En su participación en la Cátedra Magis de Literatura, Alejandro Zambra jugó con la identidad y el ingenio literario en tiempos de inteligencia artificial. Con humor y una mirada crítica, el escritor chileno expuso su perspectiva acerca del valor insustituible de lo humano en la escritura
Un sujeto excéntrico se sienta frente a la audiencia en la Casa ITESO Clavigero. Porta un sombrero estilo Fedora de ala ancha a la Indiana Jones, una corbata que desentona, una larga melena suelta que le circunda el rostro, unas gafas oscuras para aumentar el misterio. Anuncia que leerá una conferencia breve acerca de la relación entre la literatura y la inteligencia artificial (IA). Abre con un chiste malísimo y cierra con otro peor.
De no ser porque todos tienen suficientes datos previos del ponente, no podría decirse que es Alejandro Zambra, escritor chileno que visita la Cátedra Magis de Literatura dentro del Festival Cultural Universitario, sino que es más bien un avatar, esa suerte de Doppelgänger que se usa en el mundo de los videojuegos. Pronto pontifica sobre el valor de lo humano en la literatura.
“¿Qué significa ser autor en una era donde las máquinas también pueden crear? ¿Cómo encontramos nuestro lugar en este vasto océano de palabras generadas automáticamente? Creo que la clave está en recordar que la literatura es un acto de conexión; aunque la IA pueda generar textos, sólo nosotros podemos escribir sobre la soledad una tarde de domingo o la alegría de un reencuentro inesperado; sólo nosotros podemos articular el susurro de una hoja al caer, o el eco de una risa en la penumbra. La literatura no se trata sólo de contar, sino de sentir y de compartir”, suelta confiado, dejando en el ambiente un párrafo antológico y ontológico a la vez.
Pero todo es un ardid (¿o una provocación?). La declaración del hombre, que apenas minutos antes había sido presentado por su colega, el escritor Martín Solares, como una de las voces más revolucionarias de la literatura latinoamericana actual, es más impostora que la tarea que en la prepa te hizo el matadito de la clase. El autor de dicho soliloquio no es Zambra, obviamente: se trata de ChatGPT.
Para abrir diálogo, el autor de Bonsái (2006) se retira el disfraz y confiesa su fechoría: previamente, le solicitó a la IA —incluyendo un “por favor” en su petición— que le redactara al estilo de Zambra una presentación de 500 palabras, incluyendo dos chistes y un agradecimiento a los organizadores, en la que defendiera la presencia de la mano humana en el agasajo literario. Tras constatar el resultado, lamenta la parodia de él mismo que la computadora inventó y reconoce que si bien la idea no era mala, nada de lo que dijo ahí lo hubiera dicho de esa manera.
¿Qué tan humano es un texto creado con IA?, se pregunta, para luego responderse a sí mismo e incluir a los oídos que lo miran y a los ojos que lo escuchan —así es el sentido poético de la escritura, no tiene por qué tener coherencia—. Aclaración, ahora sí es Zambra el que habla:
“En rigor, las respuestas son bastantes subjetivas; no quiero preguntarles directamente porque sus respuestas me pueden parecer dolorosas, pero supongo que alguien se lo creyó, que hay personas acá que creyeron que esa era la conferencia. Tal vez alguien le dijo al otro: ‘Te dije que Zambra era un imbécil’, no sé”, declara el autor de la novela Poeta chileno (2020).
Debatir sobre lo que podría ser una suerte de estevia de los autores (o sea un sustituto artificial) lleva necesariamente a discutir la idea de qué clase de individuos son los escritores y cuál es su relación con la sociedad. No hay que olvidar, aclara, que no son más que parte de un pequeño grupo atomizado, y que, cuando tienen que dar dos pasos fuera de su zona segura, tienen que explicar a los otros nuevamente su oficio.
“La imagen del escritor es un problema para los escritores también. Lo que uno hace es muy solitario y a la vez muy social, pero de una forma subterránea. Vamos a la plaza y al bar a compartir lo que hacemos, pero luego cuando damos una entrevista, generalmente estamos arropados por nuestros libros; entonces, la idea que se transmite es que somos productores de libros, o para ponerlo en el lenguaje actual, generadores de contenido”, dice.
Los temores sobre la IA
En un futuro, ¿la capacidad de autonomía de la IA va a acabar sustituyendo la creatividad de los escritores?, le cuestionan desde las butucas. Aunque el autor de Facsímil (2021) y Literatura infantil (2023) —libro en el que reflexiona acerca de su tardía paternidad— no es conservador ni sataniza el uso de la tecnología, considera que la literatura goza de una ventaja poco asible para el algoritmo: carece de convenciones, algo indispensable para su buen funcionamiento.
“Claro, la IA derrotó al campeón de ajedrez. Pero el ajedrez tiene reglas. La literatura no las tiene. Están las reglas intrínsecas de un género literario; vivimos construyendo reglas literarias, inducidos por la prensa; están las masterclasses y todas esas cosas que te dicen cómo escribir un cuento. Es algo que siempre ha existido, pero digamos que esas reglas no son eternas y son arbitrarias; cambia, por ejemplo, la frontera de lo que se considera cursi, de lo regido por una moral que atosiga”, comparte.
“Pero tampoco hay reglas en el mercado; podría decirse que vende más, pero la literatura no funciona exclusivamente con ese criterio. Incluso el premio Nobel está permanentemente discutido, los últimos 20 años se ha cuestionado de forma muy profunda el canon. No está claro lo que es bueno; desde que tengo memoria, siempre fue posible encontrar a alguien que te dijera que tu escritor favorito es pésimo”.
Entonces, para Zambra, eso que podríamos entender como un problema es más bien una fortaleza, y garantiza la edificación del futuro de la literatura. Incluso podría discutirse la idea de que la inteligencia artificial escribe bien, porque en realidad nadie sabe lo que es escribir bien.
“Los escritores escribimos mal, es nuestro gran secreto, aparecemos con nuestros libros terminados, que son un producto, pero son fruto de un largo trabajo de simulación de la mala escritura. Se exalta que la maquina escribe con sorprendente rapidez, pero ¿de qué sirve? Lo que disfruto de mi trabajo es justo la construcción de otro tiempo. La vida de los escritores (y sobre todo de las escritoras) ha consistido en esa búsqueda de tiempo para escribir; está asociada al ocio, porque es lo contrario del negocio, ahí están su valor y su subversión”, sentencia.
Queda claro entonces que “mientras las máquinas perfeccionan la técnica de escribir rápido y sin errores, los humanos seguiremos disfrutando de escribir mal, de tomarnos nuestro tiempo y de perdernos en las palabras sin saber si alguna vez encontrarán su lector. La literatura, en el fondo, no tiene prisa ni fórmula; es una broma lenta y subversiva que, afortunadamente, las IA aún no saben contar”. Y como no nos gusta ufanarnos de una originalidad que no nos pertenece, desde la mano que redacta esta nota aclaramos que este párrafo de cierre es también composición de ChatGPT.
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