Cuidar de la dimensión espiritual de nuestra persona nos puede ayudar a detectar las áreas o dimensiones que han sido descuidadas y a favorecer acciones para buscar una mayor integración y armonía
Recientemente, en el ITESO tuvimos ocasión de reflexionar en torno al bienestar y a la salud integral; ambos términos muy relacionados ya que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Las actividades que se llevaron a cabo en el marco del Día de la Comunidad Solidaria 2022 tenían la intención de reflexionar, como comunidad, sobre la importancia de cuidar nuestra salud y bienestar, atendiendo las diferentes dimensiones de nuestra persona como son la física, emocional, espiritual y social. En esta reflexión me gustaría detenerme en la dimensión espiritual y su incidencia en el bienestar y salud de la persona.
Hablamos de dimensiones de la persona con el fin de observarlas, de prestarles atención, pero en realidad no se viven por separado, están interrelacionadas unas con otras. El buen estado de una incide positivamente en las otras. Sin embargo, también hay etapas en la vida en que descuidamos de manera notoria alguna de ellas y, por lo tanto, nuestro bienestar y salud se ven afectadas.
La actividad espiritual
Existen diversas maneras de definir la espiritualidad. En primer lugar, vale la pena recordar que la palabra proviene del vocablo espíritu. En la tradición judeocristiana el término es “ruah”, la brisa, el aliento de vida, la fuerza que alienta la realidad. Emma Martínez Ocaña, teóloga y terapeuta psicoespiritual, define la espiritualidad como “el aliento, el talante, la actitud y el modo de situarnos ante la vida, de defenderla y afrontarla.” [1]
La experiencia espiritual abarca toda la persona. Confluyen en ella la manera cómo vivimos el misterio y la trascendencia, lo que nos da propósito y sentido de vida, la motivación última, la forma cómo nos explicamos lo que vamos viviendo, así como los principios y valores que acompañan nuestro actuar y nuestras relaciones con otros. Por ello, es importante para el ser humano reparar en su propia espiritualidad y la manera como la atiende, la promueve y la alimenta.
Los beneficios de alimentar la espiritualidad se pueden apreciar en el incremento de sensación de autoaceptación, de paz interior, en la reducción del estrés, la ansiedad y los miedos. Favorece la esperanza frente a la vida, incrementa la confianza, la alegría y la libertad. También, una vivencia espiritual promueve actuar desde una actitud más fraterna, amorosa y solidaria que posibilita tener vínculos más profundos.
La experiencia espiritual nos ayuda a “revisar y preguntarnos lo adecuados o inadecuados que son nuestros modos de estar y situarnos en la vida, nuestras dinámicas de vida” [2]. También nos ayuda a reorientar las dimensiones de la vida de manera que tengamos un mayor balance y a tener una mirada más positiva y de mayor esperanza ante lo que vivimos, lo cual también favorece el bienestar.
La actividad espiritual, además, sostiene a las personas frente a las dificultades de la vida y las pérdidas. Nos permite descubrir fuerzas que no veíamos, nos ayuda a ver las dificultades desde otra perspectiva, a no quedarnos encerrados en ellas, a integrarlas como parte de la vida y a salir fortalecidos. Desde la espiritualidad ignaciana, el jesuita Darío Mollá, SJ [3] anota que, ante la dificultad, estamos invitados a recorrer el camino de resistir, vencer, para luego vivir la dificultad como experiencia de comunión.
En el 2016, Everardo Camacho y Claudia Vega [4], junto a otros autores, recogieron en un apartado del libro Autocuidado de la salud, editado por el ITESO, hallazgos de investigaciones en los que se aprecia el beneficio de la actividad espiritual para la salud y el bienestar de las personas. Por mencionar algunos de los efectos que se encontraron están el que las personas con una vida espiritual activa presentan menos ansiedad, estrés y depresión; recurren menos al abuso de drogas y alcohol; tienen mayor estabilidad emocional, una autoimagen positiva y satisfacción con su vida; además, son personas que tienen menos problemas de salud y, cuando sufren una enfermedad, tienen más recursos y capacidad para afrontarla y darle sentido.
Algunas formas de oración
En ese mismo texto se observan los efectos de algunas formas de oración, como son la oración como agradecimiento, la oración de petición y la oración como revisión de la vida. Al orar o meditar como agradecimiento, se es consciente de los beneficios que se reciben a través de las experiencias y que no tienen correspondencia con el propio esfuerzo. El agradecer impacta el estado emocional y las personas son percibidas como más agradables y felices. “…la gratitud les protege de la desilusión, el pesar y la frustración y reduce la depresión”. Agregaría que favorecer el agradecimiento consciente es una manera de poner la mirada en lo que sí hay, en lo que sí sucede y, con ello, alimentar una perspectiva más positiva de la vida y posibilitar el seguir caminando.
Por su parte, la oración a manera de petición es un ejercicio cotidiano que implica tener presentes las propias necesidades o las necesidades de los otros, por lo que “induce un estado emocional distinto [y] se producen cambios bioquímicos benéficos en la fisiología del organismo que promueven la salud”. Ponerse en actitud de petición nos ayuda a reconocer la propia necesidad, a tener apertura a la novedad y a recibir ayuda y a darnos cuenta de que no tenemos el control de todo.
