“Sí, ese año me privaron de la primavera y muchas otras cosas, pero aún así florecí, llevé la primavera dentro de mí y nadie me la puede quitar”. Gabriel García Márquez, El Amor en los Tiempos del Cólera.

 

Estamos en tiempo de primavera, un tiempo esperado para quienes estudiamos o trabajamos en ITESO. Digo esto, porque la explosión de color del bosque que abraza los edificios de nuestra universidad es una fiesta multicolor: de los colorines mexicanos en febrero, de las jacarandas en marzo, de la lluvia de oro en mayo. Ese recuerdo colorido nos confronta en pleno confinamiento y nos hace experimentar la privación del goce y con esa sensación encontrada, llegó a mi memoria una historia conocida que refiero brevemente.

Dicen que había un ciego sentado en la banqueta, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera en la cual se leía: “POR FAVOR, AYÚDENME, SOY CIEGO”. Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y vio unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio la vuelta, borró el mensaje, tomó un gis y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies de la persona ciega y se fue. Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó qué había puesto en el cartel. El publicista le contestó: – “Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras”, sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía: “HOY ES PRIMAVERA,Y NO PUEDO VERLA”.

Por eso ¡esta es nuestra hora de cambiar de estrategia! Necesitamos tomar conciencia de nuestra realidad si queremos crecer interiormente. Una de las primeras consideraciones para quien desea conocer más su interior y movimientos espirituales es saber en qué estado se encuentra. Ignacio de Loyola, con su agudeza para conocer la condición humana, habla en los Ejercicios Espirituales de la desolación y la consolación, dos estados del alma, dos fuerzas que nos habitan y a veces prima una sobre la otra. ¿Te has dado cuenta de eso? La consolación es cuando experimentas una alegría interna y un aumento de fe en la persona de Jesucristo, de esperanza en la realidad y de amor por el mundo. Lejos de la tranquilidad comprada (y bien cara) de un spa, la consolación se trata de una paz honda y un equilibrio difíciles de conseguir por nuestros medios porque son don de Dios. La consolación es el momento en el que podemos percibir de cerca el vínculo que nos une a todo y a todas y a todos.

La desolación, por el contrario, es el tiempo cuando nos sentimos permanentemente acosados por la tentación de claudicar y abandonar todo porque estamos como agobiados, abatidos y rotos. La confusión sobre lo que nos está pasando nos mantiene inquietos y no podemos detener la marea de pensamientos que nos inunda y que se mezclan con las emociones más feas. Esa combinación resulta un combo deprimente. En palabras más coloquiales, podemos decir que la consolación es “con – sol”, es decir con luz; y la desolación es “sin – sol”, es decir, habitar en lo obscuro y lo confuso.

La consolación nos hace ver a las personas, a las cosas y las situaciones con tonalidades que tienen luz; la desolación nos priva de ver posibilidades, porque el color sólo se puede ver con la refracción de la luz. Está en nuestras manos y en la ayuda que nos viene de Dios, hacer que desde adentro nuestra luz brille y, como en la historia del ciego y el creativo, podamos darle un nuevo sentido a este tiempo. La clave está en tres cosas: darnos cuenta de cómo nos encontramos (si en consolación o desolación); luego, de distinguir que la luz nos viene de Él (Dios) y que la sombra (desolación) es todo lo que no nos permitimos ver, hacer o sentir. Finalmente, hay que tomar acciones concretas para, en primer lugar, aceptar dichos beneficios que Dios nos entrega en esta nueva cotidianidad y, en segundo lugar, rechazar todo lo que apague esa luz. Seguramente cuando acabe la cuarentena y el confinamiento, extrañaremos estos días que parecían ser grises, cuando en realidad han estado llenos del color de nuestra primavera interior.