La justicia del cuidado, la que promueve la llamada cura personalis, es la alternativa que la universidad puede ofrecer desde el feminismo para crear nuevos modelos sociales basados en el respeto y la igualdad.
El día del Paro #9M siguió la consigna “el nueve nadie se mueve” y su propósito fue visibilizar el papel de las mujeres en nuestras comunidades, precisamente con nuestra ausencia. Hace semanas que las universidades confiadas a la Compañía de Jesús anunciaron la invitación a profesoras, estudiantes y demás mujeres que colaboramos en sus instituciones a cesar actividades en el marco de las graves violencias contra mujeres y niñas en México.
La idea de parar no es nueva, es una forma de protesta política que se ha utilizado en la reivindicación de derechos laborales de hombres y mujeres. Aunque el debilitamiento de los Derechos Laborales en México y el mundo ha propiciado que el Derecho de Huelga y Paro sea menos utilizado. Los Paros del 8 de Marzo recuerdan a aquellas mujeres que en 1857 pararon en la textilera Cotton en Nueva York. Mujeres de otros países como Islandia, Argentina, Estados Unidos, España, entre otros muchos países, se han movilizado a través del Paro precisamente el 8 de Marzo.
El Paro #9M se origina ante la impotencia de feminicidios de altísima gravedad, en los casos de la pequeña Fátima y de Ingrid Escamilla, que se suman a la problemática del feminicidio que se comenzó a hacer evidente en México desde 1993, con las manifestaciones de violencia que denunciaron familiares de las mujeres desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez. Aunque en principio la demanda es para que el gobierno trascienda los niveles de impunidad ante esta grave problemática, así como el urgente fortalecimiento de capacidades institucionales, todas y todos tenemos algo que hacer para reflexionar acerca de las formas en que ejercemos el poder y propiciamos relaciones igualitarias, justas y humanas.
Las reacciones frente al Paro han sido de todo tipo. Algunos compañeros se solidarizaron con nosotras. En mi equipo de trabajo un par de colegas asistirían al espacio de las asignaturas en las que colaboro a reflexionar con nuestros estudiantes sobre su papel en la construcción de relaciones igualitarias, sus masculinidades y aportes que cada uno puede hacer. Se agradece la solidaridad de quienes en esta y otras ocasiones han roto el silencio para acompañar a estudiantes y profesoras que —al margen de sus actividades académicas— impulsan acciones para construir una universidad más igualitaria.
Aunque la igualdad sustantiva y equidad de género en la universidad es cada vez una causa más visible, desafortunadamente los comentarios misóginos y machistas no han cesado en las aulas por parte de algunos estudiantes y profesores. Algunos de ellos siguen sin reflexionar acerca de las implicaciones de establecer relaciones que implican acoso y hostigamiento sexual, se perpetúan los
privilegios de varones en espacios de toma de decisiones y la integración de profesorado sigue sin ser paritaria. Aunque por supuesto allí no se agota el asunto.
En los últimos años hemos podido ver avances importantes en la institución. Se creó el Protocolo de Atención a la Violencia de Género, así como la Comisión para atender asuntos de Violencia de Género. Se han creado asignaturas y un conjunto estructurado de materias para la formación opcional de estudiantes y se han abierto talleres y espacios de formación para profesorado, así como otras propuestas para el cambio institucional.
Las estudiantes se movilizan de manera permanente poniendo ejemplo a la comunidad, creando espacios de diálogo, estudio, cuidado y organización política para transformar su experiencia en la universidad. El resultado de su movilización #EscuchaITESO, precisamente para el 8 de marzo del año pasado, fue un impulso a realizar acciones de cambio institucional como diagnósticos, modificaciones de reglamentos y espacios de promoción, capacitación y formación de estudiantes y profesorado, entre otros. Valdría la pena conocer los avances que ha habido en estas acciones puntuales.
Pese a todos los esfuerzos de tantas personas, movilizaciones, propuestas, medidas adoptadas, conforme se acerca de nuevo la fecha en que se reivindica la Igualdad de Género, pareciera que aún no son suficientes para el horizonte de llegada que podríamos imaginar, es decir: construir una comunidad igualitaria. La Universidad concebida como ese espacio que modela a la sociedad que deseamos ver expresada fuera del campus ¿puede ser feminista?
Aunque por la historia patriarcal de la iglesia no podríamos afirmar que la Compañía de Jesús sea feminista, desde la Congregación General de los Jesuitas número 34 [Decreto 14], se expuso la situación de la mujer en la iglesia y la sociedad y se hace un llamado a comprometerse de manera más formal y explícita con las mujeres como parte integrante de su misión y a confrontar la violencia, explotación y discriminación hacia las mujeres.
Loretta Pyles en su texto “Justicia Terapéutica” destaca que una organización que apuesta por formas mas justas y humanas —como indican las Orientaciones Fundamentales del ITESO (OFI)—, puede tomar en cuenta valores feministas como la cooperación, colaboración, apoyo mutuo, cuidado y empoderamiento para el desarrollo de su comunidad, donde el trabajo se caracterice por ser una relación social y no solo técnica y que la institución esté genuinamente comprometida con la transformación de las condiciones de opresión de su ambiente con miras al cambio desde la conciencia personal. Explica que una organización feminista se desarrolla a partir del trabajo colaborativo, que suele ser flexible y busca permanentemente alinear sus prácticas con sus valores. La mente y corazón de quienes integran la comunidad puede cambiar comprendiendo el rol que juega el patriarcado en las formas de violencia que recibimos en la vida cotidiana. Podemos aprender a tomar decisiones por concenso, a partir del diálogo y el reconocimiento igualitario. Comprometernos con la toma participativa de decisiones. Comprender, con la ayuda de las y los compañeros, las propias formas de ejercicio de opresión sexista, racista u homofóbica, para transformarlas.
Si bien ahora más mujeres van ocupando cargos que implican la toma de decisiones en la vida institucional, en la medida en que no se cuestionen las reglas patriarcales con las que está construida, se vuelve problemático el ejercicio del poder para las mujeres, pues no por ocupar los cargos disminuyen los privilegios de hombres, ni se transforma la toma de decisiones tradicionales a formas más horizontales y colaborativas. En ese sentido Lucía Ramón en “Mujeres de Cuidado” pone de manifiesto que el potencial emancipador del feminismo implica un cambio de paradigma antropológico, ético, cultural, económico, social, político y religioso. Lo que significa mucho más que un puñado de mujeres ocupen puestos de poder en el mundo. Señala que las dominaciones más sutiles del patriarcado suceden en el mundo de los afectos y las emociones por lo que debemos vivir el amor de maneras que permita trascender nuestras incapacidades afectivas y podamos reconstruir reservas afectivas que posibiliten la autoestima y autoridad.
Existen puentes entre los valores que el feminismo impulsa, con lo expresado en las OFI y la Espiritualidad Ignaciana, en el sentido de construir una sociedad más justa y humana, en donde la igualdad se vuelva costumbre. Pensar en una universidad que reivindique prácticas como la cooperación, colaboración, apoyo mutuo, cuidado, la toma de decisiones colegiada y horizontal, que cuide a las personas, como el acto más radical de resistencia, implica hacerse preguntas que trascienden propuestas y acciones a corto plazo; implica pensar juntas y juntos el tipo de comunidad universitaria que estamos construyendo desde la institución actual. Justicia del cuidado es la alternativa que puede ofrecer la universidad desde el feminismo, como una manera de modelar un nuevo contrato social capaz de crear sociedades para el cuidado de las personas.