Estudiantes comparten su experiencia de intervención psicosocial en la Colonia Lomas de Polanco donde trabajaron con grupos de mujeres y niños de primaria, promoviendo espacios de escucha activa, encuentro y educación para la paz.

Por Elizabeth Mijangos y Jason Talamantes

Antes de hablar sobre nuestra experiencia en el Proyecto de Intervención Profesional (PIP) «Proyecto de diagnóstico e intervención psicosocial con niños estudiantes de primaria y mujeres adultas para la prevención de la violencia familiar y escolar», conocido entre estudiantes de la Licenciatura en Psicología como “PIP-edupaz”.

Con la dirección de los profesores Ernesto Cisneros y Sandra Rosales, los cuales fueron fundamentales para el diseño de intervención y aprendizaje. Nos gustaría contextualizar un poco sobre la población y el espacio donde trabajamos, así mismo describir un poco sobre cómo surge este PIP dentro de Centro Polanco.

La Colonia Lomas de Polanco, en Guadalajara, Jalisco, presentó un crecimiento importante a partir de 1960. Centro Polanco surge en 1974, fundado por estudiantes de Psicología del ITESO, fue uno de los primeros proyectos sociales del ITESO. Ofrece servicios a la comunidad como atención psicológica para todas las edades, se atienden a niños con problemas de lectoescritura, actividades físicas y recreativas para adolescentes, nutrición, etc; y, a su vez cumple la función de formar a estudiantes. Actualmente la directora del centro es Lourdes Centeno.

Nuestro PIP («edupaz”) interviene en dos escenarios:

1- Los grupos de escucha para mujeres de entre 25 y 75 años, en su mayoría madres o abuelas, cada grupo se integra por alrededor de 10 mujeres, las cuales residen en la colonia Polanco o sus alrededores. Las sesiones tienen una duración de 1:30 hrs en el horario de 11:30 a 13:00 horas. Con las mujeres, trabajamos a través de grupos de escucha, los cuales se acercan a lo que Carl Rogers llamó grupos de encuentro. Estos grupos, centrados en la experiencia emocional y el contacto genuino entre las personas, buscan crear un espacio donde el crecimiento personal se dé a partir del vínculo, la autenticidad y la presencia. Aquí, las técnicas eran mínimas y lo esencial una actitud de empatía, aceptación incondicional y congruencia. A lo largo de las sesiones, se favoreció la creación de redes de apoyo, resignificación de vivencias y el fortalecimiento de la persona.

2 – Los niños y niñas que están cursando su proceso educativo en la primaria Guadalupe Zuno. Con quienes, recurrimos a juegos cooperativos, técnicas participativas y actividades lúdicas que permitieran la expresión emocional y el fortalecimiento de habilidades sociales como la empatía, la comunicación y la resolución de conflictos.

La práctica de la escucha

Este PIP fue mucho más que una materia con tareas, entregas o una intervención puntual. Representó una experiencia que nos involucró de manera profunda con la comunidad y también, llevó a asumir una responsabilidad significativa con las personas con las que trabajamos. 

Nosotros trabajamos principalmente con la escucha, algo que supuestamente se aprende en primer semestre como un pilar fundamental de esta carrera, después nos dimos cuenta de que realmente no es tan sencillo. Escuchar representa dejar lo propio de lado para darle lugar al relato de otro, dejarte tocar por lo del otro. 

A veces subestimamos el poder de la escucha, pensamos que “el otro” necesita algo a cambio o que nosotros podemos con lo ajeno: el dolor, vergüenza y la pena. En ocasiones las personas nos exigen una respuesta o una fórmula mágica para tomar decisiones, la realidad de las cosas es que no la hay. Sin embargo, escuchar realmente, estar en presencia del otro, es sanador y muchas veces suficiente. 

Surgen muchas dudas cuando comienzas a practicar la escucha, ¿es suficiente?, ¿qué hago con esto que me están diciendo?, ¿qué le digo? Un aprendizaje fundamental que rescatamos de nuestros profesores es que no siempre tienes que decir algo, estar en silencio es fundamental para que el otro hable, si tu estás pensando en otra cosa, aunque sea en ¿qué le digo?, ¿Qué le devuelvo?, en ese momento estás dejando de lado al otro para enfocarte en ti. 

