El malestar con la propia imagen no solo habita en el espejo: transforma la manera en que nos pensamos y nos valoramos

Por Daniela Peña

Sentirse inconforme con el propio cuerpo se ha vuelto casi una norma social. Basta abrir cualquier red social para encontrar comentarios, fotos y videos que evidencian la insatisfacción con la propia imagen. Aunque este malestar es cotidiano y ampliamente compartido, poco sabemos por qué surge, cómo se refuerza y qué implicaciones tiene para el autoconcepto de quienes lo viven. Frecuentemente, los factores que lo detonan y alimentan se abordan sólo superficialmente, sin profundizar en sus raíces y consecuencias.

Por ello, aquí se expondrán algunos factores por los que se han presentado conductas o pensamientos sobre insatisfacción en alumnas y alumnos de ITESO, y lo que dice la teoría al respecto, incluyendo a la familia y el círculo cercano, y factores sociales y culturales como el patriarcado, las redes sociales, la normalización de esta insatisfacción y su impacto: estas reflexiones surgen de la experiencia de la autora en una investigación para la materia del Seminario de Métodos de Investigación I y II de la Licenciatura en Psicología.

En este contexto, entendemos el autoconcepto como una construcción cognitivo-social que engloba las autopercepciones y conocimientos que una persona tiene sobre sí misma, formados a partir de su experiencia y de su entorno físico, social y espiritual. Por su parte, consideramos detonantes a aquellos aspectos del ambiente que activan pensamientos o sentimientos previamente inactivos. Finalmente, entendemos los reforzadores como los estímulos que incrementan o reducen la probabilidad de que se repita una conducta determinada.

En este sentido, resulta evidente que las relaciones familiares y el círculo cercano pueden actuar como detonantes de la insatisfacción corporal. Esto porque son la primera conexión del individuo con la sociedad. Comentarios hirientes — aunque a veces bien intencionados — empiezan a sembrar en las mentes jóvenes la idea de lo que supuestamente significa tener un “buen cuerpo”.

A lo anterior se suma la idealización de los estándares de belleza, su impacto y dependencia en la aceptación social. Aquí se toman en consideración los sesgos por el contexto y lo que viven quienes expresan estos comentarios descalificadores. Por ejemplo, las exigencias serán diferentes en distintas partes del mundo. Pensemos en los estereotipos de belleza asiáticos contra los latinos, que abarcan desde el tipo de cabello hasta el ancho de las caderas. Todo ello expone el peso que tiene el contexto en lo que se considera “correcto” para las personas cercanas.

Comentarios como “Mira cómo engordó fulana, ya no se cuida. Qué fea” u “Oye, ¿bajaste de peso? te ves muy bien” son ejemplos de encuentros que se van internalizando hasta volverse el diálogo interno de las personas. ¿Quién no ha conocido a esa persona que siempre está opinando sobre los cuerpos ajenos? Piensa en alguna inseguridad que has sentido o en algo que sueles observar con atención en otras personas. Es probable que, si buscas en tu memoria, recuerdes algún comentario de alguien cercano al respecto, mostrando cómo una persona puede marcar la vida de otra y sembrar inseguridades difíciles de borrar.

Quizás la razón más discutida recientemente sobre el aumento de insatisfacción corporal ha sido debido a las redes sociales y otros medios como publicidad y películas. Con el crecimiento acelerado de las redes surgen muchas preocupaciones, entre ellas, la percepción de un aumento en la inconformidad con los cuerpos. Teorías socioculturales respaldan cómo la influencia de estos medios masivos lleva a la internalización de los ideales de delgadez. Además, tras la pandemia, el aumento en las horas que las personas pasaban en línea y el auge de redes (como Tik Tok) intensificaron los niveles de insatisfacción corporal. Un estudio realizado en 2023 identificó que “el incremento en el uso de las redes sociales en pandemia se vio reflejado en el grado de insatisfacción corporal en el grupo de mayor vulnerabilidad en la muestra estudiada” (p. 113). Asimismo, se observó que tanto la edad como el tiempo dedicado a las redes sociales influyeron significativamente en esta insatisfacción.

