Con el 14 de febrero en puerta, académicos del C-Juven del ITESO conversan acerca de las nuevas y las antiguas formas de vivir el amor en el ambiente universitario, y recomiendan qué debe tenerse en cuenta para la vivencia del amor romántico en esta etapa de la vida

El mito más popular de El banquete de Platón es aquel contado por Aristófanes, quien aseguraba que antiguamente los seres tenían dos cuerpos, cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas, y que poseían dentro de sí tres géneros, masculino-masculino, femenino-femenino, y femenino-masculino. Al ser arrogantes y peligrosos para los dioses, Zeus decidió partirlos en dos mitades, y los condenó a buscarse a través del eros a lo largo de la vida, para no morir de nostalgia. 

Esta leyenda griega ha perdurado a lo largo de la historia de la humanidad, a veces de modo pernicioso y afirmando mitos del amor romántico que nos han tenido anhelando a aquella persona que nos “complete”, que satisfaga no sólo nuestros impulsos, sino algo más que no sabemos precisar; que nos acompañe y nos ame incondicionalmente. Se convirtió en ritual de maduración humana, en mecanismo biológico de supervivencia de la especie y en construcción cultural.  

La etapa universitaria trae consigo un tiempo para la conformación de nuestro ser profesional; para otros es también el inicio de la inquietud por buscar una pareja para la vida. Pero eso está cambiando. Ante esto, conversamos con psicólogos del Centro de Acompañamiento y Estudios Juveniles del ITESO (C-Juven), para descubrir qué esperan ahora los jóvenes del amor en esta etapa, qué conceptos nuevos del amor flotan en el ambiente, y también para saber si continuamos siendo una sociedad ávida de amor. Como ocurre usualmente en estos temas, las respuestas no son unívocas.  

El amor está en todas partes

Una nueva educación sentimental se está gestando en las nuevas generaciones; en ella, el bienestar emocional y el amor siguen siendo parte fundamental. De acuerdo con la psicóloga Diana Aguiar, en la universidad suele empezar el interés por una pareja, ya no sólo el amor de amigos o de familia, sino también el deseo de intimar con alguien: la inquietud por encontrar una persona especial con quien compartir la vida. 

“Mucho de lo que nos comparten [los estudiantes] tiene que ver con ruptura de pareja, anhelo de una pareja o situaciones de conflicto con la pareja. Sigue estando presente el anhelo de una pareja, digamos, monogámica; sin embargo, algunos reconocen que a lo mejor no pueden ser muy duraderas, porque, por ejemplo, están todavía muy jóvenes, o porque se quieren ir a estudiar un posgrado, se quieren ir del país o tener otro tipo de experiencias. Reconocen ese anhelo de pareja, pero también que probablemente no va a ser con la pareja de la universidad con quien logren cumplirlo”, refiere.  

Aguiar explica que también hay nuevos estilos de relaciones, por ejemplo, las abiertas, que algunas veces son las que sostienen las y los estudiantes de intercambio que llegan al acuerdo de abrir su relación mientras está la distancia de por medio. Sin embargo, a futuro, muchos siguen visualizándose con una pareja, y el presente lo ven como un tiempo para la exploración, para desarrollarse en otras áreas de la vida. Es hasta alrededor de los 30 años cuando se ven a sí mismos con una pareja. Es decir, está cambiando la estructura del amor para esta etapa juvenil. 

“Muchos de ellos lo que desean es no divorciarse. Varios vienen de familias donde se ha dado el divorcio entre sus padres, y una de sus aspiraciones es no pasar por lo mismo. Incluso, a veces prefieren mejor no casarse. Pero sí, en su anhelo e idealización, dicen: ‘Yo no voy a cometer las equivocaciones que cometieron mis padres’”, añade Aguiar. 

Víctor Manuel de Santiago, también académico del C-Juven, explica que de la preparatoria al ámbito universitario suele haber una transición muy fuerte, tanto a nivel identitario como de proyecto de vida. En ese sentido, pueden ocurrir dos escenarios: llegar con una pareja a la universidad, lo que implica grandes cambios para la relación, o llegar estando en búsqueda o receptivos a entablar una nueva.  

“Cuando se tiene acceso a carreras de mayor exigencia académica y de mayor demanda de tiempo, las relaciones interpersonales pueden quedar en segundo plano. Está también la sobreindividuación, el decir: ‘Bueno sí, somos pareja, pero yo hago mis proyectos aparte y tú los tuyos’. Cuando eso ocurre, los integrantes de la pareja inadvertidamente se desarrollan como individuos, y el proyecto de pareja puede verse disminuido, lo cual puede llevar a una situación de desamor”, señala.  

El amor propio; el amor múltiple

Puede sonar un poco a cliché, pero el primer desamor, a veces, es el desamor propio. Es vital seguir ciertas pautas para que las personas se consideren a sí mismas como prioridades en una relación, ya sea que se trate de una forma convencional de amor de pareja o de otro tipo de vínculo.  

