Clementina Gutiérrez Zúñiga, José Antonio Ray Bazán (Toño) y Juan Antonio Ortiz, fundadores del Centro Polanco, rememoran el inicio de esta travesía que lleva ya cincuenta años de existencia
El primer día que estuvieron en el Centro Polanco, el 1 de octubre de 1974, sus fundadores, los entonces estudiantes Clementina Gutiérrez Zúñiga, José Antonio Ray Bazán (Toño) y Juan Antonio Ortiz, apenas unos veinteañeros, estaban sentados alrededor de una mesa platicando y pensando en cómo arrancar el proyecto, cuando de pronto tres golpes secos y sonoros en la puerta los sacaron de sus meditaciones.
Afuera, un chico de la colonia Lomas de Polanco les demandaba:
“Yo vengo aquí porque vi este flyer que dice: ‘¿Tiene usted problemas?’. Entonces vengo a platicar con los psicólogos”, les dijo.
Los estudiantes se quedaron mirando uno a otro, hasta que uno de ellos dijo: ‘Yo lo atiendo’.
“Todos vimos que ése era un buen augurio, porque el primer día que estábamos allí, ya teníamos un ‘cliente’”, recuerda Ray Bazán. “Fue empezar una aventura, una manera de hacer una psicología diferente a la que habíamos recibido en las aulas, tratar de innovar, buscar la atención de poblaciones marginadas, ser un equipo compenetrado y unido: es algo que uno atesora a lo largo del tiempo”.
El Centro Polanco, que este 2024 cumple 50 años de fundación, se gestó en un ambiente de definiciones y forja de identidades. Eran principios de los 70, el Rector era Xavier Scheifler Amézaga, SJ, y entonces se publicaban las Orientaciones Fundamentales del ITESO. Se buscaba entonces cómo llevar a la práctica esos ideales.
“La idea era que los alumnos hicieran servicio social con la gente necesitada y más vulnerable, en colonias populares. Que la Universidad verdaderamente llegara a quienes lo necesitaban. Uno de esos proyectos era hacer un centro de orientación psicológica para gente de escasos recursos económicos”, dice Gutiérrez Zúñiga, quien entonces tenía 23 años.
Había un antecedente en la Universidad Iberoamericana, el Centro Ajusco, que justamente surgió con esa vocación, la de atender a la colonia Ajusco, una zona muy pobre y conflictiva en la Ciudad de México. Sin embargo, el primer paso se dio cuando la escuela de Psicología, dirigida por Marcelino Llanos, decidió enviar a algunos estudiantes – entre los que se encontraban Clementina, Toño y Juan – a aprender una metodología de trabajo implementada por un centro de intervención de crisis en Tucson, Arizona, que atendía principalmente a chicanos con temas psicológicos de tipo social.
Había varias opciones para lanzar el proyecto, desde la colonia del Fresno hasta el barrio de San Juan de Dios, que en esa época era la Zona Roja de Guadalajara. Sin embargo, al final ayudó el hecho de que en Lomas de Planco ya estaban presentes los jesuitas, con el noviciado y las comunidades eclesiales de base, para inclinarse por llevar el Centro a ese lugar.
En esa época, Lomas de Polanco era una colonia fundamentalmente de “paracaidistas” o gente que había comprado terrenos que todavía no estaban legalizados. Previo a la llegada, el grupo del ITESO hizo un estudio previo, recorrieron las calles, entrevistaron habitantes e hicieron un pequeño censo de las condiciones y necesidades de la gente.

“Era la colonia que tenía la mayor incidencia de asesinatos y de criminalidad en Guadalajara. El promedio era un muerto por semana a consecuencia de los choques entre las bandas de los chamacos de la de la colonia”, añade Clementina.
Una vez instalados, descubrieron que la capacitación obtenida en Tucson no les serviría de mucho ante una realidad muy distinta, con personas que no sabían qué era la atención psicológica ni lo que era una crisis, y con problemáticas sociales por resolver como conseguir dinero para comer, para construir su casa o para salir adelante día a día.
“Aprendimos el modelo de intervención de crisis y creímos que era conveniente y útil para la colonia. Entonces empezamos con esa idea de hacer un centro de intervención, pero no funcionó, las crisis que ellos tienen nosotros no las podíamos resolver psicológicamente”, explica Ortiz.
Ante esto, hicieron un sondeo mucho más profundo y tomaron contacto con gente significativa en la colonia, se acercaron a las escuelas y a los maestros, y se dieron cuenta de un problema: había un altísimo índice de reprobación, incluso desde primero de primaria, pues los niños entraban a la escuela y al menos el 30 por ciento reprobaban.
