Hay casi 800 millones de analfabetos adultos en el mundo (el 84% de la población sí sabe leer, según la Unesco), de los cuales, 5.3 millones son mexicanos. El Día Internacional de la Alfabetización (8 de septiembre) es un buen pretexto para preguntarnos: ¿Sabemos leer? 

La alfabetización es la herramienta por excelencia utilizada por el ser humano para llevar a cabo adecuadamente diversas actividades y comunicarse. Sin embargo, un gran número de personas no saben leer ni escribir, y otro tanto apenas comprende lo que lee.

Es casi inevitable que estés en la calle y no veas los nombres de avenidas, rutas de camiones, anuncios espectaculares, mensajes en tu celular, periódicos y cuantas frases te topes en el camino de la casa a la escuela. Leemos todo el tiempo.

Pero, ¿realmente les pones atención y entiendes lo que dicen? Cuando lees los textos tus materias en el ITESO, ¿comprendes todo lo que intentan decirte?

En la actualidad sociedad del conocimiento, leer y escribir se han vuelto actividades fundamentales y cotidianas para el desarrollo integral del ser humano, aunque quienes cuentan con ambas herramientas suman apenas el 16% de la población mundial. 774 millones de personas no saben leer y escribir.

Ante este enorme déficit, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), instituyó el 8 de septiembre como el Día Internacional de la Alfabetización, con el objetivo de emprender numerosas acciones en los cinco continentes y recordarle a los países que la alfabetización es un derecho humano, la base del aprendizaje y un motor para la justicia social y el desarrollo sostenible.

Irina Bokava, directora general de la Unesco, señala que “la alfabetización es mucho más que una prioridad educativa. Es la inversión del futuro por antonomasia”, ya que con esta se pueden desencadenar diversas acciones: reducir la pobreza, mejorar los índices de salud o frenar el crecimiento demográfico, entre otras.

 

Cuba, a la cabeza en alfabetizados

Según datos de la Unesco en 2011, Cuba es el país que posee la tasa más alta de alfabetismo en personas mayores a 15 años, con el 99.8%, al igual que Estonia y Letonia. En México, la tasa es de 93.5%, por debajo de Colombia, que ostenta un 93.6% de sus adultos alfabetizados.

Sin embargo, el alfabetismo no se resume en el hecho de saber leer, escribir y hacer operaciones matemáticas simples; también significa comprender lo que estamos leyendo. Cuántas veces cambiamos de página y no sabemos a ciencia cierta qué es lo que acabamos de leer; leemos por leer, apuntan los expertos.

Para José Antonio Ray, especialista en educación cognoscitiva por el ITESO, comprender es un proceso complejo, ya que es un conjunto de varias acciones, tales como analizar, razonar, inferir y relacionar. Menciona que la comprensión lectora no es distinta a la compresión de otras actividades que realizamos, como conversar o ver la televisión. Para él, en el acto de comprender no solo intervienen capacidades cognoscitivas, sino también afectivas, como el interés genuino y la actitud al realizar dichas acciones.

Y es que el sentido que nosotros le damos a lo que leemos es fundamental, es allí donde definimos si le prestamos atención a lo que leemos o únicamente lo hacemos mecánicamente para salir del apuro.

“Lo importante en la lectura es que puedas establecer una relación entre lo que lees, los significados del texto y los conocimientos que tú tienes”, apunta Ray.

Pero a veces comprender textos no es tan sencillo y necesitamos releerlos, quizá porque tienen muchas palabras rimbombantes o definiciones que desconocemos, por lo que tenemos que hacer uso de herramientas como el diccionario. En ocasiones también tenemos que plasmar en papel lo que estamos entendiendo, para luego comprender el texto con más facilidad, elaborando mapas conceptuales, cuadros sinópticos y resúmenes, entre otros recursos.

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¿Qué es la literacidad?

Rebeca Mejía, especialista en diversidad cultural en el desarrollo sociocultural cognoscitivo, prefiere utilizar el término literacidad en lugar de alfabetización, ya que en este no se trata de saber leer y escribir, sino de poder aplicar el conocimiento aprendido en nuestro accionar diario, en lo cotidiano.

“No solo es leer, es asimilar el conocimiento que impacta en tu vida”, afirma la académica del Departamento de Salud, Psicología y Comunidad y responsable del PAP “Desarrollo infantil de la literacidad”, quien recalca la importancia que tiene para un niño ser alfabeto. Leer y escribir es fundamental no solamente en el ámbito escolar, sino también fuera de él, pues enriquece acciones vitales para poder vivir en este mundo plagado de mensajes.

Sin embargo, la literacidad no es algo que se pueda aprender, es una habilidad que cada persona forma a través de sus contextos, relaciones y procesos. Por ello, la literacidad es ajena de lo académico, es más una meta personal, una comunicación, una forma de vida, apunta la especialista. También es saber cuáles son las prácticas pertinentes para los distintos contextos y emplear estos conocimientos (leer y escribir) para desarrollar una función, un bien social y así comprender su propia cultura. Por tal motivo uno nunca deja de aprender, es un proceso constante.

