Tras ver el documental “The True Cost”, una estudiante de Ciencias de la Comunicación reflexiona sobre las problemáticas detrás de las prendas de ropa que se comercializan de forma masiva

Por Isabel Ayala González

¿Alguna vez te has preguntado sobre los procesos de producción de la ropa que compras? Cuando vas a estas tiendas de marca y compras a precios bajos, ¿te has preguntado cuál es el verdadero costo del pedazo de tela entre tus manos? Debo confesar que yo jamás lo había hecho hasta este momento, y me siento culpable por ignorar una serie de problemáticas de las que todos deberíamos ser más conscientes, además de que deberían tener un impacto en las decisiones que tomamos respecto a la moda, especialmente al comprar a ciertas marcas, adquirir lo que está en tendencia, entre otras cuestiones.  

Este texto nace tras haber visto el documental “The true cost” (2015), donde el velo que anteriormente había sido utilizado para separar a las industrias de los consumidores es alzado, permitiéndonos descubrir las terribles e injustas condiciones en las que muchas personas trabajan, los sacrificios que realizan para ganarse la vida, los riesgos y la violencia que enfrentan constantemente, los impactos que repercuten su salud, el daño ambiental debido a la producción interminable, entre otras problemáticas. Todo lo anterior para que nosotros como consumidores podamos disfrutar de la ropa que compramos.  

Me gustaría dedicar este texto a todos nosotros, los consumidores, con la esperanza de que ilumine todo aquello que desconocemos, nos ayude a ser más empáticos y conscientes de las consecuencias ocultas dentro de la industria de la moda y nos impulse a actuar, modificar nuestras formas de consumo y lograr cambios significativos.  

Mientras veía el documental, no podía evitar sentirme triste y enojada. No soy alguien que compra prendas de manera regular, la verdad es que prefiero comprar libros en vez de ropa y maquillaje, sin embargo, a medida que las imágenes corrían, no paraba de repetirme “Ya no compraré más ropa. No volveré a visitar H&M, Zara ni alguna otra tienda parecida a éstas.” Dudo mucho que esto ocurra (al menos la última parte) pero, considero que puedo ser un poco más consciente acerca de las prendas que compro, dónde las adquiero, así como los problemas que se esconden dentro de la industria que las fabrica, especialmente si pertenecen a lo que conocemos como moda rápida.  

En alguna ocasión escuché algo sobre las condiciones laborales de niños y mujeres que son explotados para producir ropa barata, pero jamás me había puesto a investigarlo. Para ser honesta, era un tema que no me molestaba porque sentía que era una realidad muy lejos de la mía. Este tipo de pensamiento es simplemente atroz dado que muestra la burbuja de privilegio en la que yo, así como muchos otros a mi alrededor, vivimos y compartimos.  

Estudio ciencias de la comunicación y desde mis primeras clases relacionadas con temas sociológicos discutimos lo conectadas que están las esferas de la sociedad, la política y la economía. No obstante, en este documental, observamos cómo otras nuevas se suman a dicha ecuación: el medio ambiente, la salud y la industria de la moda (por nombrar unas cuantas). Todas ellas están conectadas y, por alguna razón, trabajan como una intrincada y enorme cadena; si algo es modificado en una de ellas, terminará afectando al resto de las esferas.

Pongamos sobre la mesa el hecho de que un número reducido de personas son las que tienen el control y poder absoluto sobre cualquier decisión. Ellos no se ensucian las manos, no realizan el trabajo pesado, únicamente señalan la dirección que debe tomarse al tiempo que se llenan los bolsillos de dinero. Es injusto que estos empresarios e industrias tengan la posibilidad de elegir, en un abrir y cerrar de ojos, en qué países producirán sus prendas, así como la cantidad de dinero que pagarán a los jefes y trabajadores de las fábricas. A ellos no les importa propiciar entornos de trabajo saludables, construir fábricas con una infraestructura adecuada y sólida, pagar un salario justo a los trabajadores, protegerlos con equipo especial en caso de que sean expuestos a químicos, ni pedirles que laboren un número razonable de horas. Pareciera como si ante sus ojos, estas personas no son más que esclavos. Y eso es precisamente lo que tiene que cambiar. 