“Entonces dijo Toño (Ray Bazán): ‘Pues allí, vamos viendo qué hacemos’. Así fue como empezó el programa de niños, y empezamos a ver que era importante no solamente trabajar con ellos, sino también con las maestras y con las mamás”, agrega Gutiérrez.
La labor implicó enfrentamientos con nuevas realidades, una de ellas la de ser estudiantes y enfrentarse a la práctica profesional —algo que sigue ocurriendo en el Centro Polanco, que recibe a alumnos de distintas licenciaturas, aunque la mayoría son de Educación y Psicología—. Otra parte tenía que ver con luchar con la sensación de pesadumbre e impotencia, de darse cuenta de que no sabían cómo enfrentar un mundo para ellos desconocido en todas sus dimensiones.
“Con Toño y Juan yo siempre sentí una relación muy fácil, que podíamos platicar mucho y analizar lo que estaba sucediendo y empezar a buscar soluciones entre los tres, había mucha confianza”, añade. “Era ir a una zona donde se reunían mucho las pandillas, estar encontrándonos con ellos, pero nunca encontramos resistencia, nunca nos agredieron. Yo me iba en camión primero y luego me fui a vivir a Lomas de Polanco, estuve ahí como dos años. Nunca me molestaron, y hasta nos saludaban, teníamos cierto grado de confianza. A mí me llegó a pasar que llegaban los chavos con sus bolsas de cemento y se las quitaba y les decía: ‘Te vas a hacer tonto con eso, te vas a hacer daño’, y me la daban”.
Gutiérrez Zúñiga salió del Centro en 1980; más adelante trabajó en el Centro Ajusco de la Ibero; poco antes, en 1979, lo hizo Ortiz, quien primero se fue a estudiar inglés y una maestría, y después, en el 81, a estudiar un doctorado en Estados Unidos. Al regresar se reintegró como maestro al ITESO, pero ya no directamente con el Centro Polanco; aun así, lo siente como parte importante de su vida.
“Tengo 10 años de jubilado, y prácticamente desde que salí hasta el presente, mi contacto con el Centro Polanco fue nada más de lejos: además en el 96 me cambié de departamento, me fui a Economía, Administración y Mercadotecnia. Pero me siento orgulloso de que haya cumplido 50 años, es parte de mi experiencia de vida en el ITESO, y espero que cumpla otros 100 años”, menciona.
Quien sí se mantuvo ahí fue Ray Bazán, durante 26 años, hasta el año 2000, con una línea de trabajo que prevaleció definitivamente: la de la atención a los niños con problemas de aprendizaje y con énfasis en la psicología comunitaria y la escuela de Carl Rogers apoyada inicialmente por José Gómez del Campo, quien dirigía la Escuela de Psicología del ITESO. Con el tiempo, lo que hacían comenzó a sistematizarse y surgió una veta de investigación.

“Se diseñaron proyectos de intervención en el área educativa, hicimos programas de verano de ocho semanas, donde recibíamos a los niños que habían salido de la escuela con muchos problemas en la lectura. Esta idea de la psicología comunitaria tiene mucho que ver con el trabajo con gente no profesional, y así empezamos con los programas de verano, algo que duró, creo, diez años, hasta que los calendarios de la SEP y los del ITESO ya no empataron”, explica Ray Bazán.
Incluso, el programa fue llevado a colonias más allá de Lomas de Polanco, a sitios como el Cerro del Cuatro, Rancho Nuevo y Oblatos, con la participación de estudiantes de Psicología que estaban haciendo prácticas o servicios sociales.
Hoy jubilado, Ray Bazán reconoce el gozo por que este proyecto acumule cinco décadas de travesía, que hoy en día se haya diversificado y haya recuperado los servicios de atención psicológica que se plantearon al origen.
“Me gusta que siga el trabajo con jóvenes, con niños. También que se diversificó, que tienen su club de matemáticas, su biblioteca, vienen los niños y se llevan libros. Yo creo que hubo una buena semilla ahí, no nada más la de nosotros, sino también la de otras gentes que estuvieron colaborando y dejando su esfuerzo, su convicción por este tipo de trabajo”, asegura Toño.
A su lado, Clementina le insinúa que abandone la modestia:
“Yo me siento muy contenta de haber participado en ese proyecto en su fase más incipiente, pero mi sensación es que realmente quienes deberían llevarse el reconocimiento más importante son Toño y todas las chicas que recuerdo que estaban, que hicieron sus servicios sociales, como Pati Álvarez Páramo —quien más adelante coordinaría el Centro— o Rebeca Mejía —académica del hoy Departamento de Psicología, Educación y Salud—”.