Cocinar y compartir la comida con las personas que amamos guarda un profundo sentido espiritual pues teje un vínculo de vida, de valores e identidades entre quienes parten el pan y el vino, como lo hiciera Jesús en la Última Cena.

Hace tres años llegué a vivir a México. Con el tiempo, he venido cayendo en la cuenta, más y más, de que particularmente en este país, el afecto se expresa a través de la comida y de que las mejores historias se tejen en las cocinas de cada hogar. Enfatizo la palabra hogar que viene de “hoguera”, entendida esta como un fuego mantenido voluntariamente para calentarse, cocinar o celebrar ritos o fiestas. Cocinar y comer juntos en casa o con los amigos, como lo hiciera Jesús en la Última Cena, es un ritual lleno de sentido y profundo significado espiritual, aunque a veces no seamos tan conscientes de ello. Hoy, que celebramos la novedad que la Pascua que nos trae la Resurrección de Jesús, siento como si Él hubiera sido mexicano y hubiera compartido con sus discípulos unas deliciosas tortillas en el comal 

En las culturas contemporáneas, la comida nunca ha sido simplemente una cuestión de supervivencia. La comida narra la imaginación colectiva de aquellos quienes participan en los rituales cotidianos de juntarse para prepararla, luego comer y beber y, después, limpiar la mesa en la que se ha celebrado a la vida. La comida involucra un conjunto de imágenes, sueños, gustos, preferencias y valores que habla de quiénes somos desde lo profundo de nuestro ser. La comida nos “habla” de los nexos comunitarios con nuestro pasado, y hasta de los ideales dietarios, de corporalidad y de salud a nivel social.  

Sin comida indudablemente moriríamos. Desde que somos un par de células en el vientre de nuestras madres y nos vamos convirtiendo en seres humanos, el embrión debe alimentarse para sobrevivir. Así, la relevancia de la comida y su íntimo significado con la espiritualidad se establece desde la relación entre el infante y su madre, pues el alimento materno no es sólo importante para el sostenimiento físico de su hijo sino también para la supervivencia emocional. Vínculo y alimentación son ingredientes esenciales de la receta del sentido de la vida humana. Pero esto sólo es el inicio. Hay más. La comida también es un asunto ético y de relevancia política. Se trata de valores y de moralidad, de ritualidad y de celebración, de salud y de enfermedad, de riqueza y de pobreza. La comida y su preparación son una forma de arte, un deleite y un fetiche, inclusive puede convertirse en adicción. La comida bien aprovechada puede sostenernos, pero mal empleada puede destruir nuestra salud. 

La comida narra la imaginación colectiva de aquellos quienes participan en los rituales cotidianos de juntarse para prepárala, luego comer y beber y, después, limpiar la mesa en la que se ha celebrado a la vida. 

Y en este punto, ¿qué nos puede decir la Sagrada Escritura, como intento de mensaje esperanzador? En la Biblia abundan imágenes, metáforas y alegorías alrededor de la comida. La comida es algo central en nuestra relación con Dios. El anhelo y el deseo de nuestra comunicación con Dios y la necesidad de ser satisfecha puede encontrar respuesta a través del simbolismo bíblico. Desde el libro del Génesis, donde todo empezó por una manzana que fue comida en el Jardín del Edén, hasta la sublime sensualidad del libro del Cantar de los Cantares, se habla del mutuo anhelo entre el amor de Dios por nosotros y el de nosotros por Él expresado cómo el lenguaje del deseo que, a su vez, se convierte en el lenguaje de la comida. 

Los Evangelios muestran a un Jesús que nos enseña a vivir de acuerdo con la ley del amor. Una de las principales formas de amar mostradas por Jesús es compartirnos a nosotros mismos, partiendo el pan del corazón. Este compartirnos, requiere desprendimiento, compasión y un constante cuidado por los demás. Estos atributos y prácticas espirituales son intrínsecas a la hospitalidad, máxima expresión de la espiritualidad cristiana. ¡Jesús fue radical! Jesús se deleitaba en la amistad particularmente con los excluidos, los pecadores y la gente común y corriente. El dedicaba tiempo especialmente con aquellos que necesitaban sentir protección, perdón y una palabra de aliento. Hay muchas narraciones en los evangelios que reflejan este compañerismo de Jesús resultaba completamente sanador y transfomador a través de la experiencia del compartir de la comida. Entre otros ejemplos encontramos la historia de Zaqueo o la de la multiplicación de los panes. En esta última, el simbolismo espiritual de la comida es ricamente expresado. Los doce discípulos con doce canastas representan a Israel reunida por Jesús y siendo alimentada por Dios padre/madre que sostiene, nutre y provee a buen tiempo. 

Una de las principales formas de amar mostradas por Jesús es compartirnos a nosotros mismos, partiendo el pan del corazón. Este compartirnos, requiere desprendimiento, compasión y un constante cuidado por los demás. Estos atributos y prácticas espirituales son intrínsecas a la hospitalidad, máxima expresión de la espiritualidad cristiana. 

Finalmente, en la Última Cena, Jesús se sienta a comer con sus amigos y amigas. Esta última comida conlleva la referencia simbólica clave para las sucesivas generaciones, por medio de la institución de la eucaristía: la vida, muerte y resurrección de Jesús es conmemorada en la fracción del pan. La misión de Jesús es incluyente hasta el final, al punto de compartirse a él mismo. Todos estamos invitados a sentarnos alrededor de la misma mesa y a hacer otro tanto. 

¡Jesús fue radical! Jesús se deleitaba en la amistad particularmente con los excluidos, los pecadores y la gente común y corriente. Dedicaba tiempo especialmente con aquellos que necesitaban sentir protección, perdón y una palabra de aliento. Hay muchas narraciones en los evangelios que reflejan este compañerismo de Jesús resultaba completamente sanador y transformador a través de la experiencia del compartir de la comida.