La universidad fue sede del I Encuentro de Cultura Auditiva, en el que se reflexionó sobre los problemas relacionados con el ruido, su efecto en la vida de las personas y la necesidad de cambiar las políticas públicas para atender esta variable de la contaminación

Lluvia   mueve   con   rapidez   las  manos.  Al  mismo  tiempo, hace muchos gestos. Es parte de su trabajo, al igual que el de David: ambos fungen como intérpretes al lenguaje de señas. Detrás de ellos, una pantalla gigante proyecta una línea con picos altos y bajos, que algunos pudieran confundir con un electrocardiograma pero que en realidad es una línea de sonido. Un medidor contabiliza  los  decibeles  de  los  auditorios  M1  y  2  del  ITESO:  va  de  los  60  a  los  63  dB  —el  promedio  para  una  conversación normal en un salón grande— aunque a veces sube hasta los 70: quien tiene el uso de la voz subió un poco el tono, no mucho pero  sí  lo  suficiente  para  quedar  registrado. Es la última sesión del Encuentro de Cultura Auditiva, que tuvo  como  sede  el  ITESO  y  en  el  que  se  reflexionó  sobre  cómo  librar la batalla contra un enemigo invisible que, sin embargo, causa mucho daño: el ruido.

La última sesión del encuentro tiene por título “Habitando el sonido”. En la jornada previa ya se han abordado temas como la Ley Antirruido de Jalisco; la educación, la salud y la discapacidad; el uso de la tecnología. La última charla pone en una esquina a Martha Orozco, de la UdeG; Augusto Chacón, del Observatorio Jalisco Cómo Vamos; a Jimena de Gortari, de la Ibero Ciudad de México y a Óscar Castro, del ITESO. En la otra, el enemigo común: el ruido. ¿Por qué es el enemigo? Martha Orozco da algunos datos recabados en diferentes investigaciones: 75 por ciento de los habitantes de las ciudades industrializadas padecen algún grado de sordera; mil 100 millones de jóvenes entre 12 y 35 años tienen afectaciones en su capacidad auditiva por exponerse al ruido recreativo. ¿Le gusta ir de antro, a conciertos o escuchar música en aparatos electrónicos? Entonces quizá forma parte del 66 por ciento de los adultos jóvenes con alteraciones auditivas por exponerse a este tipo de ruido. Pero no todas las exposiciones son voluntarias, de ahí que cerca de 300 millones de personas en el mundo sufran los efectos de la contaminación auditiva. ¿Cuáles efectos? Estrés, alteraciones de sueño, fastidio, déficit en el rendimiento cognitivo, enfermedades cardiovasculares.

Las cifras de Martha Orozco se combinan con las que, minutos antes, ha compartido Jimena de Gortari: 3 por ciento de las muertes por enfermedad coronaria pueden ser atribuidas a la contaminación acústica. Por otro lado, ha dicho la académica, está comprobado que a mayor cantidad de ruido hay un mayor número de ingresos a los hospitales, hay más llamadas a los números de emergencias, hay más enfermedades cardiacas. “Todos somos responsables”, dice Jimena de Gortari y habla del derecho al silencio y de cómo es necesario que los académicos se involucren más, se vuelvan más activistas. También comparte lo que llama Decálogo contra el Ruido (http://bit.ly/2U-Bwg1x), un listado de propuestas que incluye hacer conscientes a las autoridades de la importancia del control de ruido, pensar en los impactos a la salud en las decisiones en materia urbana, realizar foros de participación ciudadana para medir conflictos relacionados con el ruido, promover más estudios sobre el ruido ambiental y sus efectos.

Augusto Chacón comenta que desde Jalisco Cómo Vamos, observatorio que mide la calidad de vida con base en diferentes parámetros, señala que los ciudadanos cada vez están más insatisfechos con el ruido en la ciudad. Y señala que esto es un síntoma, porque la persistencia del ruido “permite conocer de primera mano la ausencia de autoridad. El ruido que nadie controla pone en evidencia que los ciudadanos no importamos, que importan otras cosas”. Los negocios, por ejemplo, que no son multados a pesar de que excedan la norma.

Jimena de Gortari se sostiene en su punto: el de la contaminación auditiva es un problema que se debe atender desde diferentes frentes. O, para citarla: “Hay que transversalizar el ruido a cualquier política pública”. Y es que, por ejemplo, cuando se habla de redensificar ciertas zonas de las grandes ciudades, nunca se piensa en las implicaciones que esta medida puede tener en temas de ruido y contaminación acústica.

Mientras ellos hablan, Lluvia y David se intercalan para seguir haciendo señas con las manos y gestos con la cara. La pantalla sigue llevan-do la gráfica del sonido en la sala y de pronto todo se sale de control: el medidor registra 82 dB, la medición más alta en la última hora. Pero todo está bajo control: la sesión ha terminado y la gente aplaude, poniendo broche final al primer Encuentro de Cultura Auditiva.