Nerio Solís Chin, SJ, afirma que su vocación comenzó no con un llamado sino como una búsqueda de dónde podía amar y servir mejor.
“Por ellos me quiero entregar, por esta gente sencilla, humilde, trabajadora, por ellos estoy aquí” este fue el sentir de Nerio Solís Chin, SJ, (Mérida, 17 de noviembre de 1978) el día que renunció a la fábrica de bocinas en Tijuana donde trabajó durante un par de meses en la línea de producción.
Esta es una de las experiencias de contacto que planteó San Ignacio de Loyola: hospitales, peregrinación y los ejercicios espirituales; señala que las tres marcan la etapa del noviciado de la Compañía de Jesús.
“Lo recuerdo muy bien. Me conmoví al salir por la puerta de la maquila porque me decía ‘los voy a extrañar mucho, no sé qué va a ser de sus vidas” relata Nerio, quien el sábado 2 de junio se ordenará en el Auditorio Pedro Arrupe, SJ, del ITESO.
Nerio ingresó a la Compañía de Jesús a los 26 años, cuando ya ejercía su carrera en Educación, trabajaba como docente en el Colegio de Bachilleres de Yucatán, y había vivido la experiencia de ser voluntario en la Sierra Tarahumara con las religiosas de Jesús María.
Además, durante 15 años participó en el Movimiento Eucarístico Juvenil en Mérida donde tuvo experiencias de misiones, campamentos y retiros.
“Más que un llamado creo que fue una búsqueda”, cuenta el egresado de la licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales del ITESO al hablar de su vocación, “una búsqueda de dónde yo podía amar y servir mejor, dónde puedo entregarme más como persona, dónde puedo poner más mi amor y que este amor pueda llegar a más personas también. En el fondo había esa inquietud de ser para los demás”.
La experiencia de voluntariado toca en él fibras que no conocía y lo que terminó por despertar el anhelo de profundizar en esa búsqueda fueron unos ejercicios espirituales. “Dije ya no puedo seguir haciéndome oídos sordos, tengo que dar pasos en mi vida un poco más serios para ver qué es lo que realmente quiero de mi vida”.
Su prenoviciado lo hizo en Bachajón, Chiapas (misiondebachajon.sjsocial.org/), donde se acercó a la cosmovisión de los tzeltales, “del amor a la tierra, esta síntesis que hacen entre el cristianismo y el catolicismo y sus tradiciones ancestrales para mí era entender a Dios en otra dimensión, en otra magnitud, con una presencia mucho más abarcante”.
En ese momento, José “Pepe” Avilés, SJ, era el superior de la misión, cuyo proceder dejó huella en él. “Me reflejaba mucho a Dios, nunca se lo he dicho, es una persona que como jesuita me marcó, yo quiero ser ese estilo de jesuita”.
Y es que, cuenta Nerio, Pepe combinaba la habilidad de estar al tanto de los acontecimientos sociales en Chiapas y del apoyo que se le podría brindar a las comunidades, sin perder de vista cuestiones que podrían parecer menores como a quién se le iba a acabar el medicamento y había que ir a comprarlo a Villahermosa; establecía una relación personal con todos.
En el noviciado, la experiencia de hospitales la hizo en el Hospital Civil de Guadalajara donde trabajó de tiempo completo; primero, en el área de traumatismos craneoencefálicos, en labores como la atención de enfermos, lo que puede incluir desde platicar con ellos, darles de comer, bañarlos, vestirlos.
“Ahí se está en contacto con el filo de la vida y la muerte”, señala y agrega que después estuvo en urgencias de pediatría donde también vivió experiencias muy difíciles “porque si la muerte es un tema ya complicado, que mueran niños o bebés, para los papás, los abuelos, es desgarrador. Ahí me topé con una impotencia absoluta porque no puedes dar ninguna palabra de consuelo, nada, toda palabra sale sobrando cuando se muere un niño”.
“Algo que me pasó en hospitales es que tuve una transmutación de mi afecto, o sea, de mi sensibilidad creo que crecí mucho a nivel de empatía, de poder llorar con el otro, porque uno no está acostumbrado a llorar; en esta experiencia de hospitales me volví más sensible al sufrimiento humano”, reflexiona.
Florecer donde sea sembrado
Es en el noviciado cuando los jesuitas hacen tres votos: obediencia, castidad y pobreza.
– ¿Cómo vives estos votos, en pleno siglo 21?
