El autor nos invita a reflexionar sobre la necesidad de descubrirnos como cristianos en la armonía de la belleza y la oración, siguiendo el testimonio de quienes encarnan, al mismo tiempo, la luz artística y la luz espiritual
Por Alberto Carrasco, profesor del Centro Universitario Ignaciano
1. «Para mí el arte y los santos son la mayor apología de nuestra fe», dijo Benedicto XVI. Palabras en armonía con su reflexión y magisterio sobre la necesidad de descubrirnos como cristianos, especialmente hoy, en la belleza y la oración. Son las iglesias del oriente cristiano quienes han mantenido mejor el vínculo. Se ha sugerido que, si preguntásemos a un ortodoxo sobre sus creencias fundamentales, nos respondería con un santo icono. Estamos en una etapa de recuperación de esa vía (ojalá y quien esto lee vaya pronto a indagar sobre la Via Pulchritudinis). Sí, el arte y los santos son la mayor apología de nuestra fe.
2. Artistas que oran, orantes que hacen arte. ¡Qué hermoso es el testimonio de quienes a un tiempo encarnan luz espiritual y luz artística! La flor de este encuentro puede deshacer prejuicios, consolar pesares, entusiasmar vidas. Artistas que oran los hay, los ha habido, los habrá; pero su dimensión no se considera esencial en las guías de apreciación artística, ni es habitual dentro de nuestra formación cultural. Quizás nos hemos acostumbrado a no-verlo, o a tenerlo por nota curiosa, extraña, casi incomprensible. ¿Y cómo verlo, y cómo descubrirlo, si hasta los cristianos dejamos de orar?
Los hay. Orantes que desarrollan arte literario, orantes adiestrados en la formación de imágenes y objetos, orantes que se adentran en la música para vivirla y hacerla vivir de otro modo. Los hay que pasan del arte a la oración, para volver al arte desde la oración. Dios sabe qué lances amorosos signaron el antes y después de John Tavener, Arvo Pärt o Chesterton.
3. En esta etapa de la historia resulta evidente que ni la oración ni la fe cristiana son condiciones para hacer, comerciar, exponer, escribir crítica, presentar arte. Arte hay para todos los gustos, pareceres y espiritualidades. Hasta arte satanista, sádico, racista, misógino, misantrópico, pornográfico, nihilista, tóxico, corrompido, viciado, maligno. Aceptemos de una buena vez que al arte no se le pide bondad para ser arte.
Por lo mismo, no cualquier arte, artista u obra responde a la sed de absoluto entrañada en nosotros. Por tanto, no necesariamente una persona encontrará en la vía artística un impulso hacia la vida orante o la vida en la belleza. Llegamos a conocer que orantes-artistas son antes personas en un sendero vocacional, seducidas por el llamado del Misterio, el Otro, la
Zarza que arde sin consumirse. Si conocemos su testimonio, empezamos a vislumbrar lo que verdaderamente deseamos.
4. La grandeza espiritual de una creación artística no radica en su materia, técnica, tamaño, popularidad, época. A decir verdad, ninguna obra artística redime por sí sola a nadie, ni eleva a nadie, ni adentra a nadie. Mas estos elementos no son insignificantes, si las personas / Iglesia somos depósito de fe, estas obras reciben la llama. Y cuando una de estas obras entra por algunas sensibilidades, es como si la voz que predicaba en desierto hubiese llovido sobre tierra fértil. ¿Es la obra la voz? No, la primera fue del Altísimo y Omnipotente buen Señor, quien ha hecho una de sus visitas al jardín del o la orante artista. ¿Y nosotros, los que recibimos? Orando más y mejor nuestra vida cultural será conducida por donde no planeábamos (Parece que el Señor se especializa en modificar nuestros planes). Apuntemos el dato, de los orantes-artistas pasamos con facilidad a los orantes que no hicieron las obras, pero las hacen ingredientes de su vida.
5. Como les sucedió a los discípulos de Jesús en el monte Tabor, que vieron de pronto la Luz. En lo frágil se manifiesta Dios. Ninguna obra artística, y menos aún las de personas que oran, será vista con frialdad nuevamente. La ascesis, la piedad, la devoción son realidades que llegan a forman parte del vocabulario común de orantes y artistas. Preparan la visión. No siempre (más bien pocas veces) la vida del artista orante verá la transfiguración que se realiza entre sus manos. ¡San Andrey Rubliev: cuántas experiencias y oraciones antes del icono de la Trinidad! ¡Cuántos días y noches en la larga composición del Cántico de San Francisco!
