Integrantes de tres proyectos culturales comparten su experiencia en la reconstrucción del tejido social en lugares como Tlajomulco, Polanco y Santa María la Ribera, en la Ciudad de México.
“El arte es una herramienta a que nos abre espacios para a construir comunidad”, se escuchó en la mesa de diálogo “Cultura, barrio y desarrollo”, donde se reunieron tres proyectos culturales que comparten esta premisa: una galería de arte urbano en Tlajomulco, un laboratorio cultural en Santa María la Ribera y un colectivo cultual Polanco.
La frase la dijo Ruth López, egresada de Ciencias de la Comunicación del ITESO que hoy dirige el Instituto Alternativas para Jóvenes en Tlajomulco desde donde se trabaja Traza, una iniciativa de arte urbano que está convirtiendo a los muros de los fraccionamientos en una galería al aire libre por medio de talleres donde los jóvenes desarrollan sus habilidades artísticas como grafiteros.
Estos murales, cuenta, han sido el pretexto para que los habitantes comiencen a conocerse y a genera pertenencia. “Tlajomulco no tiene una identidad clara, es un pueblo nuevo con problemas de ciudad y el arte urbano ha empezado a ser una identidad para ellos”.
Además de Ruth López, Violeta Celis de Casa Gallina y Norberto Villaseñor del Colectivo Cultural Polanco, compartieron sus experiencias en la mesa organizada en el marco del Festival Cultural Universitario.
“Somos un grupo de vecinos que nos preocupamos por nuestro entorno y decidimos tomar la cultura como un medio para transformar la realidad social”, así definió Norberto Villaseñor al colectivo que cada mes realiza festivales culturales en Polanco.
El colectivo, que dijo hace más práctica que teoría, entendió que la cultura ayuda a “reestructurar el tejido social, a ayudar a que los niños vuelvan a los valores de justicia, respeto, y que los adultos se vuelvan a encontrar en la calle de forma segura”.
InSite Casa Gallina es un proyecto de coparticipación de artistas nacionales y extranjeros con una línea de trabajo ligada a la dinámica de Santa María la Ribera para generar su oferta para los habitantes del barrio que se ha resistido a la gentrificación.
La peculiaridad de este laboratorio es que los resultados del trabajo con artistas y la comunidad no llegará a una galería, está pensado para que se quede en el barrio.
“Al no abrirnos a la comunidad del arte y al decidir resguardar ese proceso del trabajo de barrio de una forma recelosa también hemos generado expectación y crítica, la casa funciona como un contenedor de experiencias con el barrio y no como un exhibitorio de las experiencias que ahí intentamos activar”.