Sin saber aún los años que falten, un verdadero cierre solo puede llegar de la mano de la justicia, entendida no como un acto de confrontación, sino en el trato a los demás con respeto y dignidad como un acto natural y no como algo por lo que haya que luchar 

Antes de comenzaresta nota, estuve pensando en qué podría decir o reflexionar acerca de las explosiones del 22 de abril de 1992 que hiciera justicia al dolor y a las pérdidas que experimentaron, y experimentan, tantas personas desde hace ya 30 años. Llegué a la irremediable conclusión de que las palabras no pueden alcanzar para lograr semejante meta, y menos cuando yo en carne propia no experimenté aquel desastre. No obstante, mi trabajo directo con la Asociación 22 de abril en Guadalajara A. C. desde hace casi seis años, sí me permite pensar y resignificar desde mi propia experiencia el sentido que este grupo de personas lesionadas de aquel trágico suceso le da a su principal consigna, a su himno de batalla de casi tres décadas: “dignidad y vida se recobran con justicia”. Creo que esto es lo que puedo hacer, con palabras, para rendirle un merecido tributo a estas personas y lo que han pasado, así como a todas aquellas que se vieron afectadas aquel aciago día y que, sin estar en la asociación, también lo vivieron y/o lo viven. Por supuesto que, al principio de mi trabajo con la asociación, varias veces pregunté, entre quienes la integran, acerca del origen de tales palabras y qué deseaban representar con ellas. A partir de lo que me dijeron pude darme una idea. Sin embargo, considero que no lo empecé a comprender hasta que me involucré de lleno en sus actividades colectivas. 

Gracias a ello, considero que puedo realizar una reflexión acerca de tres interrogantes.

¿Por qué después de las explosiones se puede hablar de un trato indigno hacia las personas lesionadas?

Por principio, porque los gobiernos de aquellos años (1992), a partir de un patronato, le pusieron precio a las partes del cuerpo que perdieron o que sufrieron daño irreversible a causa de la tragedia.  Decidieron, a partir de un tabulador, el costo de una pierna o un brazo sin reflexionar, siquiera por un momento, lo que esa pérdida significaría para las vidas de estas personas (y las de sus familias) no sólo a corto plazo, sino también al mediano y largo. Indigno porque a este proceso lo llamaron “finiquito”, pues se les pedía que firmaran un formato en el cual se desistían, para poder acceder a los recursos económicos, de cualquier reclamo futuro hacia el Estado mexicano. Indigno porque, a pesar de los años que han pasado, y de la lucha que las y los lesionados han perpetrado ante el abandono, no se ha logrado que los gobiernos acepten su responsabilidad política y, al respecto, su obligación de reparar, en la medida de lo posible, integralmente el daño, y más cuando su principal paraestatal (PEMEX), y otras instancias gubernamentales, estuvieron claramente envueltas en los hechos. Así, el acto de restitución de la dignidad refiere a su resistencia frente a una forma de menosprecio recibido y que, al día de hoy, desde mi óptica, envuelve tres condiciones que tienden, en distintas magnitudes, a la invisibilización social: ser personas discapacitadas, de la tercera edad y, en su mayoría, mujeres.  

¿En qué momento se perdió la vida?

Entendido esto no como la culminación física y/o biológica de la existencia, sino como el término de una forma de vida, con sus flujos y hábitos, que no podrá ser recuperada de entre los escombros. En efecto, el día de las explosiones las personas lesionadas perdieron las certidumbres que les brindaba su cotidianidad, es decir, esas rutinas y prácticas naturalizadas que eran parte elemental de su desempeño en el mundo. Esto se tradujo en que las afectaciones físicas, les demandaron todo un reaprendizaje, así como un proceso de aceptación de su cuerpo y de las limitaciones que, hasta antes de aquel miércoles de Pascua, no conocían. Por supuesto que para ellos la vida ha continuado, han logrado adaptarse a sus condiciones y ganado batallas ante el gobierno; han podido seguir adelante aun cuando el envejecimiento representa, en muchos de los casos, un recrudecimiento de sus condiciones. Sin embargo, en estas personas emerge, de vez en vez, la pregunta ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera estado ahí? y, una segunda que se desprende de esta ¿Pudo haberse evitado? Esta última remite, obviamente, a la idea de responsabilidad: la pérdida de esa vida se dio a consecuencia de una cadena de negligencias; esos actores e instancias causantes están obligadas a responder por lo ocurrido, pero particularmente por las secuelas profundas dejadas en las personas. Querrán olvidar esa responsabilidad, taparla o negarla, pero es irrenunciable.    

¿Qué significado cobra la justicia?

No es sólo que los gobiernos en turno les aseguren, por fin y en su compleción, servicios de salud integrales y una pensión vitalicia a todas y todos (por mencionar sus dos principales demandas hasta el día de hoy), sino que lo hagan con un verdadero sentido de responsabilidad política y de obligación ineludible a resarcir. Hace tres años fui testigo de como el actual gobernador del estado hizo un compromiso con ellos desde ese ángulo; prometió resolver todos los temas pendientes en un año. Justo lo que parecía un acto de justicia, en el sentido anterior, que arrancó las lágrimas de varias de las personas lesionadas: la vida no regresaría a como era antes de las explosiones, pero parecía el inicio de otra en donde las luchas colectivas podrían quedar atrás, tendrían la oportunidad de concentrarse en otras vicisitudes e, incluso, de forjar una visión diferente acerca del acto de gobernar. Desafortunadamente, esto no ha podido ocurrir hasta el día de hoy, ya que los compromisos no se han cumplido. Más injusticia surgida no precisamente en el no dar (como si fuera una concesión y no una responsabilidad), sino en el mentir. Ante esto, hoy dicen las personas lesionadas, “nos mataron la confianza”. 

Como corolario, y pensando en la pregunta que titula este texto, debo decir que no me es posible establecer en qué momento la herida cerrará y menos cuando los hechos y los dichos profundizan las lesiones morales. Pero sí pienso, al igual que las personas lesionadas, que un verdadero cierre sólo puede llegar de la mano de la justicia. Lilia Ruiz (la presidenta de la asociación) me dijo una vez, y me dejó pensando sobre ello, que la verdadera justicia no se logra en el acto de lucha en sí, sino cuando las partes involucradas aceptan que la verdadera justicia no se logrará en la confrontación o la coerción, sino cuando tratar a los demás con respeto y dignidad se vuelve un acto natural y no algo por lo que haya que luchar.   

FOTO: Claudia Hernández