Con un continuum educativo que cubre desde la educación básica hasta el posgrado, la Compañía de Jesús tiene claro que una de sus apuestas centrales está en la formación académica de individuos que puedan convertirse en actores de cambio y con incidencia en el cambio social que requiere Latinoamérica.

En septiembre de 2015 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible dio a conocer la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, cuyo objetivo es “poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático sin que nadie quede rezagado para el 2030”. Dicho documento está integrado por 17 objetivos aterrizados en 169 metas que buscan incidir en las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad. El objetivo número cuatro de la agenda es un tema cercano a la Compañía de Jesús: intitulado “Educación de calidad”, este rubro busca lograr una educación inclusiva y de calidad para todos”, con la convicción de que la educación es uno de los motores más poderosos y probados para garantizar el desarrollo sostenible. 

Del 14 al 17 de mayo el ITESO fue sede de la XXI Asamblea General Ordinaria de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (Ausjal) que, como su nombre lo indica, reúne a los rectores de las universidades jesuitas de la región. La Ausjal, enfocada en la educación superior —licenciaturas y posgrados—, forma parte del continuum educativo de la Compañía de Jesús que, junto con la Federación Latinoamericana de Colegios Jesuitas (Flacsi) y la red Fe y Alegría, ofrecen una cobertura completa a la formación académica de una persona, convirtiendo a la Compañía de Jesús en una de las pocas instituciones con una estructura capaz de brindar este acompañamiento.

Pero este trabajo no se realiza de manera aislada. Por eso la asamblea de la Ausjal también contó con la presencia de Roberto Jaramillo, SJ, presidente de la Conferencia de Provinciales para América Latina (CPAL), instancia desde donde se plantearon cuatro proyectos que se están trabajando en las otras redes y que han de ser atendidos por Ausjal: Trabajo por el Derecho Universal a una Educación de Calidad (DUEC); la cristalización de un Observatorio de Culturas Juveniles; robustecer el Fondo Kolbenbach, SJ, de becas para estudios universitarios y fortalecer las compras en consorcio. 

 

¿Cómo se están planteando estas tareas desde la CPAL? 

Son cuatro proyectos para ser atendidos desde el consorcio de las tres redes educativas —Ausjal, Fe y Alegría y Flacsi—. Los cuatro proyectos han sido propuestos como maneras de fecundar y extender, a partir de las redes educativas, el impacto de lo que podemos hacer en la Compañía. 

Sin duda el más importante es el DUEC. Los jesuitas trabajamos no sólo en la calidad de la educación de las universidades y los colegios, sino fundamentalmente en hacer valer para todas las personas el derecho humano a la educación de calidad independientemente de la nacionalidad, raza, cultura o ideología. Es un sueño a largo plazo, y más con estos países que tenemos, pero hay que comenzar a construir. Estamos convencidos de que desde nuestras redes de educación, unidas a muchas otras entidades multilaterales como la Unicef, la ONU, el Movimiento Mundial por la Educación y tantas otras instituciones de creyentes y de no creyentes—, podemos hacer lo mejor por la educación. Es un desafío. 

 

¿Es un desafío mayor considerando las peculiaridades y la diversidad de la región? 

Estoy convencido de que los problemas de América Latina, todos —hambre, inequidad, crisis democrática, los problemas humanos más fundamentales de división entre comunidades, de ideologización de los proyectos de país, en fin, todos— tienen que ver con la educación. Ya sea por el bajísimo grado de calidad o por las altas tasas de exclusión. Entonces, lo mejor que podemos hacer es trabajar por el DUEC. 

 

¿En qué consiste el Observatorio de las Culturas Juveniles? 

Es un proyecto piloto en el Caribe para entender mejor las problemáticas de los jóvenes. Es un proyecto planteado desde los intereses cognoscitivos y las inquietudes de las redes de la Compañía —de pastoral, apostolado social, educación, juventudes, vocaciones, parroquias, es decir, todas las redes que tenemos los jesuitas—. Estamos intentando trabajar en Centroamérica, Colombia, Venezuela, las Antillas y Puerto Rico, junto con Guyana y Jamaica. Será una investigación que esperamos termine en un año y que estamos realizando en asociación con otras congregaciones religiosas y gente a la que le interesa conocer la problemática de las juventudes. La idea es al final ofrecer un insumo que servirá para entender quiénes son, dónde están y qué piensan los jóvenes de cada país y cómo se diferencian entre ellos o qué cosas tienen en común. 

 

¿Es respuesta al pasado Sínodo de los Obispos, dedicado a los jóvenes, o ya se venía trabajando desde antes? 

Venía planeándose tiempo atrás, pero ahora se ve alimentado por las inquietudes surgidas a raíz del Sínodo y de los documentos preparatorios.  

 

Ausjal, Fe y Alegría y Flacsi ofrecen una formación académica completa. ¿Qué ventajas ofrece cubrir toda la currícula escolar? 