6. ¿Es que acaso nos acercaremos sólo a los profesionales? La iniciación artística y espiritual está más allá de los grandes talentos. La comunidad de Taizé en la Borgoña francesa es un feliz ejemplo. Han conseguido que cualquier visitante pueda convertirse en orante y artista en la Iglesia de la Reconciliación. Y con esa suma el resultado realmente es digno. Es posible estar ahí en calidad de esteta, curioso, sujeto de prueba, estudioso, amigo del que sí cree, etc. Así son las cosas de Dios: invitan, seducen, no violan la voluntad. El caso Taizé impulsa más allá de la profesionalidad según el mundo y aterriza en la profesión del espíritu.
7. Merecen atención especial el canto gregoriano, la catedral gótica, el retablo barroco, por referir algunos tesoros que demuestran pericia. Difícilmente se puede asegurar que todos los monjes, pintores, vidrieros, canteros, cantores hayan sido o sean orantes. Mas bien, sin quitar a los muchos o pocos que lo sean, es fácil asegurar que no todos lo son. Recientemente leía en las anotaciones a una grabación del Mesías (Handel), que la obra tiene la “ventaja accidental” de presentar menos dificultades que las Pasiones de Bach a los cantantes, músicos y auditorios modernos (específicamente “no creyentes”). Primero, porque evita narrar los evangelios; y, segundo, porque apela al drama y emociones humanas independientemente de las convicciones religiosas del mismo compositor.
Cuando una cappella o camerata hace sonar antiguos cantos litúrgicos en un recinto laico, o un equipo de restauradores da nueva vida a un retablo para su exposición en el museo, sabemos que la cualificación técnico-artística es más requerida que la de creyentes. ¿Y qué de todo ello? Que muchas de estas formas colectivas tienen la ventaja accidental de la
pluralidad, lo que las hace plenamente contemporáneas en este mundo nuestro. Participan creyentes y no creyentes, orantes y no-orantes.
8. No se trata de consumir materiales artísticos porque están ahí, porque es tendencia, por pasar el tiempo. Todo cambia, nos dice la persona orante, ¡vayamos más hondo y más alto, más adentro y con mayor amplitud, con austeridad para que se llene! En nuestra vida artística y nuestra vida espiritual doble vuelo, aleteo en las mares primordiales de nuestro ser. ¡Qué inútil es orar, qué inútiles son las bellas artes! ¡Inutilidad que va a lo esencial!
9. Del Beato Angélico, sin duda uno de los más grandes artistas del renacimiento temprano, nos ha dejado Giorgio Vasari en sus Vidas algunas líneas entre hagiográficas, biográficas y legendarias que interesan aquí. La afirmación más conocida recuerda que “no tomaba los pinceles si en primer lugar él no había hecho oración”. Según él, “merece ser recordado con gran reverencia por haber sido no menos excelente pintor y miniaturista que óptimo religioso”. Y no es el único que le ha visto santidad y grandeza artística; ésta ha sido reconocida mediante la beatificación precedida por san Juan Pablo II -otro orante artista-.
Importa el orden de las palabras. ¿Qué diferencia hay entre artista orante u orante artista? Un artista orante se asume prioritariamente artista; después, muchas veces en menor medida, orante. Mientras que en el orante artista sucede lo contrario. Visto de otro modo: si hay que ordenar la vida priorizando una o la otra, sacrificando un poco de una o de otra, ya se ve que las respuestas son diferentes. Parece tentador zanjar con alguna fórmula simple como “mi oración es mi arte”, “oro cuando hago arte” o “hago arte cuando oro”. Pero basta un vistazo, que lamentablemente no alcanzamos a dar aquí, para darnos cuenta de la abundancia de testimonios sobre el conflicto entre las dos vocaciones. Oremos porque haya más vocaciones en armonía.
Repitamos que importa el orden de las palabras. Guido de Pietro, según su natalicio; Fra Giovanni da Fiesole, según sus votos monásticos; Fra Angelico, según su obra artística; es ciertamente un monje dominico observante que pintaba, y no un pintor que accidentalmente fuese monje.
10. La primera vez que estuve en Roma la Scala Santa me sorprendió. Tanta era mi ignorancia que ni sabía de su existencia. Estaba de pie frente a la escalera, mirando el arte y otro poco a los devotos. Leía la indicación “sólo de rodillas”. No me atreví, no supe, fue pena, pudor, soberbia o sabrá Dios qué. Subí por una de las laterales, y desde arriba admiré arte y devotos otra vez. No es que estuviese muerta mi sensibilidad espiritual, ¡de ningún modo!
Pasaron años. Otra obra artística me reveló cuanto había cambiado: con La gran belleza, película de Paolo Sorrentino, supe que la Scala Santa de rodillas se había vuelto, al menos para mí, un rito mistagógico. Por eso después la subí de rodillas. Algo-alguien había despertado. Más rodillas, menos raciocinio. Más rodillas, menos esteticismo. De rodillas, con el espíritu abierto. En mi persona sentí la necesidad de orar. El orante superó al esteta, el arte quedó en su lugar.