Cuando verdaderamente estás presente, todas esas cosas que se supone que aprendiste en entrevista de paráfrasis, interpretación, aclaración, etc., surgen de forma natural y te das cuenta de lo que te están queriendo decir. No escuchamos solo con los oídos y el significado literal de las palabras. Escuchamos al cuerpo, escuchamos entre líneas, escuchamos suspiros, escuchamos lo que significa para la persona eso que te está contando. 

En especial, en el grupo de mujeres pierdes el miedo a hacer preguntas directas. Nuestro trabajo es hacer resonar el significado del relato, y que en consecuencia las lleva a un lugar diferente. Con los niños, aunque no lo crean, también viven situaciones de dolor emocional, nos hacen reflexionar, ellos también tienen algo que decir, también tienen ideas que importan. 

Escuchar más que una técnica que se aprende en el primer semestre. Escuchar, realmente escuchar, requiere dejar de pensar en lo que uno va a responder. Como decía Rogers, se trata de estar presente de una manera tan auténtica que el otro se sienta verdaderamente visto. Nos dimos cuenta de que no basta con tener claro el encuadre, ni con aplicar fórmulas de intervención. Lo importante es abrir el corazón, dejarse afectar, permitirse ser con el otro. 

A través de estos encuentros entendimos que acompañar no significa dirigir. Que un silencio bien colocado puede ser más potente que cualquier consejo. Ver cómo una mujer se reconoce valiosa por lo que tiene que decir, o cómo un niño se permite llorar frente a sus compañeros sin sentirse juzgado, es un acto político y transformador. 

Hubo situaciones que nos marcaron profundamente e hicieron este proyecto especial. Al inicio, muchas de las mujeres no querían hablar. Se sentaban con las manos en el regazo, mirando al suelo o simplemente esperando que alguien más tomara la palabra. Pero poco a poco, en ese espacio que fue cuidado, respetado y sostenido por todas, se animaron a narrar sus historias. Una en particular, que durante las primeras sesiones no pronunciaba palabra, terminó cuestionando activamente a sus compañeras, devolviéndoles preguntas, creando eco en sus narrativas. Como facilitadores, aprendimos a pausar y sólo intervenir cuando de verdad era necesario. 

Con los niños, aunque había días caóticos, donde lo que se ponía a prueba era nuestra paciencia, comenzamos a notar un cambio en la manera en que se relacionaban. Los conflictos seguían ocurriendo, pero ahora sabían pedir perdón, explicar cómo se sentían o invitar a alguien más a jugar. 

Uno de los espacios más significativos de esta experiencia fue el tiempo de escucha individual con un niño. Cada semana, nos sentábamos en la misma banca. Él siempre comenzaba diciendo que no tenía nada que contar, pero después hablaba sin parar. Ese ritual de inicio se volvió familiar, y con el tiempo entendí que su “no tengo nada que contar” no era falta de ganas, sino más bien un filtro de seguridad, una manera de tantear si el espacio seguía siendo seguro para hablar. 

Abonando nuestra experiencia en escenario, los niños nos regalaron stickers (que como sabemos para un niño es un detalle valioso) y las maestras nos obsequiaron pasteles como gesto de agradecimiento. Trabajar en Centro Polanco nos cambió. No por lo que “hicimos” en las sesiones, sino por lo que aprendimos estando ahí. Comprendimos que el rol de los estudiantes del ITESO en estos espacios no es el de “salvadores”, sino el de acompañantes atentos, dispuestos a escuchar, a equivocarse, a vincularse. 

Los grupos de encuentro de Rogers no solo fueron una guía teórica, sino una vivencia real que nos permitió conectar con la esencia de lo humano. 

Nos llevamos muchas cosas que van más allá de nuestra intervención que nos ayudaron a conectar con la comunidad: como el olor a menudo por las mañanas, las risas de los niños, las miradas cómplices de las mujeres, ir a comprar pan y comer gorditas. 

Fue un aprendizaje que no se queda en la teoría. Es vivir la psicología como una práctica ética y profundamente humana. Y al final, cuando nos preguntan ¿qué nos dejó este proyecto?, me vienen muchas imágenes, pero sobre todo una sensación: la de haber compartido algo real, algo que me transformó, sin que yo me diera cuenta en qué momento exacto ocurrió. 

Referencias 
Tuvilla Rayo, J. (2013). Educar para la paz: una propuesta para el aula. Editorial CCS.
Rogers, C. R. (1970). Carl Rogers grupos de encuentro. Harper & Row.
Muñoz, F. (2001). La educación para la paz: Fundamentos y propuestas. Narcea 

 

 

FOTO: Cortesía