repensar, resignificar y reconectarme conmigo misma, con los otros, lo otro y con Dios. En este tiempo de formación me he visto invitada a afrontar limitaciones y heridas, pero sobre todo a conquistar la libertad que me permite trabajar en torno a ser la persona que estoy llamada a ser.
Compartir este viaje ha sido una experiencia reveladora que ni el distanciamiento físico provocado por la Covid-19 detuvo, más bien se intensificó. A pocas semanas de haber interrumpido la vida que conocíamos, extrañaba el espacio común de la conciencia corporal, la meditación inicial para disponerme al encuentro, el reconocimiento de mi historia y mi presente en contexto ignaciano, la revisión de mis afectos y mis afectaciones… así como el provocador trabajo personal entre sesiones, que en ocasiones realizaba un poco apresurada, pero que semana a semana me había movido a comprensiones más profundas.
En este nuevo escenario, la voz de un compañero rompió el silencio y puso al descubierto cómo en el grupo nos experimentábamos con la necesidad de seguir explorando y trabajando en nuestra vida interior. Descubrir que comparto interrogantes en torno a cómo saber lo que debo ser, cómo discernir y tomar buenas decisiones, cómo encontrar a Dios, cómo afrontar el sufrimiento o cómo amar, ha resultado en un proceso que me afilia con otros, me mueve interiormente y me identifica aún más con quién y qué soy como colaboradora del ITESO, con los amigos y con mi familia.
La ruta ha representado un recorrido que va más allá del encuentro semanal. Ha sido – y es – un camino de esperanza en lo cotidiano que me llama al compromiso; me sitúa, a veces de forma dolorosa, adentro y afuera; y me convoca a explorar espiritualmente mí quehacer, el encuentro con mis hijas y mi familia, con mis amigos y mis compañeros de trabajo.
Paradójicamente esta etapa de confinamiento, compleja y de poca luz en más de un sentido, ha permitido inesperadamente que profesores y profesoras que acompañamos a otros en su proceso educativo, hagamos nuestra propia ruta de encuentro inspirada en la experiencia espiritual de San Ignacio, y así continuemos compartiendo experiencias con sentido profundo, las cuales siguen haciendo posible la vida.