En algún momento, todos nos hemos sentido en crisis, tibios o fríos. Es honesto reconocerlo y pedir a Dios volver a sentir su presencia, porque creerle a Dios es volver a creer en el amor y confiar que Él tiene la capacidad de resucitar lo muerto, de recuperar la esperanza perdida y de habitar en nosotros desde los deseos más profundos que nos llevan a amar con mayor plenitud y entrega 

Por Jorge Becerra Rosas, SJ,
Sacerdote jesuita, Superior de la comunidad de escolares Karl Rahner, SJ 

Es común que busquemos a Dios cuando nos sentimos sobrepasados y ahogados en alguna crisis que supera nuestras fuerzas y recursos para enfrentarla. San Ignacio de Loyola vivió esta experiencia cuando sufrió su derrota militar en la batalla de Pamplona y su mundo se vino abajo. No pudo continuar su carrera en la milicia, su orgullo se derrumbó, ya no se sintió atractivo para las mujeres (al quedar cojo de una pierna) y vivió a expensas de su hermano mayor y de su cuñada. Se sintió muy frustrado y, en ciertos momentos, deseaba haber muerto en la batalla.  

En su tiempo de convalecencia reflexionó, profundizó y descubrió que muchas de las cosas por las que se había esforzado durante su vida eran efímeras. Tenía el corazón vacío de Dios y sin un proyecto de vida que le inflamara el espíritu con pasión duradera. Fue entonces que enfrentó su crisis preguntándose qué era aquello en lo que había fundamentado su vida por tanto tiempo. La respuesta fue que buscaba mayor reconocimiento en su carrera militar, mantenerse atractivo ante las mujeres de la corte y continuar su vida de mujeriego, quería una riqueza económica que le pudiese venir por lo grados militares obtenidos o los títulos nobiliarios otorgados por el Rey de Castilla y una buena posición social. Después de su derrota en Pamplona, sus grandes aspiraciones quedaron hechas polvo.  

¿Qué seguía, entonces, para ese joven Ignacio que aspiraba a comerse el mundo, pero que ahora se encontraba moribundo en una cama? Durante su convalecencia y recuperación física vivió un periodo largo de aguda frustración, estaba enojado consigo mismo y no se podía perdonar la derrota vivida. Además, rechazaba su dependencia de otros en su recuperación porque eso iba en contra de su imagen omnipotente que él mismo había construido de sí, como el militar poderoso e indestructible.  

¿Qué le sucedió para que empezara a mirar la vida con nuevos ojos? Ignacio comenzó a leer algunos libros de la vida de los santos como la conversión y obra de Santo Domingo y de San Francisco. Sus vidas le apasionaron tanto que se preguntaba ¿por qué dejaron todo? y ¿por quién dejaron todo? Eso lo dirigió a interesarse por conocer la vida de Cristo. 

Algo que Ignacio descubrió en este tiempo de búsqueda personal era que esos personajes que le inspiraban habían fundamentado su vida en un Amor Profundo y eso los llevó a crear obras trascendentes. Es decir, no eran obras ni aspiraciones efímeras y frágiles como las que se le desmoronaron a él después de su derrota. La clave que Ignacio encontró era que todo debe estar Fundamentado y Movido por el Amor Profundo 

El Amor Profundo es el que lleva a la persona a amar más, a una entrega completa de sí misma en el servicio de los otros despojándose de todos los apegos desordenados que entorpecen el encuentro. Ignacio descubrió que Jesucristo vivió tal Amor Profundo con su padre Dios, entregándose por completo a los demás, por lo que su vida se convirtió en fuente de inspiración para San Francisco, para Santo Domingo y para muchas mujeres y hombres en la historia de la humanidad. 

El Amor Profundo revela la presencia más tierna y misericordiosa de Dios, es el Dios que perdona, sana, incluye y comparte. Es el Dios que entrega su amor sin medida a la humanidad, que hace salir el sol sobre buenos y malos, que da la lluvia y el alimento para toda su creación. Es el Dios Padre que sale al encuentro del hijo perdido, lo abraza y lo llena de besos cuando regresa; que sufre por la humanidad quebrantada y que se alegra con la humanidad reconciliada. Ese Amor Profundo es el que curó el corazón de Ignacio cuando él mismo se rechazaba, se lastimaba y deseaba su propia muerte.  El Amor Profundo que sucede en ese encuentro con Dios es una experiencia a la que todos somos invitados en el trascurso de nuestra vida.   

 El Amor Profundo es el que lleva a la persona a amar más, a una entrega completa de sí misma en el servicio de los otros despojándose de todos los apegos desordenados que entorpecen el encuentro. 

Ignacio escribió un libro llamado Ejercicios Espirituales en el que relata su experiencia de conversión. Dicho libro no es un texto de lectura rápida o de cultura general, sino para que la persona haga los Ejercicios que ahí se proponen, con acompañamiento espiritual profesional, para que saque el provecho que Dios le quiere regalar. En este texto, Ignacio escribe una parte llamada Principio y Fundamento en la que manifiesta la manera en que Dios se convirtió en su Amor Profundo y a quien le entrega toda su vida y su servicio. Esta experiencia de Ejercicios Espirituales, Ignacio la compartió con muchos jóvenes universitarios de su época, ayudándoles a encontrar sus deseos de Amor Profundo y dando un sentido a sus vidas.  

