Separarnos de alguna tecnología de forma deliberada y transitoria puede significar todo un reto, pero este silencio puede llevarnos a un camino de autoconocimiento, de reconexión con lo que somos y con los demás, para ser más libres y menos dependientes de aquellas tecnologías que están tan incorporadas en nuestras vidas

La práctica del silencio es algo común en las diversas tradiciones religiosas. El misterio de Dios siempre ha estado relacionado al misterio del Silencio”, menciona el jesuita José García de Castro Valdés (2016, p. 178), y quienes han vivido la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio pueden reconocer al silencio como el “altavoz de Dios”. 

Sin embargo, en nuestro día a día nos perdemos en el ruido y en una serie de estímulos constantes; en gran medida conectados y conectadas a nuestro celular o computadora como si fuese una extensión de nuestro propio cuerpo. La apropiación del internet y los diversos dispositivos digitales es tal, que ya consideramos como impensable vivir sin ellos. Pero, ¿valdría la pena separarnos un tiempo de forma deliberada de estos o de alguna otra tecnología?  

Año con año se registra un incremento de usuarios de internet y de redes sociales. De acuerdo con Digital 2022: Global Overview Report (Kemp, 2022), la cantidad de usuarios de redes sociales ahora equivale a 58% de la población total del mundo. Facebook, YouTube, WhatsApp e Instagram son las redes más utilizadas. Otro dato es el aumento en el tiempo que dedicamos a internet y a estos servicios, que en 2022 resultó en un promedio de 6 horas con 58 minutos al día por usuario, 4 minutos más que en 2020. 

¿Qué nos dice esta tendencia al alza? ¿Qué ocurre en los momentos que no estamos conectados al dispositivo? Cada día hay nuevas personas usuarias y dedicamos más tiempo a estas tecnologías. ¿Se nos dificulta silenciarlas o nos cuesta trabajo silenciarnos a nosotros mismos? Al respecto, Antonio Blay (1991, p. 135) dice: la dificultad que todos experimentamos cuando queremos permanecer en silencio es la demostración de la inercia con que vivimos, de la fuerza que los hábitos tienen en nosotros, de lo poco que nosotros somos nosotros mismos”.  

Podemos entender como silencio tecnológico “a la interrupción deliberada y transitoria del uso de una determinada tecnología legítima”, menciona Alfredo Marcos (2018, p. 158), académico de la Universidad de Valladolid. Este concepto, también usado como silencio digital, “parte de la psicología clínica y está relacionado con la desconexión de las redes sociales y de los instrumentos digitales”, como forma de profilaxis o terapia en casos de adicciones. 

Este silencio, añade Marcos, también podemos aplicarlo a cualquier tecnología que usamos en lo cotidiano, como el automóvil. Suspender su uso de forma momentánea puede implicar el uso de otra tecnología o técnica, como la bicicleta o utilizar calzado y caminar. Sin embargo, al silenciar una tecnología específica o un uso concreto de ésta, podremos durante un instante recuperar una cierta sensación de realidad, de conexión con nuestras bases biológicas e históricas, de autoconocimiento. Y desde esta lucidez se puede regresar al uso de la tecnología en cuestión, pero a un uso que será ya más libre y lúcido, menos obcecado y dependiente”, indica el académico español (Marcos, 2018, p. 161). 

Practicar el silencio tecnológico implica un esfuerzo que nos requerirá dedicar tiempo, empeño y quizá el uso de otros recursos. Puede plantearse como un plan: definir el propósito, programar la desconexión en una hora determinada al día o determinados días, y establecer la duración. Hablamos de una transformación de hábitos a través de generar otro hábito, pero que tiene una intención meditativa, de cultivo interior y autoconocimiento. ¿Qué efectos me produce la suspensión de tal dispositivo o aplicación? ¿Qué dice de mí y de mis relaciones? ¿Qué cambia cuando vuelvo a utilizarlo? 

Esta práctica puede llevarnos a profundizar en el silencio personal, el cual es necesario tanto para nuestra vida psicológica como para nuestra vida espiritual. Blay (1991, p. 134) señala: Hemos de saber silenciar todos los niveles, pues no basta con descansar el cuerpo si la emotividad y la mente siguen su inercia de girar, girar y girar. Unos instantes de silencio mental recuperan de manera extraordinaria nuestra aptitud de pensar, de conocer, de ver”. El silencio profundo es un camino que nos permite entrar en contacto con lo esencial de la vida, con aquello que somos en verdad y, en este encuentro, tener acceso a ese altavoz que nos permite escuchar a Dios. 

Al silenciar una tecnología tomamos distancia y realizamos un ejercicio de meditación y reflexión sobre su uso y nuestra implicación con ésta, hacemos conscientes los efectos que nos produce. Nos separamos para desapegarnos y recobrar la esencia de lo humano en lo tecnológico, para reconectarnos con nosotras y nosotros mismos y, por ende, con los otros y lo otro. Desconectarnos del celular, por ejemplo, durante ese momento que se comparte con la familia o amigos, nos permite centrar nuestra atención en toda la experiencia, envolver nuestros sentidos, estar presente y, por supuesto, “sentir y gustar internamente” aquello que vivimos, como nos invita San Ignacio. Después regresaremos al dispositivo y todo estará ahí, pero lo percibiremos con otra mirada. 

BIBLIOGRAFÍA

Kemp, S. (2022) Digital 2022: Global Overview Report. Singapur: DataReportal.com. Recuperado de https://datareportal.com/reports/digital-2022-global-overview-report 

Blay, A. (1991) Personalidad y niveles superiores de conciencia. Barcelona: Índigo. 

De Castro Valdés, J. G. (2016) Silent God in a Wordy World. Silence in Ignatian Spirituality. Bogotá: Theologica Xaveriana 181. pp. 177-205.  

Marcos, A. (2018) Silencio tecnológico. Valladolid: Revista de Filosofía 15. pp. 157-176