“Nos hemos enfocado mucho en el amor de pareja, pero hay otros tipos de amores que van a nutrir las situaciones de amor y desamor. Si no hay una red de apoyo —con amores como el familiar o el fraternal, incluso la empatía general con otros seres humanos—, lo que llega a pasar es que, erróneamente, se apuesta todo a la relación de pareja”, advierte De Santiago. 

Aunque hay nuevas formas de relacionarse, el especialista considera que sigue habiendo poca claridad en lo que esto implica. Se habla de relaciones abiertas o poliamorosas, pero las reglas de convivencia no están bien definidas y eso lleva también a situaciones de desamor y de infravaloración individual: “Si esas reglas no se explicitan, puede haber muchas lastimaduras. Esta generación está más consciente de la importancia de la responsabilidad afectiva, pero a veces ese mismo discurso puede ser inadvertidamente utilizado como una barrera”.  

Para el también psicólogo Daniel Gómez, un factor que influye mucho en los jóvenes hoy en día es la idealización, que se construye debido al bombardeo que reciben tanto de sus familias como de las expectativas sociales. 

“Muchas personas tienen esta idealización romántica de que ‘Mi pareja tiene que ser de cierto modo’. Hablar de lenguajes del amor es precisamente poder identificar cómo yo comunico ese amor y, también, cómo me gustaría recibirlo. Es decir, no hay ningún problema en que tengas una relación poliamorosa, pero que todas las personas sepan. Incluso dentro del poliamor hay diferentes tipos. El chiste es que todo mundo sepa cuáles son los acuerdos”, explica.  

El amor feminista

Los últimos años han traído consigo una mayor apertura para la sexualidad de las mujeres, con una creciente atención a las causas que defiende el feminismo y, también, a las nuevas masculinidades, así como una conciencia mayor de los componentes esenciales del amor de pareja, que incluye la intimidad, la pasión y el compromiso. Intimar con el otro no sólo en el plano físico, sino también ser amigos, compartir pensamientos y sentimientos. 

“Es algo que no se veía en los 80 o los 90, la libertad con la que ahora hablan las chicas y los chicos acerca de la sexualidad femenina. Ahora ellos reconocen que sus novias pueden haber tenido ya experiencias sexuales y no les causa conflicto: ése es un gran cambio. Otro cambio es que ahora importan tanto los planes de él como los de ella; se sigue viendo cómo la llegada de los hijos va a interferir con su trabajo y piensan: ‘¿Cómo le voy a hacer?’. En las mujeres sigue presente esa preocupación, pero también reconocen que eso debe ser entre dos. Los hombres van pudiendo decir que también ellos pueden llorar, que también sienten y se pueden expresar”, dice Aguiar.  

Gómez afirma que en el ITESO este pensar se fomenta mucho, pero también la libertad de expresar quién eres desde el punto de vista de las sexualidades diversas: “La sexualidad abarca muchísimo, desde la identidad de género, la tendencia sexual, la preferencia sexual, infinidad de cosas; pero el punto principal es entenderla como la manera en que me vinculo con el otro y con aquello con lo que me voy identificando. Claramente, mi sexualidad no me define en un todo, pero sí es una forma que me facilita interactuar con los demás. Nos han llegado muchos chavos que siguen sintiéndose muy incómodos con su sexualidad o con su preferencia sexual debido a cuestiones culturales y a la tradición familiar, y buscamos trabajar en eso”. 

El amor hiperconectado

Fulana conoce a Zutano en Tinder o en Bumble, luego de varias horas de swipear. El amor ahora crece frente a una pantalla de cristal líquido, pero una vez concretado el ligue, siempre es preferible la presencialidad. Las redes sociales implican nuevas dinámicas y estímulos, pero también nuevas paranoias. Un ‘Me gusta’ o un ‘Seguir’ nos confirma cierto interés; si ya estamos en pareja, esperamos con ansias la reafirmación social de la relación con una foto juntos en el perfil; si no, nos preguntamos: “¿Por qué me niega?”; si ya nos separamos, la red nos puede decir a dónde se fue, si ya anda con alguien más, si vio mi historia y entonces todavía me extraña o piensa en mí. La aplicación se convierte en algo que da esperanza o la quita totalmente. 

Cual detectives, nos volvemos arquetipos de la sospecha. Si vemos a nuestra pareja clavada obsesivamente en el celular, y dado que nos conocimos de ese modo, nuestro primer pensamiento es que sigue utilizando la aplicación para buscar a alguien más; si no obtenemos respuesta inmediata en un chat que compartimos, levantamos la ceja; si la pareja acude a una fiesta con amigos, monitoreamos compulsivamente las historias de la reunión para comprobar que no nos están engañando (o que sí). 

“Las redes sociales implican también una inmediatez de estímulos. Ciertas situaciones que en otras épocas se vivían con cierto tiempo de espera, ahora ya no lo tienen. Si no se tiene cuidado, eso se puede desdoblar en algo muy tortuoso. La significación de las redes sociales es importante: ya no es solamente una plataforma para compartir cosas, sino que son un elemento simbólico de a quién dejo entrar y a qué aspectos de mi vida”, considera De Santiago. 

FOTO: Zyan André