La escritora visitó la Universidad para presentar su poemario más reciente y participar en una de las sesiones de Aula Abierta.

El liquidámbar es un árbol que algunos consideran el más representativo del otoño. Es, también, un árbol que está en los altos de Chiapas, en el caracol de Oventic, y a sus pies reposan las cenizas del filósofo Luis Villoro. Y es también el título del libro más reciente de la escritora Carmen Villoro, un volumen en el que la poeta explora los temas de la muerte, el miedo y los recuerdos de su padre. La escritora estuvo en el iteso para presentar Liquidámbar (Mantis Editores, 2017) y participar en una de las ya tradicionales sesiones del ciclo Aula Abierta, en la que estuvo acompañada por la profesora Carolina Aranda.

La sesión comenzó con la lectura de una elogiosa semblanza a cargo de Carolina Aranda, en la que hizo un repaso de la trayectoria literaria de Carmen Villoro. Al término de ésta, la poeta agradeció las palabras y se dijo contenta de estar en el iteso para presentar el nuevo volumen, del que dijo “no me gusta decir que es mi ‘último libro’, porque siempre creo que vendrá otro. Prefiero decir que es el más reciente”. Luego, comenzó a hablar de sus procesos literarios y su gusto por lo que llamó un “registro festivo, luminoso, alegre de la cotidianidad. En las pequeñas cosas de la vida está el valor y lo más profundo”.

A pesar de este reconocido gusto por la alegría en la escritura, Villoro explica que últimamente ha comenzado a explorar otros registros, como lo hizo en la plaquette –publicación de tamaño pequeño– Herida luz y ahora en Liquidámbar, volúmenes que se vieron influidos por la hospitalización de una de sus hijas, el primero, y por la muerte de su padre, el segundo. Y explicó que no buscaba “escribir sólo para la catarsis, porque eso es bueno terapéuticamente, pero no para la literatura”.

Por eso, añadió, la escritura de Liquidámbar se llevó tres años: desde que murió su padre en 2014 y hasta que fue capaz de escribir a mediados del año pasado.

La sesión incluyó una lectura de algunos de los poemas compilados en el volumen, acompañados de una breve explicación sobre cómo fueron concebidos.

Luego vino una serie de preguntas y respuestas en la que Villoro charló con los asistentes. Ante la pregunta de cómo hacer para encontrar el arte en la cotidianidad, la escritora señaló que “uno como humano, ante el hecho de saberse vivo, lo que quiere es explicarse cómo esto ocurre o celebrarlo. Para mí la poesía es lo segundo, una celebración de la vida, una experiencia íntima de estar vivo en el mundo y celebrarlo”.

En su caso, compartió, comenzó escribiendo poemas al amor y a la soledad, “como comenzamos todos”. Luego añadió que un día se topó con un profesor que, al ver lo que había escrito hasta entonces, le dijo: “El día que escribas sobre ese cenicero que está en la mesa, entonces podremos hablar de poesía”.

Para ella esta enseñanza fue la evidencia de que “la poesía está en todos lados y en cada momento. Hay muchos temas recurrentes, como el amor, la muerte, la soledad, la vida. Estos temas se repiten, y los detalles son los que le dan el giro y aportan el toque personal”.

En más sobre su estilo de trabajo creativo, Carmen Villoro señaló que es necesario darle tiempo a las cosas para que se manifiesten y estar atentos a los sentidos, a las sensaciones.

“La sensualidad es la herramienta principal del poeta. Cuando quiero escribir debo estar en contacto con mis sentidos y mis emociones”, dijo y añadió: “Para que un poema permanezca, debe ser emocional”.

En el diálogo, que se extendió más de hora y media, Carmen Villoro, quien además de escritora es psicoanalista, también destacó la importancia de nombrar las cosas que nos pasan, algo que comparten la poesía y el psicoanálisis. “Nombrar las cosas les da otro sentido y eso hace la poesía. Sí alivia escribir”.