Cada uno te podrá decir una manera diferente de cómo los vive. Empecemos por el más fácil para mí, el de la pobreza. Yo lo vivo con el desapego de las cosas, y no solo lo material, también de experiencias, de los propios anhelos y deseos. Está bien desear, pero ahí entra lo que es la indiferencia del principio y fundamento ignaciano, como el desear que me manden a estudiar esto que tanto me gustaría, pero al ser indiferente, ahí va mi pobreza. Puedo tenerlo o no tenerlo y está bien, eso no me desuela, puedo seguir en mi centro.
Mi manera de vivir la castidad tiene mucho que ver con el afecto y con el amor en serio que le puedas tener a mucha gente.
Creo que no podemos amar a todo ni a todos, pero sí rostros, nombres concretos, amigos y vínculos profundos, con hombres, con mujeres, con jesuitas, con religiosos de otras comunidades religiosas, familiares, amigos de toda la vida o nuevos con los que puedas realmente vincularte afectivamente, amorosamente.
La castidad no es que no te vincules con nadie, porque así estás destinado al fracaso, a la represión, a la infelicidad absoluta. (La castidad) es vincúlate sanamente, libremente, con la gente que te rodea, con todos los que puedas. Tenemos nuestros límites humanos y habrá personalidades que no embonan tanto y que nos cuestan porque es parte de la naturaleza humana, pero la castidad es vincularte fraternalmente, amorosamente, sana y libremente con todos.
El voto de obediencia es complicado, porque a veces significa no entender, por ejemplo, cuando nos dan una misión o un destino apostólico. En otras, uno no tiene claridad por qué va a donde va, ahí me tomo muy fuertemente el que Dios abre caminos y que yo también tengo que abrir camino en el lugar donde sea colocado.
Una amiga en una ocasión me dijo una frase bellísima que para mí es importante: “Nerio puede florecer en cualquier lugar que sea sembrado” y puedo, en ese sentido, entregarme y amar mucho, hacer bien en cualquier sitio; lo cual es muy bonito, pero es un reto enorme.
Frustración y reconciliación
Tras estudiar en el ITESO y cursar el magisterio en la Ciudad de México, Nerio estudió Teología en la Universidad Javeriana de Colombia y luego fue destinado al Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en ese país, donde le tocó vivir la coyuntura del plebiscito de los acuerdos de paz en 2016 y en el inicio de su interpretación.
Aquí trabajó cuestiones de reconciliación con las comunidades y personas desplazadas por la guerra dentro de Colombia lo que, afirma, le dio una perspectiva diferente de quiénes eran los guerrilleros.
“Me dedicaba a capacitar y acompañar al personal que está todos los días frente a la gente, darles a esos acompañantes directos algunas herramientas en línea de reconciliación, como un concepto englobante, no es solamente dense la mano y ya, tiene implicaciones sociales, políticas y, por supuesto, espirituales. También nos llevaban a pueblos apartados donde estaban los desplazados, para también trabajar algún proceso de reconciliación”.
Nerio afirma que fue una etapa en la que tuvo que aprender a vivir con la frustración constante por las dificultades para avanzar en el trabajo que se realiza desde impedimentos para llegar a las comunidades hasta que un evento ajeno a la guerrilla desbarate lo hecho en una comunidad.
“Estuvimos en la coyuntura de los acuerdos de paz en Colombia. En el plebiscito del ‘sí’ o ‘no’, cuando ganó el ‘no’ hubo llanto y desolación en la comunidad, no podíamos creer el triunfo del no. Dices no es posible. Pero después viene el ‘sí’ y empiezan a aglutinar a los ex guerrilleros en campamentos a lo largo del territorio nacional y viene la oportunidad de trabajar con estos grupos”.
“Fue una experiencia de Dios preciosa encontrarte con ellos. No quiero decirles guerrilleros desmovilizados, sino gente que está buscando otros caminos de vida. Ahora ha pasado otra serie de cosas con estos grupos, pero en ese momento y con los grupos con los que trabajé, el de Caquetá y el de Putumayo, me encontré con gente cansada de la guerra. Se me acercó un hombre mayor, tendría unos 70 o 72 años, y me dijo ‘ dígame cómo puedo hacer para vivir un día en paz, porque no sé lo que es vivir en paz, no puedo’”, era un hombre, dice Nerio, que disparó un rifle y vio morir mucha gente.
Explica que quienes se unen a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lo hacen por una postura política o porque no tienen otra alternativa, eso lo supo cuando escuchó sus historias de vida.
“Al mirar al supuesto enemigo, tocas otras profundidades del dolor humano, del pensamiento humano, de las alternativas humanas, ellos han vivido escondiéndose por años o por toda la vida, muchos entraron a los 10 años porque ya no tenían familia y era lo que conocían. La familia que habían armado, eran los de las FARC”.
