Si hablamos de identidad ignaciana, hablamos de una persona o un grupo de personas (institución) que relacionan su identidad personal con la propuesta ignaciana, la cual hunde sus raíces en la vivencia espiritual de San Ignacio de Loyola, particularmente desde la experiencia personal de los Ejercicios Espirituales, de la reflexión y vivencia cotidiana de su espiritualidad. Esta persona o institución ha asimilado los valores y principios ignacianos, y orienta en ese sentido sus acciones y modo de ser. De esta experiencia, que necesariamente ha de ser espiritual, y por lo tanto no solo racional o sensible, brotan los criterios que guían el proceder al modo ignaciano. Vivir la experiencia espiritual ignaciana impulsa a un “modo nuestro de proceder” como lo señalaba el Padre Pedro Arrupe, SJ; nos lleva a adquirir un conjunto de actitudes, valores y patrones de conducta que guían nuestra vida y que expresan nuestra fe y adhesión a la misión de la Compañía de Jesús en el servicio de la fe, la promoción de la justicia y la reconciliación”. Estas son las características de este “modo de proceder”:
Amor personal a Cristo cultivado en la oración y la relación personal con Él; disponibilidad entendida como prontitud, agilidad y libertad para la Misión que se nos confía; sentido de gratuidad, libre de todo interés propio y libre para la Misión; universalidad, sin barreras de discriminación; sentido de cuerpo, hemos sido reunidos como compañeros de una misma misión; sensibilidad para lo humano y solidaridad, sentido de servicio desinteresado; rigor y calidad, brota de la importancia de la Misión, que supone preparación, competencia, espíritu crítico y rigor intelectual; amor a la Iglesia, como entrega de la persona al servicio del pueblo y a la edificación de la Iglesia de Cristo; sentido de humildad, servicio colaborativo sencillo y silencioso, sin afán de protagonismo; sentido de discernimiento, permanente actitud de búsqueda y escucha del Señor.
Como ITESO, la identidad ignaciana es nuestro modo de ser universidad, desde una tradición educativa de hace más de cinco siglos, con un estilo particular de realizar las funciones sustantivas universitarias y que, a través de las tareas universitarias, hace presente la Misión de la Compañía de Jesús promoviendo la justicia, la inculturación y la reconciliación tanto ad intra como ad extra. Esa identidad, que hunde sus raíces en la herencia ignaciana y jesuítica, la continuamos construyendo, la actualizamos en nuestra manera concreta, aquí y ahora, al enfrentar universitariamente la realidad de nuestro contexto, cimentados en nuestras bases espirituales y en el cultivo interdisciplinar de saberes, ordenando los medios a los fines, es decir a la Misión.
En la segunda semana de los Ejercicios hacemos la meditación de “El llamamiento del Rey” [EE 91-98] que, después de haber experimentado un amor que se desborda de su corazón y “tanto bien recibido”, invita al ejercitante a escuchar y responder al llamado por realizar las bienaventuranzas afanarse porque todos tengan tierra para vivir, consolar, trabajar por la justicia, dar alimento a los hambrientos, escuchar y consolar con misericordia, tener un corazón recto, buscar activamente la paz (cfr. Mt 5, 3-12). Como universidad Jesuita, estamos llamados a ser una universidad cuyos profesores, directivos y alumnos sean competentes, compasivos, conscientes, y comprometidos con la realidad que contemplan; buscadores permanentes de la verdad y la paz, empeñados en construir una sociedad más justa y humana. La identidad ignaciana nos impulsa a sentirnos conectados entre nosotros, así como con las esperanzas y luchas de los pobres y los marginados.
El sello de la educación jesuita
En el siglo XVI el jesuita Diego de Ledezma, teólogo y pedagogo en el Colegio Romano (hoy Universidad Gregoriana), fue el principal autor de la Ratio Studiorum, el primer plan de estudios, que en 1599 estableció formalmente el sistema educativo de la Compañía de Jesús, desde entonces centrado en el conocimiento experiencial, el diálogo entre profesores y estudiantes para formar integralmente a la persona, en todas sus dimensiones constitutivas, promoviendo la dignidad y el desarrollo de todas sus capacidades mediante el pleno desarrollo intelectual, moral y religioso.
Este modelo consiste en un conjunto integrado de valores y experiencias pedagógicas con las características de: utilidad, justicia, humanidad y fe (utilitas, iustitia, humanitas y fides). Este paradigma inspira tanto la gestión educativa, como la docencia, la investigación y la proyección social, además del perfil de los profesionales que se pretende formar.
Utilidad (utilitas): La educación jesuita ha buscado ser siempre práctica, tanto en la investigación como en la docencia, enfocada a la solución de los grandes problemas que afectan a la humanidad. Desde la docencia promueve la formación de profesionales conscientes de poner sus conocimientos y capacidades al servicio de la sociedad para la construcción de una sociedad justa, con oportunidades para todos sus habitantes y respetuosa de la dignidad humana.
Justicia (iustitia): Promueve la sensibilidad de académicos, administrativos y estudiantes para que sientan como prójimo (cfr. Lc 10,30-37) a cada ser humano y la realidad entre en sus vidas y aprendan a pensarla críticamente y a responder a ella de manera comprometida: aprender a percibir, pensar, juzgar, elegir y actuar a favor de los derechos de los demás, especialmente de los más desaventajados”.
Humanidad (humanitas): Busca el desarrollo integral de las personas, está orientada a la formación de personas conscientes, competentes, compasivas y comprometidas.
- Conscientes de sí mismas y del mundo en el que viven, con sus dramas, alegrías y esperanzas.
- Competentes para afrontar los problemas técnicos, sociales y humanos a los que se enfrenta un profesional.
- Compasivos. Sensibles ante el gozo y el dolor de los demás, dispuestos a acompañarlos y trabajar por ellos. Esta compasión que siente prójimo y hermano al otro, les lleva al compromiso activo y creativo.
Fe (fides): Fomenta la experiencia personal de encuentro profundo consigo, de confianza en todo ser humano, para descubrir una potencialidad que le trasciende. La fe permite a la persona salir de sí misma para amar desinteresadamente y orientar el sentido de la propia vida.
La fe (fides), esta experiencia personal que se comparte comunitariamente, es lo que impulsa en la persona el deseo y la lucha paciente y apasionada por servir a sus prójimos y a la sociedad como grupo (utilitas), por luchar para transformar el mundo mediante la solidaridad, el amor y la reconciliación –incluyendo a la creación– (iustitia), por mirar con amor, respeto y apertura a todo ser humano, desde una convicción sólida y activa en el amor de Dios a sus creaturas y a desarrollar sus capacidades de trascendencia (humanitas).
«Como ITESO, la identidad ignaciana es nuestro modo de ser universidad, desde una tradición educativa de hace más de cinco siglos, con un estilo particular de realizar las funciones sustantivas universitarias y que, a través de las tareas universitarias, hace presente la Misión de la Compañía de Jesús promoviendo la justicia, la inculturación y la reconciliación tanto ad intra como ad extra. «