Si bien estos medios pueden fungir como detonantes, también funcionan como reforzadores constantes. Pensemos en una persona que sigue en Instagram a quienes representan — según los estándares dominantes e ideas personales — el ideal de belleza. Esa persona se compara de manera continua: la firmeza o calidad de su piel, sus rasgos faciales, su fuerza física o sus medidas corporales. ¿Qué ocurre con su autoconcepto si no logra acercarse a esos estándares? En muchos casos, no se considera que detrás de las imágenes que vemos de cualquier persona puede haber desde disciplina y resiliencia hasta filtros, edición, una salud mental deteriorada, problemas hormonales, metabólicos o un estilo de vida insostenible (ya sea por los recursos económicos o por las exigencias físicas, mentales y emocionales que demanda). Y si llegamos a considerarlo, por más que supongamos, no podemos saber la verdad absoluta detrás de lo que vemos. En estos casos, la imagen capturada en un instante se toma como medidor de éxito y como sinónimo de una vida plena.

Todo esto no surge de la nada, sino que tiene raíz en una estructura más amplia y profunda: el patriarcado. Estos estándares inalcanzables no afectan sólo a las mujeres, sino también a los hombres, quienes paralelamente se ven presionados por ideales de cuerpo rígidos y cosificantes. Pensar en los cuerpos como objetos obliga a las personas a querer esculpirlos hasta alcanzar una supuesta “obra de arte perfecta”. Quieren convertirse en el artista que cincela el mármol de sus cuerpos sin detenerse a pensar en lo que rompe en el camino; este daño físico y emocional. A veces, la obsesión por alcanzar ese ideal termina hiriendo más de lo que logra embellecer. En este sentido, “la dominación del cuerpo queda al servicio de lógicas institucionales sembradas en el patriarcado”. Al objetivar a las personas, se les mete en una caja en la que deben entrar los cuerpos para ser “perfectos, deseables, aceptados”. 

Al tener todos estos factores que fomentan esta cultura, es lógico que su normalización la mantenga viva. El hecho de que todos puedan relacionarse en cierta medida al valor que se le da al cuerpo por características específicas nos denota cómo nos ha moldeado la sociedad, llevando así a un malestar generalizado desde lo físico hasta lo emocional; incluyendo a la ansiedad y la depresión que son consideradas ahora como las enfermedades del siglo XXI. ¿Acaso vemos el patrón?

Con ello nos damos cuenta de que esto se ha vuelto un círculo vicioso a partir de la retroalimentación de los factores que crean y fomentan la insatisfacción corporal. Desde una visión panorámica de la sociedad y las redes sociales hasta la minuciosidad de una frase expresada en un encuentro entre individuos, es posible ubicar que cada uno forma una parte importante de este fenómeno. Por tal, se vuelve inminente e indispensable el volvernos conscientes de estos patrones y buscar una psicología más humana e integral que visualice todo el contexto. Lo individual también es social y acciones sencillas como dejar de seguir ciertas cuentas que promuevan los estereotipos de belleza hegemónicos o que se fortalezcan a partir de las inseguridades de las masas, tanto como dejar de opinar de los cuerpos ajenos son pasos esenciales para promover el cambio necesario que ya ha comenzado. Impulsando así una forma de vida más sana que se enfoque en el bienestar integral de las personas sobre un número en la báscula o en una cinta métrica.

 

FOTO: Ryan McGuire para Pixabay

 

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Daniela Peña Alcalá es estudiante de Psicología con formación de excelencia académica. Su trayectoria combina experiencia en contextos organizacionales, sociales y clínicos, y se ha especializado en temas de salud mental, trauma y desarrollo humano. Tiene un profundo interés por la investigación como herramienta para comprender y transformar realidades sociales, especialmente en torno al bienestar.