Bajo dicho concepto, Mejía está a cargo del Proyecto de Aplicación Profesional (PAP) “Desarrollo infantil de la literacidad”, donde a través de un modelo sociocultural no escolar, los estudiantes de licenciatura buscan que los niños se interesen en la lectoescritura, haciéndola atractiva.

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Las cifras de analfabetismo que la Unesco publicó en 2011, apuntan que Bangladesh es el país que cuenta con un mayor número de personas analfabetas, con poco más de 44 millones, seguido de Indonesia con casi 13 millones. México se ubicaba en la séptima posición, con 5 millones 300 mil analfabetas, alrededor del 7% de la población mayor de 15 años.

Según datos del Censo de Población y Vivienda 2010 del INEGI, se estima que en México 6 de cada 100 mujeres y 8 de cada 100 hombres no saben leer y escribir. En Jalisco, el 4.4 % de la población mayor de 15 años es analfabeta.

 

¿Eres analfabeta funcional?

Cuando a una persona se le dificulta leer, escribir o realizar operaciones básicas de cálculo aritmético, se dice que es analfabeta funcional, ya que puede comprender frases simples pero no es capaz de valerse de ellas en su vida cotidiana, como rellenar un cuestionario o seguir instrucciones escritas.

Hoy en día, utilizamos la palabra analfabeta para describir que alguien no sabe cómo hacer algún proceso u operar algún aparato o máquina. Hay analfabetas en matemáticas, analfabetas internautas, analfabetas científicos, analfabetas tecnológicos… Y en muchas ocasiones este analfabetismo es funcional, ya que tenemos ideas o nociones de los temas o tareas, pero desconocemos los procesos para llevarlas a cabo debidamente.

 

Los métodos deben cambiar

Para Mejía, como para Ray, es necesario cambiar los métodos y perspectivas con que se enseña a los niños a leer en las escuelas. Para los niños leer y escribir, en especial leer, se han convertido en una actividad aversiva. Mejía comenta que deben de enseñarse de manera que les sea divertido y llamativo, ya que con ellas se pueden relacionar con otras personas.

Ray menciona que en los programas escolares se califica la fluidez, la velocidad y la comprensión de la lectura, pero a veces, dentro de los salones de clase se hacen concursos de lectura rápida y en voz alta lo que ocasiona que los niños agilicen su lectura sin comprender nada de ella.

Por otro lado, Mejía critica el sistema educativo, menciona que si se ha avanzado tanto científicamente, por qué se sigue empleando el mismo sistema de clases magisteriales. Asegura que es necesario que el alumno también ponga de su parte, que se vuelvan más inquietos, que cuestionen, dialoguen, pregunte más y no solo se queden sentados en las butacas. Texto Claudia Flores Ilustración de Gibran Julian/Foto Archivo

 

¿Entiendes los siguientes textos?

«A las doce y cuarto, cuando la orquesta iba ya llegando al fin de su programa, se produjo un incidente que, sin restar en lo más mínimo la solemnidad a la fiesta ni interrumpirla, obligó al señor de la casa, en atención a sus obligaciones comerciales, a dejar por un momento a sus invitados. Durante una pausa la orquesta, presentóse, turbado por la presencia de tanto personaje, el más joven de los mercurios de la oficina, un muchachito muy cargado de espaldas, con el rostro sonrojado y hundido más de lo común entre los hombres, que, bamboleando sus brazos, flacos y desmesuradamente largos, llegó con aspecto de traerle algo importante, llevando en la mano un papel doblado: un telegrama. Mientras subía miraba con sus ojos en todas direcciones, buscando a su jefe y, cuando dio con él, dirigiéndose a través de la multitud, abriéndose paso a fuerza de disculpas y perdones».

Fragmento del libro Los Buuddenbrook, de Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura 1929.

 

«No resulta fácil establecer el estatuto de las discontinuidades con respecto a la historia en general. Menos aún sin duda con respecto a la historia del pensamiento. ¿Se quiere trazar una partición? Todo límite no es quizá sino un corte arbitrario en un conjunto indefinidamente móvil. ¿Se quiere recortar un período? Pero, ¿se tiene acaso el derecho de establecer, en dos puntos del tiempo, rupturas simétricas a fin de hacer aparecer entre ellas un sistema continuo y unitario? ¿De qué provendría entonces su constitución y después
su anulación y oscilación? ¿A qué régimen podrían obedecer a la vez su existencia y su desaparición? Si lleva en sí su principio de coherencia, ¿de dónde puede venir el elemento extraño que puede recusarlo? ¿Cómo puede un pensamiento eludirse ante algo que no sea él mismo? ¿Qué quiere decir, en general, no poder pensar un pensamiento? ¿E inaugurar un pensamiento nuevo?

Fragmento del libro Las palabras y las cosas, de Michel Foucault, pensador francés.