Lo que intentamos con este continuum educativo es cuidar y transmitir los valores de la Compañía de Jesús, que son los valores de la Iglesia y que son los valores humanos fundamentales: igualdad, trabajo por la justicia, cuidado de la creación, democracia como forma normal de gobierno, solidaridad, reconciliación entre las sociedades y países, trabajar por la comunidad. Desde que se incorpora un niñito en el kínder hasta que termina su posgrado en una universidad, se busca que se formen en lo que conocemos como las 4 C: que sean un profesional competente, compasivo, consciente y comprometido. Y recientemente se incorporó otra C: colaborativo.  

 

A propósito de la última, la colaboración, ¿qué retos implica trabajar con organizaciones que no necesariamente comparten la doctrina cristiana? 

Es un reto, algo que debemos aprender. Los jesuitas hemos estado muy acostumbrados a mirarnos el ombligo, y no sólo los jesuitas: es una tentación humana y de cualquier institución ser autorreferenciales. Pero cada vez caemos más en cuenta de que es necesario trabajar con otros y sumarnos a objetivos misionales comunes, colaborar en obras y tareas de otros, no sólo esperar a que otros colaboren con nosotros. Se trata de encontrar coincidencias misionales reconociendo que somos diferentes, pero que estas diferencias deben enriquecernos, en lugar de separarnos. 

 

“La calidad educativa está vinculada a la inclusión social”

Ernesto Cavassa, SJ, director de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (Ausjal)

¿Cómo recibe la Ausjal la petición de la CPAL de sumarse a las cuatro líneas de trabajo? 

No sólo la CPAL nos ha propuesto líneas de acción. Varias instituciones se han enterado de nuestra reunión y también nos piden cosas en términos de apoyo para el proyecto DUEC, que busca expandir y promover la educación universal de calidad en el marco de lo que son los Objetivos de Desarrollo Sostenible. También tenemos peticiones pedidos de la Red Eclesial Panamazónica (Repam), que es una institución de la Iglesia a quien se le ha encargado la celebración del Sínodo Especial para la Amazonia y que nos han pedido que vayamos pensando en el postsínodo. Ya hubo un trabajo preparatorio en el que participamos como Ausjal y ahora estamos pensando qué vamos a hacer después, porque seguro saldrán muchas tareas para realizar. 

 

Ausjal es el último eslabón de la cadena de redes educativas. ¿Cuáles son los retos que enfrenta en la región para la formación universitaria en términos de educación de calidad? 

Es parte del debate: qué entendemos por calidad. Para nosotros, desde Ausjal, pero en realidad desde el paradigma pedagógico ignaciano, la calidad está vinculada a la inclusión social. No puede haber calidad académica que produzca profesionales exitosos y, al mismo tiempo, que eso no se refleje en una sociedad mejor. Muchas veces da la impresión de que hay un abismo cada vez mayor entre un grupo de profesionales exitosos y sociedades fracasadas. Eso no puede darse. 

La educación de calidad es aquella capaz de transformar el país en uno mejor, aquella en la que quienes egresan de las universidades nos permiten tener impacto en la sociedad, en los entornos laborales, barriales, ciudadanos, nacionales, subregionales. Tratar de que los países donde estamos sean más igualitarios, equitativos, justos. Eso es calidad para nosotros. 

 

¿Cómo universalizar este acceso a la educación de calidad? 

Por ahora, ofreciendo becas y créditos a la mayor cantidad de muchachos posible. En mi universidad [la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, en Lima, Perú] tenemos cerca de mil 900 alumnos; de ese total, mil 500 son universitarios de primera generación, es decir, sus padres no estudiaron una licenciatura. Hablamos de la incorporación al mundo universitario de generaciones de jóvenes y muchachos cuyos padres no tuvieron esa oportunidad. ¿Cómo se hace? A través del apoyo del Estado, que da becas; a través de las becas de inclusión social, que nosotros conseguimos de la cooperación internacional y de nuestros propios fondos. Se trata de ir ampliando y hacer inclusiva esa educación para que llegue a sectores de bajos ingresos y dar oportunidad a muchachos que sean competentes y capaces. 

Pero ahí no acaba la educación inclusiva. Después hay que hacer un trabajo interno dentro de la universidad que facilite la interacción de chicos que vienen de diversas procedencias socioculturales y establezcan relaciones de respeto y enriquecimiento mutuo. 

 

¿Esta integración se facilita cuando se ha acompañado a los estudiantes desde pequeños? 

Para nosotros sería ideal que las universidades jesuitas pudieran ser el espacio donde chicos que se han formado en la escuela jesuita, o en espacios afines a nosotros, con los mismos idearios, puedan acceder a una educación superior y reforzar los valores que traen de la familia y de la escuela. Tener agentes de transformación social, personas que sean líderes con convicción, comprometidas con el cambio social, es algo que no se improvisa: se trae desde antes. Lo que hacemos desde la universidad es construir el tercer o cuarto piso, porque los cimientos y a estaban puestos por la familia y la escuela básica. A nosotros nos toca remachar el proceso, terminar de preparar al individuo que será agente de cambio social.