Es demasiado triste y angustiante darnos cuenta de que todos estos peligros, salarios injustos, accidentes en fábricas, enfermedades, entre otras consecuencias que la moda rápida está causando, son perdonados debido a los trabajos que genera y que son ofertados a personas que se ven en la necesidad de aceptarlos a pesar de que no les ofrezcan protección ni garantías. Esta es la narrativa que las grandes e imponentes industrias de la moda han utilizado para lavarse las manos de la responsabilidad que tienen en torno a los problemas que ellas mismas generan.  

Así como el medio ambiente, estas personas no tienen voz. Muchos trabajadores en diversos lugares del mundo, como aquellos en Camboya, se han manifestado, han hecho ruido y demandado mejores condiciones de trabajo, pero, han sido silenciados a través de la violencia y, en algunos casos, la muerte. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Cuál ha sido nuestra respuesta? Como buenos consumidores, seguimos yendo a centros comerciales, divirtiéndonos mientras compramos ropa que ha sido hecha con sangre humana, como dijo Shima, una mujer que trabajaba en una de las fábricas de Bangladesh y fue entrevistada para el documental.  

Otro sentimiento que invadió mientras veía el documental fue similar al que experimenté al hablar de basura o de deshechos humanos: en el momento en el que están fuera de nuestra vista, es extremadamente fácil olvidarnos de ellos sin pensar dos veces a dónde los llevan, cómo van a ser procesados y limpiados, o siquiera si llegarán a serlo. Deshacernos de la ropa no es tan diferente a tirar basura ya que no nos preguntamos qué le sucede o a dónde va a parar. La enorme cantidad de prendas amontonadas en numerosas montañas es inaceptable y lo peor de todo es que no saben qué hacer con todo lo que constantemente reciben. Además, es importante considerar el impacto negativo en la producción local de prendas y en el medio ambiente. En cuanto a la primera, las operaciones y/o actividades al tener tanta ropa de segunda mano importada de otros países. Mientras que, para lo segundo, dado que la mayoría de los restos textiles son no-biodegradables, permanecerán en estos lugares por más de doscientos años mientras liberan gases en la atmósfera que son y serán respirados por las personas que viven cerca de estas montañas de ropa, y eventualmente, el viento llevará consigo esta contaminación hacia los alrededores. 

El lado amable de la historia es que ya hay quienes están cambiando la industria al reconocer las diversas problemáticas, señalando a las empresas cuyo trabajo carece de ética, encontrando y desarrollando formas más ecológicas de fabricar prendas, y lo más importante, están poniendo a los trabajadores en el centro de la conversación y acción. Necesitamos continuar esto y hacer aún más; debemos cuestionar el consumismo y reducirlo, aunque sea difícil para muchos dejar de usar la ropa que está en tendencia. Definitivamente, las personas y el medio ambiente son mucho más importantes que la manera en la que lucimos.  

Finalmente, es de suma importancia que entendamos que somos parte del problema; comprar ropa barata puede costar la vida de una o millones de personas y sinceramente, no creo que valga la pena. Sí, quizás la moda sea una forma de expresarnos y experimentar, de encontrar nuestra piel, por así decirlo, pero a final de cuentas, sólo son pedazos de tela que cubren nuestro cuerpo, pero el medio ambiente y el derecho a existir de futuras generaciones y especies siempre será más importante que esos retazos de tela. 

La autora es estudiante de séptimo semestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en ITESO. A su vez, estoy cursando el diplomado en Creación Literaria de la Sogem Guadalajara. Me encanta aprender, viajar, leer y escribir; en un futuro, me gustaría aportar algo al mundo a través de las palabras escritas.

FOTO DE PORTADA: Michael Püngel, tomada dee pixabay.com