En su trabajo de grado, con el que Nerio concluyó su formación en Teología en noviembre de 2017, retoma esta experiencia de trabajo por la reconciliación por el que le otorgaron el Summa cum laude y una mención de honor.
“Lo que hice fue juntar esos elementos y trabajé lo que llamé espiritualidad del encuentro, como un elemento integrante en la construcción de reconciliación hoy. En experiencias exitosas de reconciliación, no solamente del SJR sino de muchas organizaciones ese tema en Colombia, tienen un componente fundamental en la espiritualidad, no digo espiritualidad cristiana o espiritualidad ignaciana, pero sí elementos de espiritualidad que son los que lograron transformar grupos, comunidades. Sin el elemento del espíritu nos quedamos en bonitas ideologías”.
Vocación compartida
“Ahora vengo saliendo de ejercicios espirituales y algo que descubrí es una presencia muy amorosa de Dios en este proceso, que no lo he hecho yo solo, sino muy acompañado no solamente de mis compañeros de generación, que es un regalo enorme, también de muchos jesuitas, de muchas laicas y muchos laicos que me han puesto ejemplo del seguimiento a Jesús” dice Nerio a unos días de su ordenación.
Señala que la elección de ser jesuita no es un asunto unilateral, “hay un entramado familiar, social y comunitario que te va confirmando o desconfirma tu vocación”.
Al responder a la pregunta sobre quiénes aparecen como involucradas en tu proceso de ser jesuita cuando mira hacia atrás, la primera persona que menciona es José “Pepe” Avilés, SJ, y en seguida aparece la imagen de una mujer en la sala de neurocirugía del Hospital Civil a quien se le acababa de morir su esposo con quien tuvo un bebé seis meses atrás.
“La señora en su intento de revivirlo, aunque ya no era posible porque tenía muerte cerebral, pero en su esperanza, le hablaba de su hija ‘tienes que hacer esto con la niña’. Esta esperanza donde no hay esperanza, amor donde quizá no va a encontrar una recompensa, como un rostro, se me vino ahorita como un rostro muy amoroso de esta mujer con el esposo; esa escena ha sido parte de mi historia”.
Nerio señala que hay muchas personas y vivencias que le han confirmado su camino y hace mención que en su ruta ha tenido muchas mujeres. “Maestras de vida, maestras dionisiacas que te dicen despierta y expándete y disfruta de la vida en su profundidad y maestras más apolíneas: sé disciplinado, esta experiencia sistematízala y dale más carne, creo que ha habido estas grandes mujeres y maestras espirituales que me ayudan a leer el paso de Dios en mi vida”.
– ¿Qué significado tiene para ti ser jesuita?
Es una apertura a que el espíritu me lleve y a fluir con el espíritu. Es una osadía porque de repente puedes no entender y puedes llorar, como te decía en el caso de la obediencia, pero la osadía de dejarse llevar, de creerle al espíritu de Dios, o sea, créesela porque, aunque no lo entiendas y aunque entres en crisis, mi fe permanece.
Llego a la ordenación con mucho agradecimiento, con una consolación que es un absoluto regalo de Dios, con mucha esperanza en el sacerdocio mismo.
Es algo que toca nuestra identidad más profunda, el sacerdocio no es un añadido, como decir soy licenciado en educación, filosofía, teología y sacerdote; no, el sacerdocio toca la raíz de la identidad, toca el cuerpo físico, la carne, el hueso, toca la mente, los criterios, el modo de proceder, las prioridades, toca el afecto, el cómo me vinculo amorosamente, qué hago, qué no hago, toca toda la integralidad humana.
Soy consciente de mis limitaciones humanas, que son muchas; pero sí hay una parte de la identidad que va a ser nueva para los que nos ordenamos. Hay una parte nueva, porque sí hay expectativas que se colocan sobre nosotros, queramos o no; antropológicamente e históricamente el sacerdote, no solamente el católico, tiene un rol social que no juega otro, y eso también es mi identidad.
Desde enero, Nerio está asignado al Colegio Ibero de Tijuana y a partir de agosto será el Director de Formación Ignaciana.
“Es un reto enorme, pero con la esperanza y con el deseo de que busquemos caminos para tocar las fibras de estos chicos, no solamente en el nivel afectivo y sentimental, sino incluso espiritual. Pero que esta espiritualidad no sea una sarta de temas, sino algo que ellos lo vean reflejado en los que nos dedicamos a dar a conocer la espiritualidad. No es fácil y me tocará seguirle pensando cómo”.