De ese libro se pueden extraer algunas pistas que ayudan a descubrir en dónde están puestos nuestros deseos y si en ellos habita el Amor Profundo.  

El siguiente ejercicio puede ayudar a reflexionar lo anterior:  

1. Haz un recuento de los momentos más significativos de tu vida en que te has sentido amado y amando profundamente. 

2. Descubre si esos momentos te hacían sentir auténtico, es decir, que al amar así gozabas dando lo que tenías, compartías y te sentías consolado aun en la dificultad o escasez, encontrabas sentido a tu vida y agradecido de existir. Si descubres esto en tu vida, hay signos de Amor Profundo en aquello que viviste y compartiste.

3. Ahora, mira tu momento actual y explora ¿cómo te sientes con lo que haces y con la vida que llevas? Posiblemente sigues gozando la entrega generosa de tu vida a los demás; o, probablemente, te has ido enfriando o apagando a lo largo de la vida, la rutina te ha consumido y el Amor Profundo se ha perdido o ha quedado como un referente lejano.  

4. Si te has ido apagando ¿en qué necesitas que Dios te ayude a avivar ese Amor Profundo que te hace sentir vivo y con sentido de en la vida.

5. Algunas de las siguientes lecturas bíblicas te pueden ayudar para esto. Lee la que más te atrae y pídele a Dios lo que necesita tu corazón (Los huesos secos Ezequiel 37,1-14 o El hijo pródigo en Lucas 15, 11-32). 

En algún momento, todos nos hemos sentido en crisis, tibios o fríos. Es honesto reconocerlo y pedir a Dios volver a sentir su presencia. Creerle a Dios es volver a creer en el amor y confiar que Él tiene la capacidad de resucitar lo muerto, de recuperar la esperanza perdida y de habitar en nosotros desde los deseos más profundos que nos llevan a amar con mayor plenitud y entrega. Dios no busca super-hombres o super-mujeres, busca hijos e hijas de carne y hueso que son conscientes de sus fragilidades, las asumen, confían en que el Amor Profundo los puede llevar a dar lo mejor de sí mismos y se abren a esta experiencia.   

La vida no se trata, entonces, de vivir por vivir. Tampoco de vivir con resignación o desenfreno pensando en que la vida se va a acabar. Vivir implica preguntarnos algo que a Ignacio le dio bastante claridad durante su conversión: ¿A dónde voy y a qué? Ignacio obtuvo la respuesta en el Amor Profundo que experimentó durante su conversión. Esa fue su experiencia a la que llamó su Principio y Fundamento y en la cual tomó sentido su vida y pudo trazar un proyecto de vida a largo plazo. Este nuevo Ignacio ya no soñaba con aquello que lo dejaba seco y sin rumbo (dinero, poder, títulos, soberbia, etc.), ahora sabía bien cuáles eran sus deseos profundos, (movidos por el amor) y dirigió su vida a cultivar una relación fuerte y duradera con Dios y con Jesucristo. Esto lo llevó a buscar a otros compañeros con quiénes compartir esta experiencia de Dios y con quienes fundaría, en un futuro cercano, la Compañía de Jesús. 

Dios no busca super-hombres o super-mujeres, busca hijos e hijas de carne y hueso que son conscientes de sus fragilidades, las asumen, confían en que el Amor Profundo los puede llevar a dar lo mejor de sí mismos y se abren a esta experiencia.   

El legado de este hombre fracasado, convaleciente y que estuvo en peligro de muerte es amplio, pues nos heredó a muchos de nosotros su experiencia de vida; su conversión escrita en los Ejercicios Espirituales; una orden religiosa que ha dejado huella en la historia de la humanidad con sus diferentes obras apostólicas; y una espiritualidad compartida entre laicos, jesuitas y otras muchas personas que ha dado sentido y rumbo claro en un modo específico de amar y entregar la vida en el servicio. 

San Ignacio nunca pensó que su fracaso, su crisis, su conversión y su obra se convertirían en semilla de vida para tantas personas y que trascendería a través de los siglos. Él no reconoce esto como mérito propio, sino como una gracia que recibió de parte de Dios al dejarse tocar y transformar la vida por su amor. Hay una frase de Ignacio que sintetiza todo lo anterior y dice así: “No sabes todo lo que Dios haría de ti si te pones enteramente en sus manos”.  

Indudablemente, la vida de Ignacio es inspiradora para muchas personas, pues nos demuestra que la crisis no es el final de todo, sino que es también oportunidad de mirar en lo profundo de nuestra vida, saber de qué estamos hechos y dar paso a que el amor haga los cambios necesarios donde la vida ha perdido sabor y ha perdido sentido. El dolor y la frustración de una crisis no los podremos evitar, sin embargo, si son acompañados y reconciliados desde el Amor Profundo, podrán convertirse algún día en fuente de esperanza y soporte para nosotros mismos y para otros que reciban la experiencia que les compartamos.  

El padre jesuita Pedro Arrupe decía: “Nada puede importar más que encontrar a Dios, enamórate, permanece en el amor y eso lo decidirá todo”.