Las protestas sociales de los colectivos feministas generan diversas reacciones. Varias especialistas dicen que el tema se debe analizar desde la cultura.

Su ex esposo se llevó a sus niños cuando supo que andaba con un novio después de la separación. No los volvió a ver por mucho tiempo. Nadie pudo detenerlo. Nadie quiso. Se sintió impotente y quiso morirse. No lo logró; acabó en un psiquiátrico y ahora él la acusa de loca. El problema no es ese. El problema es que el juez que decidirá su destino y el de sus hijos, cree que una buena madre no tiene novios.

Es un caso real. Corresponde al derecho familiar, pero ilustra las reacciones que causan muchas veces las exigencias públicas de justicia de las mujeres, en México y otros países de América Latina, Asia y África.

Cuando las mujeres toman el destino de su vida —en el caso de la historia anterior— o las calles —para demandar derechos—, algunas personas les reclaman ser inhábiles, histéricas, exageradas, locas.

Así, el tema de las manifestaciones feministas de los últimos años ha generado una discusión que no sólo se libra entre sociedades con valores culturales más conservadores, sino adentro de los movimientos de mujeres.

Hay estudiosas del tema que opinan que se requieren los gritos para que se escuchen las condiciones actuales de violencia cotidiana, el acoso y los asesinatos de cuya motivación es el comportamiento de un género al cual la cultura le atribuye características de sumisión. Y hay estudiosas del tema que creen que algunas feministas se exceden con las expresiones que toman sus manifestaciones públicas

La pregunta es ¿la gente se enoja tanto cuando presencia una situación de acoso sexual y otras formas de violencia masculina?

Es necesario recordar que gran parte de lo que pensamos como natural en realidad es una formación cultural, responden las académicas Mariana Espeleta Olivera y Ana Sofía Torres Menchaca, la primera especialista en temas de género del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social (CIFOVIS) del ITESO, y la segunda del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos de la universidad.

La cultura y en específico la forma en que esta elabora la identidad de género, y toca lo más profundo de la construcción de una persona, es lo que hace tan compleja la relación de los hombres con las mujeres y de ellas con la sociedad, explica Ana Sofía Torres.

Uno de los signos de identidad de la masculinidad es la violencia, así como la exaltación de la figura del hombre blanco, ilustrado, egocentrista. Al contrario, a la feminidad se le han dado durante varios siglos diversas características de sumisión.

Cuando estas construcciones comienzan a romperse, la cultura dominante intenta volverlas al lugar que ella misma les ha dado, incluso aunque las leyes obliguen a lo contrario, añade.

¿Hay algunos derechos de las mujeres que resulten afectados por la visión que tiene de su rol la cultura dominante?

Sí. Una muestra es la historia real a la que se refiere el primer párrafo. Otra, la de la periodista Andrea Noel, a quien un hombre le bajó los calzones en una calle pública de la ciudad de México: cuando lo denunció, la joven recibió un acoso tal que debió abandonar México. En ambos casos, a las mujeres del párrafo anterior se les negó la justicia y sufrieron faltas a su integridad.

Ana Sofía Torres, maestra en Derecho Constitucional de los Derechos Humanos por la Universidad Panamericana, admite que incluso cuando México tiene un andamiaje jurídico más o menos fuerte, que busca generar normas para una convivencia más saludable, en la realidad no existen relaciones de igualdad, porque en casos como los señalados ocurre un choque muy fuerte entre las leyes y su aplicación.

Mariana Espeleta, maestra en Género, Mujeres y Ciudadanía por la Universidad Internacional de Andalucía en Ciudadanía y Derechos Humanos e integrante de la Comisión de Derechos Humanos del ITESO, responde que otras garantías importantes que se afectan por el machismo es la del uso del espacio público sin ser acosadas y varios derechos laborales, que no les otorgan el mismo sueldo que a los hombres o las hacen trabajar más, así como el derecho al ocio, pues está demostrado que las mujeres tienen menos tiempo libre que los hombres.

