Como parte del III Taller de Integración Profesional hacia la Sustentabilidad 2019 se realizó un recorrido por la zona para conocer su situación actual y sus diferentes problemáticas, con la idea de hacer propuestas que ayuden a mejorar el entorno
El barrio del Santuario es, quizás, uno de los más representativos de la ciudad. En su corazón se encuentran la iglesia dedicada a la virgen de Guadalupe y una imponente escultura de fray Antonio Alcalde, figura señera de Guadalajara por el gran trabajo que realizó a favor de los que menos tenían. A unos pasos de ahí se encuentra el histórico panteón de Belén con su mausoleo y sus leyendas, y también a unas cuadras se localiza el mercado Alcalde, proyecto del arquitecto alemán Horst Hartung Franz que se distingue por su valor artístico e histórico. Y a pesar de sus atractivos, el barrio del Santuario tiene un severo problema: ubicado en el centro de la ciudad, sus habitantes han ido dejándolo en busca de calles más seguras; construcciones históricas de principios del siglo XX o más antiguas se derrumban sin que nadie haga nada y el mercado es un foco rojo en materia de seguridad. Estas son algunas de las razones para que el Taller de Integración Profesional hacia la Sustentabilidad 2019, organizado por el ITESO, lo eligiera para generar escenarios de intervención desde una perspectiva de sustentabilidad urbana y arquitectónica.
La tercera edición del taller es organizada por la maestría en Ciudad y Espacio Público Sustentable, así como su par en Proyectos y Edificación Sustentables. En su primera jornada, sus participantes fueron a conocer el barrio a pie de calle. Reunidos en el parque Reforma, frente a la conocida Casa de los Perros, comenzaron un recorrido a pie al que se sumaron regidores del Ayuntamiento de Guadalajara, así como representantes de la Cámara Nacional de Vivienda (Canadevi) y de la delegación Jalisco del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Fue suficiente caminar un par de cuadras para encontrar un ejemplo de una de las principales problemáticas del barrio y del primer cuadro de la ciudad: las casas abandonadas. En la esquina de las calles Reforma y Pino Suárez se encuentra lo que queda de la que es conocida como Casa Baruqui: unos cuantos muros en los que se alcanzan a apreciar algunos decorados. Y nada más. Del resto de la casa, construida a finales del siglo XIX o principios del XX, no quedan más que montículos de escombros invadidos por la maleza. Herminia González, jefa de colonos del barrio del Santuario, explica que la casa pertenece a la familia Baruqui, conocida en la ciudad por la venta de autos. Dice que el edificio pasó de ser el primer banco de sangre de la ciudad a punto de encuentro de drogadictos y maleantes, antes de venirse abajo.
Durante la escala, los participantes del taller pudieron conocer que las ruinas de la finca ejemplifican uno de los conflictos más fuertes de la zona: la lucha entre el patrimonio histórico y la avanzada del progreso. En un bando se encuentran el INAH y la Secretaría de Cultura de Jalisco, buscando conservar el patrimonio histórico y artístico, respectivamente, en el otro se encuentran las autoridades municipales y los desarrolladores, que quieren tirar lo viejo para construir lo nuevo. “Hay que clarificar políticas. Guadalajara ha dejado de construir vivienda social desde hace muchos años, lo que se ha traducido en un despoblamiento del centro. Hay un conflicto en las políticas de conservación”, dice el regidor tapatío Miguel Zárate.
En el otro bando se encuentra Oda Jadi Lamas Vázquez, de la sección de Monumentos Históricos del INAH Jalisco. Ella afirma que no están en contra de la construcción de vivienda, pero sí en contra de los grandes desarrollos. Y pone un ejemplo: hasta las oficinas de la delegación llegó una solicitud para construir torres de 30 pisos a unas cuadras del Santuario de Guadalupe. Por supuesto, la solicitud fue rechazada. “En esta zona están permitidos edificios de máximo cuatro niveles, cinco en casos excepcionales”, explica y detalla que éstos deben adecuarse al entorno y respetar los edificios históricos. Es decir, ninguno debe ser más alto que el Santuario, por ejemplo. Los asistentes preguntan a la funcionaria cómo resolver el tema de la vivienda. “Se pueden rescatar fincas para habilitar dos o tres departamentos”, responde y pone como ejemplo una adecuación que se hizo en la esquina de Colón y Montenegro, donde tres cuartos de la finca estaban perdidos pero se logró conservar el cuarto restante de la construcción original y con el resto se construyeron departamentos. Y lanza la invitación: “Sean sensibles con el tema del patrimonio”. Y remata dejando clara la política del INAH: “No demoler, no derrumbar”.
En medio de los dos bandos se encuentran los colonos y los propietarios de las fincas, que muchas veces no pueden realizar mantenimiento en sus casas porque el trámite en el INAH se enreda en las telarañas de la burocracia. Como un vecino que, aprovechando la presencia de los talleristas, se acercó para preguntar qué podía hacer para obtener el permiso para cambiar el enjarre de su casa. Oda Jadi Lamas le dijo que fuera al INAH, donde el trámite duraría quince días. Él no queda muy convencido, pero no tiene más opciones.
“Dicen que dura dos semanas, pero no es cierto”, dice Herminia González mientras el recorrido continúa. Es la jefa de colonos y aunque ve con buenos ojos que se haya elegido el barrio para los trabajos del taller, sólo espera que en esta ocasión sí se concreten los proyectos. La señora González es el contacto de los colonos con las autoridades. Habla del nuevo actor del barrio, un vecino incómodo cuya presencia se nota desde hace mucho tiempo sobre la exavenida, ahora paseo, Alcalde: el tren ligero. “He platicado con los comerciantes que aguantaron y me cuentan que poco a poco van recuperando clientes”, relata y luego cuenta que fueron más de cien los comercios que cerraron. Dice que hay demandas en curso contra el Sistema de Tren Eléctrico Urbano (Siteur) por fincas agrietadas y otros daños, pero nadie asume su responsabilidad. Aun así, cree que habrá otro repunte en la zona cuando la línea 3 comience a operar. Señala que es necesario el trabajo de gobierno, colonos y universidades para recuperar la zona integrada por 48 manzanas y habitada por 5,400 personas. “Los colonos estamos dispuestos a apoyar, sólo necesitamos que nos ayuden a redensificar la zona, a recuperar las fachadas, mejorar la iluminación. Pero no hay voluntad del gobierno, falta liderazgo”, dice Herminia.
Después del recorrido por la zona, que incluyó una visita al palacio municipal para intercambiar ideas con las autoridades de la ciudad, los talleristas vuelven al ITESO para trabajar en el proyecto de intervención, en el que serán coordinados por Néstor García Montes, de la Universidad Complutense de Madrid; Camilo Luengas, del Consejo Colombiano de Construcción Sostenible (CCCS) y Elkin Darío Vargas López, director del Buró DAP Latinoamérica, quienes también realizaron el recorrido. Después, el 15 de junio, tendrán una sesión de trabajo con vecinos del barrio del Santuario, actividad tras la cual realizarán, el miércoles 19, una presentación a las autoridades y organismos involucrados en el taller. Finalmente, el sábado 22 se hará la presentación pública de los proyectos ante los colonos.