Estudiantes y profesores del Proyecto de Aplicación Profesional, Programa Indígena Intercultural en el verano de 2019, participaron en la realización de tres cortometrajes colaborativos con jóvenes wixáritari del Centro Educativo Intercultural Tatutsi Maxakwaxi y el bachillerato EmSAD 51 de la comunidad de San Miguel Huaixtita.

POR ANDREA GODÍNEZ NAVARRO, NORMA LAMADRID Y FRANCIA CASTILLO

Hacer cine es, de por sí, bastante complicado. No sólo son los fierros, las jornadas largas, el poco presupuesto, el trabajo en equipo; conlleva introspección y comunicación constantes que, francamente, resultan muy estresantes. Sin mencionar las jerarquías, los gritos y los ataques de pánico. A veces el proceso es tan asfixiante que parece no merecer la pena.  

Hacer cine en la sierra de Jalisco con gente “sin experiencia”, sonaba desafiante. El clima, los servicios, el idioma, los códigos culturales, el viaje mismo resultaban un reto. Para la mayoría del equipo, ésta era la primera vez que trabajábamos con una metodología participativa y ninguno de nosotros había pisado previamente la comunidad. No teníamos idea ni quiera si habría electricidad constante o si alguien estaría interesado en la idea de hacer “videítos” de su día a día.

Resultó que en algo teníamos razón: no sabíamos nada de la comunidad y su cultura, y todo tuvo que cambiar. Lo que no imaginamos fue que las tres semanas siguientes, por más estresantes que fueran, estuvieron llenas de aprendizajes, diálogo y comunidad, valores que hemos encontrado casi escasos en nuestro regreso a la ciudad. Este proceso creativo resultó un pretexto tanto para nosotros como para los jóvenes de explorar y reapropiarse de las historias que forman parte de la cosmovisión de su cultura, comúnmente contadas por los adultos; así descubrimos que el audiovisual se convierte en una herramienta para preservar la memoria colectiva y para propiciar encuentros interculturales e intergeneracionales. Entendimos más allá de la teoría, la importancia de vernos representados en los otros, no sólo en el cine, pero cotidianamente, de escuchar la historia del otro sin juzgar, de valorar lo que sabemos y lo que no. Dialogamos de verdad en tal vez toda nuestra vida, y al sentirnos más innecesarios y fuera de lugar, fue cuando más nos abrieron los brazos, nos dieron tortillas, nos llamaron amigos.  

Meses después, continuamos con este proceso de aprendizaje, ahora colaborando con la asociación Jóvenes Indígenas Urbanos de la Zona Metropolitana de Guadalajara (JIU), quienes luchan todos los días porque sus huellas no sean borradas y sus palabras escuchadas, a través de herramientas audiovisuales que permitan una comunicación directa y efectiva ante situaciones de crisis y necesidad. Ante este escenario distinto, reafirmamos la importancia del diálogo previo e intercultural para la realización de este tipo de intervenciones colaborativas, ya que creemos que el enfoque debe de recaer en hacer comunidad y no tanto en el producto tangible.  

Hoy en día, el aprendizaje de ser comunidad y de acompañarnos en la incertidumbre resuena más que nunca, no sólo por la soledad física que nos envuelve, pero por la importancia de replantearnos si la manera en la que somos sociedad es la correcta, desde cómo producimos, ya sea cine o los alimentos, hasta cómo nos comunicamos entre nosotros. Pensar en otras formas de vivir, en otros sistemas, con otras reglas más humanas y menos egoístas, con procesos que, en lugar de asfixiarnos, nos recuerden el sentido de resistir y coexistir.   

Para conocer más de esta experiencia, pueden ver aquí el video donde se resume la experiencia del Taller Audiovisual Comunitario en San Miguel Huaixtita.