Añade que, aunque la buena ciencia ha demostrado que no es el sexo masculino o femenino, sino la cultura lo que dicta los comportamientos de los hombres y las mujeres, el sentido común tarda mucho en volverse general.

Ante esta realidad, el feminismo es una de las vías de transformación social para la conquista de los derechos, afirma.

Hay quienes deciden trazar esta vía a través de la educación y del impulso de políticas públicas que garanticen los derechos de las mujeres, pero, dice la académica, también existen las que piensan que esta batalla no siempre se dará por las buenas, pues no existe un ejemplo de un grupo oprimido que no se haya liberado sin conflictos.

En este caso, es justo ese rol que la cultura ha asignado a las mujeres de obediencia y sumisión, lo que hace que parezcan de mayor confrontación las expresiones de algunos grupos feministas, como el cuestionamiento a las instituciones religiosas y los performances de desnudos que acompañan a algunas manifestaciones públicas.

Para Mariana Espeleta es importante escribir que no todas las feministas se manifiestan igual; que el movimiento es plural y admite muchos puntos de vista.

Algunos de estos puntos de vista afirman que la criminalización de la protesta social no sólo se ejerce contra las mujeres. Una de ellas es la de la abogada Cinthia Ramírez Fernández, maestra en Derecho Constitucional y Argumentación Jurídica del ITESO, y especialista en Estudios de Género por la Universidad Pedagógica Nacional: “es la estructura social la que violenta a la protesta; como esta se asocia con la dominación masculina, la violencia se les atribuye a los hombres. En realidad, los datos muestran que los hombres y las mujeres que recurren este medio son igual de vulnerables”.

En su opinión algunos colectivos feministas han agredido los derechos de otras personas, por ejemplo, cuando ofenden a los feligreses que salen de una misa, u otros que utilizan formas de protesta, como la desnudez, por las cuales también los hombres reciben rechazo social.

La abogada reconoce que las mujeres se llevan la peor parte, pero no toda. Incluso desde la teoría de género, una propuesta del feminismo para analizar los fenómenos sociales, recuerda, hay que ver la gran cantidad de hombres que mueren por características asociadas con su identidad de género.

Para Sofía Torres, los análisis desde los derechos humanos permiten a los fenómenos de género la posibilidad de enfocarse desde el punto humanista. “Hay un reto en la educación en derechos. Debemos darnos cuenta de la grandísima necesidad de educarnos en la vida cotidiana, para saber cómo construir estas relaciones”.

-¿Cuáles son las consecuencias si las relaciones de dominación continúan como hasta ahora?

-La violencia, los trastornos de la conducta emocional, las adicciones… Las relaciones de violencia que vivimos entre los géneros las replicamos en la comunidad. Esta y muchas formas con las que estamos relacionándonos en México, ya vemos cómo nos tiene y puede escalar. También pueden ser una fuente de esperanza.

 

 

El heteropatriarcado en 170 palabras

El patriarcado es un sistema de dominación en el cual la cultura construye a los hombres como personas privilegiadas, a las mujeres como subalternas y garantiza que el sistema se mantenga.

La académica del Cifovis del ITESO, Mariana Espeleta Olivera, explica que el prefijo hetero se refiere a que esta sumisión de las mujeres ocurre por vía del “amor” y no de la fuerza, pues esta invitaría a la rebelión.

En la dominación por “amor”, añade, las mujeres son construidas por la cultura como sujetos que necesitan a los hombres como fuente de satisfacción emocional y sexual, con el argumento del amor a sus hijos y a su pareja.

Al estar fundamentada en los cuerpos biológicos, la dominación patriarcal está naturalizada, dice Mariana Espeleta. La cultura dominante argumenta que nuestro cuerpo nos hace ser quienes somos: que los hombres deben actuar de tal forma y las mujeres de tal otra. La académica recuerda que razones biológicas similares servían para justificar la opresión racial histórica de razas como la negra y la indígena.