El Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, SJ, del ITESO realizó una mesa para hablar sobre el Protocolo de Estambul, manual que desde hace 21 años se utiliza para investigar y documentar casos de tortura y que hace una semanas presentó su segunda edición 

A finales del siglo pasado, 75 expertos de 15 países trabajaron durante tres años a fin de entregar a la Organización de Naciones Unidas, en 1999, un manual para investigar y documentar de manera eficiente los casos de tortura. El manual fue publicado en 2001 y desde entonces es conocido como Protocolo de Estambul, mismo que ha servido de guía para investigar las denuncias por tortura alrededor del mundo. En el marco de los 21 años de su publicación, el Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, SJ (CUDJ), del ITESO organizó la mesa “No torturarás: El Protocolo de Estambul, a 21 años de su adopción”, en el que se explicó a grandes rasgos cómo está integrado el documento y cuál es la importancia de su aplicación. 

La charla estuvo estuvo a cargo del médico David González y el psicólogo Octavio Ascensio Hurtado, ambos especialistas en la investigación de tortura y miembros del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. Para comenzar, David González comenzó describiendo la tortura a partir del Protocolo de Estambul, donde se define a esta práctica como todas aquellas penas o sufrimientos físicos o mentales usados con fines de investigación, como medida intimidatoria, como castigo o como medida preventiva. El médico explicó que antes el protocolo hacía referencia a un daño “grave”, pero que el calificativo fue retirado.  

“Entendemos como tortura todos los métodos tendientes a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física o mental”, agregó González Navarro, y aclaró que no se puede calificar como tortura a las lesiones “legítimas” que son consecuencia directa, por ejemplo, de una detención. También señaló que son responsables de tortura los empleados o funcionarios públicos que la cometan, no la impidan o la ordenen. 

David González hizo una exposición general de los seis capítulos del Protocolo y señaló que hace unas semanas fue presentada la segunda edición, que es producto del trabajo de 180 personas en 51 países a lo largo de seis años. Luego de dar detalles generales acerca de algunos aspectos que deben tomarse en cuenta cuando se hace una investigación médica ante una denuncia de tortura, el médico forense dijo que el objetivo de este tipo de indagaciones es demostrar la tortura, buscar la reparación y, muy importante, realizar una intervención psicológica y psicosocial. 

Para finalizar su intervención, González Navarro señaló que la tortura es una práctica generalizada en México. Es incluso socialmente aceptada. Es necesario cambiar esa perspectiva que ve la tortura como una forma de justicia y combatir la impunidad en la que se lleva a cabo”. 

Por su parte, Octavio Ascensio comenzó señalando que no cualquier profesionista de la psicología puede dedicarse a investigar casos de tortura, ya que se necesita una formación especial.  

Como ya había adelantado David González, el psicólogo también señaló que en la cultura mexicana la tortura está asociada a una errada relación castigo-justicia. Se ha querido ver, dijo, que la tortura permite resolver investigaciones, llevar casos a juicio, lograr reparación del daño y mostrar al Estado como un garante de la seguridad pública. Sin embargo, añadió, todo esto es mentira: en realidad la tortura deriva en procesos ilegítimos, juicios interrumpidos, nula reparación del daño a las víctimas y un perjuicio al Estado de Derecho.  

Ascensio Hurtado dijo que “la tortura ha evolucionado, va cambiando al grado de que cada vez es más difícil de identificar”. Detalló algunas prácticas que pueden considerarse como tortura psicológica —ver cómo se tortura a otras personas, amenazar con daño a personas cercanas, privación del sueño o de alimento, entre muchas otras—, y señaló que, si bien hay algunas reacciones esperables que permiten identificar que alguien ha sido víctima de tortura, lo cierto es que “todas las víctimas son únicas e impredecibles. Cada persona reacciona de manera diferente”. 

Para finalizar, ambos especialistas coincidieron en afirmar que es necesario cambiar la idea arraigada de que la tortura es una forma de justicia o una vía para obtener información, y señalaron que, al investigarla, es necesario ser sensibles y empáticos para no revictimizar a las personas y restaurar la credibilidad en las instituciones de impartición de justicia. 

FOTO: Luis Ponciano