Estudiantes de Psicología del ITESO trabajan con menores de la colonia Miravalle, en Guadalajara, que han sufrido maltrato y abandono, a fin de ayudarlos a reconocer sus propias emociones y las de los demás
La alfabetización emocional es muy importante en la formación de niñas, niños y adolescentes, pero en contextos en los que han sufrido violencia, abuso o abandono, se vuelve una necesidad imperativa.
El reto está en encontrar la forma de compartir orgánicamente con ellos esa alfabetización, llevándola a su terreno, a sus casas y a su día a día. Es lo que el proyecto Intervención Psicológica de Violencia en Niñas, Niños y Adolescentes en Miravalle quiere lograr.
Organizado por el Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO (DPES) junto con estudiantes de la carrera de Psicología, el proyecto tiene seis años de haberse instrumentado, y originalmente se ofertaba en el Hogar Cabañas. “El proyecto tenía actividades como la convivencia entre hermanos, estimulación temprana para bebés, talleres y terapia con juego para niños”, explica la profesora Leticia Robles Toledo. “Esta es la primera vez que hemos estado en la colonia Miravalle”. Leticia es académica del DPES, y una de las encargadas del proyecto, junto con las académicas Claudia Verónica Aguirre Medina y Gabriela del Carmen Parra Sánchez
Ahora, el escenario de intervención es el Hogar de Transición para la Niñez Villas Miravalle, casa-hogar temporal de niños, niñas y adolescentes que, por haber sufrido maltrato, han sido resguardados por la autoridad, para recibir ahí los servicios básicos de sustento, y ser además atendidos de manera integral por un equipo técnico interdisciplinario, conformado por trabajadores sociales, médicos, psicólogos y educadores. También se da un seguimiento jurídico a sus casos por parte de las procuradurías de custodia, tutela y adopciones del Municipio correspondiente.
Este proyecto forma parte de la currícula obligatoria para estudiantes de Psicología, y se complementa con el Proyecto de Aplicación Profesional; su objetivo es insertar a las alumnas y alumnos en escenarios reales y necesitados de distinto apoyo psicológico, sea de salud, o de corte social.
“Cuando abres escenario, lo primero es conocer. Entrar en contacto empático con el entorno y con el contexto, y crear una relación profesional: conocer a los niños, a la administración, qué sí y que no sirve en cuanto a canales de comunicación”, explica Robles Toledo. “Ahí nos dimos cuenta de que lo primordial eran los roces de contacto, al estar constantemente en comunidad, sin mucho espacio para la privacidad entre los niños. Además, la llegada de nuevos niños también era un aspecto particular por trabajar: trabajar con sus emociones, con la historia de vida que han pasado, así como con su día a día en un entorno distinto, lejos de su entorno familiar, y con algunas tensiones entre compañeros”.
La forma en la que se encontraron con estas problemáticas fue a partir de una convivencia constante con los jóvenes, por medio de talleres diseñados para fomentar el manejo de las emociones desde una educación psicoafectiva, a través de actividades artísticas y deportivas.
“A esto le llamamos alfabetización emocional”, dice Leticia. “Se trabajó con los niños, pero también con los cuidadores; realizamos con ellos trabajo de intervención en crisis, manejo de estrés y burnout”.
Las académicas encargadas del proyecto tienen un enfoque sistémico en su profesión, que, de acuerdo con Leticia, consiste “sobre todo en ver cómo existen estas redes de colaboración externa e interna que hacen que quizás alguna situación se mantenga como problema”.
En estos talleres pudieron identificar quiénes eran líderes positivos o negativos, quiénes eran más participativos, quiénes tenían más afinidad con los facilitadores de los alumnos… Fue a partir de las actividades que pudieron ver desdobladas las personalidades de todos los integrantes de la casa-hogar.
Los talleres se dividieron por edades: de 9 a 11, 12 a 14 y 15 a 17 años. Con los más pequeños se trabajó a través de proyectos artísticos y juegos como tarjetas, dibujos o cartas, mediante los que animaron a los niños a conocer y expresar sus propios estados mentales. Con el grupo de niñas y niños de 12 a 14 años el trabajo fue más a través de contacto físico deportivo que de proyectos artísticos, y con los de 15 a 17 fue una combinación de deporte y sesiones de reflexión.
“Todo esto fue pretexto para poder abrirnos un canal con los chicos, y hablar de emociones: cómo son, cómo se nombran, por qué suceden, cómo contenerlas o expresarlas. Había proyectos como un termómetro de emociones, o meditaciones sensoriales de cómo las emociones se viven en el cuerpo”.
Fue también muy edificante para los alumnos, opina la académica, debido a que tuvieron que insertarse desde el día uno con los jóvenes y niños de la casa-hogar, para trabajar en la investigación a lo largo de su convivencia.
Luis Roberto Córdoba García, estudiante de sexto semestre, fue uno de los estudiantes de Psicología que se inscribieron en este proyecto, y encontró muchas áreas de aprendizaje. “Los niños te exigen mucha atención y creatividad para trabajar con ellos, así que me interesó poder desarrollar esta habilidad”.
Él trabajó con los grupos de 9 a 11 años, y junto con dos compañeros desarrolló un lineamiento de objetivos de trabajo, con dos sesiones semanales durante todo el semestre, para poder recabar la información suficiente para intervención del siguiente semestre.
“Aunque, ciertamente, las primeras semanas fueron difíciles con el orden y las reglas, al final del día era muy satisfactorio cuando lograbas establecer esta confianza con los niños, y cambiaban el chip entre sus actividades diarias y éstas, que eran especialmente pensadas para su bienestar psicológico”.
Por ejemplo, Luis recuerda una actividad entre dos círculos —uno grande y uno interno—, en la que tenían que girar y, al coincidir con alguien frente a ellos, expresar la característica que más les gustaba del otro.
“Estos niños no estaban acostumbrados a escuchar o recibir estos comentarios, ni tampoco a darlos; algunos terminaban llorando de gusto. Fue gratificante ver cómo estos talleres fueron importantes para los niños, y les brindaron un espacio seguro para expresar emociones que no sentían la confianza de expresar en otros contextos”.
Contextualizaron en su investigación la repetición de ciertos patrones violentos que llevaron de su casa a la casa-hogar, y cómo y cuándo solían manifestarse en agresión física y verbal. También encontraron qué tipo de actividades podrán implementar mejor durante el siguiente semestre, gracias al proceso de prueba y error que forma parte del proyecto.
“Los alumnos tuvieron que aprender y practicar ahí mismo la contención, establecer límites amorosos, cómo exponerse ante un grupo efectivamente y dependiendo de la edad, el mindfulness”, comenta Leticia. “Fue adaptarse, ser flexibles ante las necesidades del escenario, y no perder de vista los objetivos”.
Una vez que concluyó esta primera etapa, el siguiente semestre se podrá realizar una intervención más estructurada, de acuerdo con las problemáticas y oportunidades que encontraron en esta fase de investigación, y completamente diseñada para las necesidades que se observaron.
“Le llamamos la Fábrica del Optimismo. En ella se trabaja en la alfabetización emocional con un protocolo establecido que genera —a partir de ciertas dinámicas desde el enfoque sistémico en torno a soluciones— propuestas de cambio de perspectiva y conocimiento de sí mismo, pero ya desde una perspectiva completamente personalizada para estos niños y en este contexto”.
FOTO: Envato