La ansiedad por el cierre de semestre y de año puede llevarte a abusar de alimentos que solo ofrecen un alivio a corto plazo; aprender sobre tu relación emocional con la comida te ayuda a autorregularte y a tener equilibrio en tu consumo alimenticio 

Cada final de semestre y de cierre de año se mezclan diversas emociones derivadas de cerrar ciclos y del trazado de nuevas metas: hacer dieta, ejercicio, estudiar algo, hacer un nuevo proyecto, entre otras. Pero cierto es que es una etapa nostálgica y de diversas reuniones y festividades navideñas en las que solemos descuidar nuestra alimentación. 

Existe un vínculo entre la alimentación y emociones, es decir lo que comemos tiene su causa en las emociones y de igual manera, nuestra dieta puede condicionar nuestro estado anímico y emocional. Para Goleman (1995) las emociones son impulsos que nos llevan a actuar, reacciones automáticas evolutivas. Es decir, las emociones son respuestas fisiológicas ante estímulos o situaciones concretas, que cumplen una función adaptativa y de supervivencia. Se caracterizan por tener una intensidad y una temporalidad. Cuando una emoción se manifiesta, experimentamos cambios corporales, cambios en el sistema nervioso y en el sistema endocrino.  

Las emociones influyen en la conducta alimentaria de manera cotidiana, ya que a pesar de que la alimentación es una necesidad fisiológica básica, el acto de comer se encuentra mediado por múltiples factores psicoafectivos, patrones de comportamiento, hábitos y pautas socioculturales. Lo que consumimos no necesariamente está asociado con indicadores de calidad o valor nutricional, sino lo contrario, solemos comer lo que está encarnado en nuestras memorias, nuestras emociones, lo que nos satisface, lo que supuestamente nos quita el hambre al momento inmediato o lo que nos ayuda a contrarrestar el estrés y la ansiedad.  

Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) de 2021, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), refirió que México se encuentra entre los países con mayor obesidad, destacándose los mexicanos de los 30-39 años, es decir, una edad productiva laboral. 

Las emociones afectan las respuestas alimentarias en las distintas etapas del proceso de ingesta: desde la motivación para comer, las respuestas afectivas a los alimentos, la elección de alimentos, la masticación, la cantidad ingerida, el metabolismo y la digestión. Por ejemplo, cuando una persona está estresada generalmente ocurre una supresión en la ingesta de alimentación o, por el contrario, una ingestión compulsiva de alimentos, en especial, de carbohidratos o de alimentos dulces y ricos en grasas. Lo que ocurre a nivel químico, en el estrés, es que la corteza suprarrenal produce secreciones de glucocorticoesteroides, que son hormonas que estimulan la formación de glucosa a partir de proteínas; éstos, junto a la insulina, estimulan el impulso e ingestión de alimentos no tan saludables.  

Cuando estamos ansiosos, hay alimentos que ayudan a calmar la ansiedad, porque en su composición existen aminoácidos que estimulan la liberación de serotonina, que es un neurotransmisor relacionado con el control de las emociones y el estado de ánimo, así como regula el apetito y sensación de saciedad.  

No todo se soluciona comiendo y si así fuera llevaríamos nuestra salud al límite. Cuando comemos para calmar nuestras emociones, escogemos alimentos grasos, lo cual puede desencadenar un exceso en la dieta, desequilibrando y causando enfermedades.  Es por ello necesario reconocer nuestra relación emocional con la comida, para poder autorregularnos y tener equilibrio en nuestro consumo. 

Una dieta saludable nos ayuda a sentirnos bien. Llevar una dieta nutritiva de proteínas, cantidad de fibra soluble, probióticos y agua, nos ayudará a vivir más años. Nuestra relación con la comida es bidireccional, ya que la comida afecta nuestras emociones como a la inversa.  

Estrategias de autocuidado para alimentarnos mejor

  • Lleva un registro de tus comidas diarias, identifica factores o situaciones detonantes de baja o de alta ingesta de alimentación.  
  • Recurre a otras actividades placenteras que no impliquen el consumo de alimentos y te mantengan en movimiento, como escuchar música, meditar, leer, hablar con amigos. 
  • Monitorea tu peso y nivel de grasa corporal con un profesionista del área de nutrición.  
  • Realiza ejercicio habitual.  
  • Come bocadillos saludables bajos en grasas entre comidas.  
  • No se trata de dejar de comer lo placentero o las comidas favoritas, sino de aprender a disfrutarlas, no que se conviertan en sustitutos emocionales.  
  • Busca ayuda psicológica para desarrollar la autorregulación de emociones, manejo de ansiedad y control de la conducta alimentaria.  
  • Apóyate en tu familia, amigos y compañeros.  Reconoce tus autoexigencias y aprende a aceptarte cómo eres y no cómo quisieras ser.  

¡Esperamos estas estrategias te puedan ayudar para cuidar más tu alimentación emocional en estas próximas fiestas decembrinas!

 

Referencias bibliográficas:

Goleman, D. (1995). Inteligencia emocional. Barcelona: Paidós, 1997. 

Rodríguez-Santos, F., Aranceta Batrina, J. Serra Majem, Ll. (2008). Psicología y Nutrición. Ed. Elsevier Masson. 

FOTO: Luis Ponciano