Finalmente, la oración como revisión de vida tiene que ver con “revisar las acciones o la actuación personal y contrastarla con un referente ideal fundamentado en valores tiene varias implicaciones para la persona, al reconocer los límites propios y de los otros, la capacidad de mejorar, de tener nuevas oportunidades, así como la posibilidad de perdonar con sus beneficios terapéuticos. Y el discernimiento cuando hay que tomar una decisión a futuro que implique optar entre opciones que acercan o distancian del ideal que está fundamentado en ciertos valores”. Incorporar esta revisión de la vida, con o sin una metodología particular, puede ayudar a detectar las áreas o dimensiones que han sido descuidadas y a favorecer acciones para buscar una mayor integración y armonía.
Además de estas tres propuestas de oración, son muy conocidos los efectos positivos de la oración contemplativa y de diversos tipos de meditación en los que se hace silencio y se centra la atención en el momento presente, ayudándose de la respiración pausada o la recitación de algunas palabras.
La neurocientífica Nazareth Castellanos [5] menciona que la amígdala se activa ante situaciones de miedo o de peligro, ayudándonos a reaccionar de manera efectiva. Sin embargo, también se activa ante periodos prolongados de ansiedad o estrés, provocando una hipertrofia y una hiperactivación de la misma. Se ha encontrado que una manera de regular y equilibrar el funcionamiento de la amígdala es a través de la meditación. Al incorporar periodos de media hora de meditación al día, se reduce el estrés, se reduce el tamaño de la amígdala, se observan cambios en la estructura del cerebro, se generan más conexiones y se fortalece la corteza frontal. Por tanto, la meditación aumenta el bienestar y mejora la inteligencia y la regulación emocional.
En una entrevista a un medio digital, el sacerdote Pablo D´Ors [6], ferviente promotor de la meditación a través del silencio, señala que tenemos una mente tan sobrecargada que no vemos lo que hay. Por lo que el silencio nos permite un vaciamiento que da claridad. Y añade que introducir la práctica de hacer silencio, dedicando 25 minutos al día, nos podría cambiar la vida.
¿Cómo está mi dimensión espiritual?
Podemos hacernos las siguientes preguntas para monitorear cómo está nuestra dimensión espiritual y para descubrir algunas invitaciones a profundizar en algunos aspectos de esta.
- ¿Vivo con una actitud de esperanza frente a la vida?
- ¿Tengo, durante la semana, momentos de silencio para contactar con el interior?
- ¿Reconozco lo que da sentido a la propia vida?
- ¿Experimento con frecuencia agradecimiento ante las situaciones y experiencias que se me presentan?
- ¿Tengo como referencia a Dios o a la trascendencia en la vida cotidiana?
- ¿Realizo actividades de reflexión y prácticas que desarrollen la espiritualidad?
- ¿Tengo una sensación de paz interior?
- ¿Tengo experiencias de gozo profundo con la vida?
- ¿Tengo vínculos profundos y de crecimiento con otras personas?
- ¿Disfruto momentos de contemplación de la naturaleza, el arte y la belleza?
Conclusiones
Como hemos visto, la espiritualidad se ve favorecida y enriquecida por diversas prácticas como orar, contemplar, meditar haciendo silencio, hacer discernimiento, recibir o dar acompañamiento, así como participar de ritos de celebración de la vida que le signifiquen a la persona. También se fortalece al fomentar disposiciones como el agradecimiento consciente, el cuidado de la relación con Dios o un ser superior y acrecentando actitudes como la fe, la esperanza, la confianza, el amor, la solidaridad y el servicio.
El Centro Universitario Ignaciano ofrece diversas actividades para favorecer la dimensión espiritual de la comunidad itesiana. Para cultivar el silencio, se ofrece un espacio de oración de 30 minutos, todos los jueves a las 15:00 horas, facilitado por escolares jesuitas y colaboradores del CUI.
[1] Martínez Ocaña, E. (2016). Espiritualidad para un mundo en emergencia. Madrid: Narcea Ediciones. 210p.
[2] Mollá, Darío S.J ( 2012). La Espiritualidad Ignaciana como ayuda ante la dificultad. Cuaderno Eides N°67 Editado por Cristianisme i Justícia.
[3] Ibid.
[4] Camacho Gutierrez, E; Vega Michel, C. (2016). Autocuidado de la salud. Guadalajara, México: ITESO. 241p.
[5] Castellanos, Nazareth. Lo que la meditación puede hacer por tu cerebro. En podcast TED en español, consultado el 20 de septiembre de 2022.
[6] Entrevista a Pablo D´Ors en https://sevilla.abc.es/cultura/sevi-pablo-dors-palabras-si-nacen-silencio-pueden-cambiar-mundo-202001140728_noticia.html, consultada el 19 de septiembre de 2022.
Gracias Ana Laura por este recorrido que haces en el artículo. Además del espacio de oración en silencio de los jueves, ofrecen la asignatura de autoconsciencia y meditación que va encaminada a ello. Quizá una dimensión que falte explorar en tu narrativa son las bondades de la espiritualidad más allá de los beneficios en la salud o incluso en este plano. Me refiero a la autorrealización de la evolución espiritual del ser humano, su derrotero final. El alcance de estados de consciencia superior o supraconsciencia a la que aluden los místicos de todas las tradiciones. Aquello que está más allá de una compresión racional y que se ubica sólo en el ámbito de la experiencia interna. Aquello que te permite conectar con todo, con tod@s y con Dios en su sentido más amplio. Una experiencia de Unicidad, en la que eres Uno con Dios. San Juan de la Cruz habla de dicha experiencia en su texto «una noche oscura».