Para Juan Pablo Gil, SJ, el camino para llegar a la ordenación no estuvo falto de altibajos y le significó reconocer su fragilidad y vulnerabilidad en numerosas ocasiones

La vida religiosa no fue un camino obvio para Juan Pablo Gil Salazar, SJ, pero sin duda fue el correcto. A más de 15 años de haber tomado la decisión de formar parte de la Compañía de Jesús, el pasado sábado 19 de junio fue ordenado sacerdote. 

Es el hijo “sándwich” de Roberto y Blanca, quienes formaron una familia en Hermosillo, Sonora y dieron a sus hijos una infancia llena de amor y valores, recuerda. Tal vez fue esa la nota que predispuso a Juan Pablo a buscar una manera diferente de vivir la vida, a través de la cual pudiese ser reflejo de ese amor. 

Sofía, Kino, Carmelo y Marcos 

La inquietud llegó próxima a enrolarse a la universidad y lo hizo en forma de letras: primero con “El mundo de Sofía” del escritor noruego Jostein Gaarder y luego con textos sobre las misiones en Sonora y Arizona del padre Eusebio Francisco Kino, SJ, algunas de las cuales, por cierto, visitó durante su niñez. 

Estudió Administración de Empresas en la Universidad Kino en la capital sonorense y tras egresar, no tuvo problemas para encontrar trabajo. Sin embargo, se topó con que otros compañeros y conocidos vivían la dificultad del desempleo. “Más que sentirme privilegiado, me hizo cuestionarme”, recuerda. 

No fue lo único que le incomodaba. En esos momentos también se estaba disputando la presidencia de la República y para ello, cada candidato contaba con un presupuesto de cuatro millones de pesos diarios para gastarlo en publicidad, según notas periodísticas que leyó. “Cuatro millones de pesos diarios, cuando había tantas necesidades y gente que no tenía qué comer. Saberlo solo me hizo cuestionarme más”, dice. 

Cuando niño, llegó a su colonia el señor Carmelo y se convirtió en el lavacarros del lugar. “Mi mamá le daba de comer todos los días”, recuerda. Tras egresar de la universidad, Juan Pablo comenzó a juntar periódicos para una recicladora. Su mamá decidió regalar todo el periódico a Carmelo, a fin de que lo vendiera a la tienda de piñatas de la colonia y obtuviera alguna ganancia. “Pero él le dijo que se los iba a regalar porque sabía que a la tienda le estaba yendo mal. Él, que no tenía nada, puso el bienestar de otros antes que el suyo”. Sin saberlo, Carmelo le regaló la lección de empatía y hasta el día de hoy, Juan Pablo busca vivirla en cada oportunidad que se le presenta. 

Una entrevista de Carmen Aristegui al subcomandante Marcos fue otro factor. “Me acuerdo que, dentro de mi inquietud por los jesuitas, había visto que el caldo de cultivo del levantamiento zapatista habían sido las comunidades de base, donde los jesuitas habían estado también. De hecho, se decía que Marcos era jesuita. Cuando vi la entrevista me impactó cómo respondía y además le creí. Era alguien que me hablaba con la verdad, que daría la vida por lo que está haciendo”, menciona. 

La suma de estos factores lo llevó a renunciar a su trabajo y pidió entrar a la Compañía de Jesús, a los 24 años. “Sentí un llamado vocacional; en mi familia recibí mucho amor y yo buscaba dónde ponerlo. En la Compañía de Jesús encontré el espacio para vivir ese amor”, dice.

“Siento que Dios me ha sostenido a lo largo de todo mi viaje. Veo en el sacerdocio una posibilidad que me abre las puertas para poder servir a donde yo vaya. Espero que ese servicio sea reflejo del amor de Dios en la humanidad”.

Los primeros pasos 

Comenzó el prenoviciado en Ciudad de los Niños, para luego hacer el noviciado en Ciudad Guzmán y estudiar la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales en el ITESO. Durante esos años trabajó en comunidades campesinas y en la cárcel, donde hizo amistades que al día de hoy lo siguen acompañando.  

El apostolado lo hizo con una comunidad de purépechas que se asentaron en las faldas del Cerro de El Colli, buscando mejores oportunidades de vida. Después vino lo que él considera “la etapa más bonita” de su vida: el magisterio. Colaboró dos años en el Voluntariado Jesuita México, viajando por todo el país para apoyar en proyectos de desarrollo comunitario y con niños en situación de riesgo. 

En la Universidad Iberoamericana comenzó a estudiar la Licenciatura en Ciencias Teológicas y tras un año, se fue a la Escuela Jesuita de Filosofía y Teología, ubicado en Belo Horizonte, Brasil, por un periodo de 18 meses. 

Una vez de vuelta en México, pidió vivir una experiencia de parroquia y fue enviado a Torreón, Coahuila. “Esa fue una temporada para estar en contacto con los sacramentos. Los sacramentos crean identidad, crean una realidad nueva y mejor que la anterior”, dice. 

Viajó a Bogotá, Colombia, para culminar sus estudios de teología en la Universidad Javeriana. “Bogotá me permitió reinventarme. Ahí pude acompañar ejercicios espirituales y en noviembre de 2020, me ordené diacono”, recuerda. Ese momento lo describe como un regalo, un momento en el que se sintió auténtico y en completa paz. 

Actualmente es promotor vocacional de la región centro-sur y acompaña a los jóvenes que muestran inquietud por unirse o conocer más de la Compañía de Jesús. 

Aunque el camino para llegar a la ordenación no estuvo falto de altibajos y le significó reconocer su fragilidad y vulnerabilidad en numerosas ocasiones, Juan Pablo no vacila en afirmar que elegir la vida eclesial, en específico como parte de la orden jesuita, fue la decisión atinada para él. 

“Siento que Dios me ha sostenido a lo largo de todo mi viaje. Veo en el sacerdocio una posibilidad que me abre las puertas para poder servir a donde yo vaya. Espero que ese servicio sea reflejo del amor de Dios en la humanidad”, comparte. 

Tras su ordenación sacerdotal, partirá a su natal Hermosillo para oficiar su primera misa rodeado de familiares y amigos. Regresar al lugar donde todo inició representa, para él, cerrar una etapa y comenzar otra con nuevos bríos.