Juan Manuel Galeazzi González estaba decidido a perseguir una carrera de investigación en neurociencia cuando se graduó de la licenciatura en Psicología del ITESO. En 2012 llegó a Oxford para estudiar su doctorado. Ahora trabaja ahí y se dedica a estudiar la actividad y el funcionamiento del cerebro

Por Ximena Torres

Desde los laboratorios de psicología experimental y neuro ciencia de la Universidad de Oxford, Juan Manuel Galeazzi González se dedica a estudiar la actividad de las neuronas para responder a preguntas acerca de cómo aprendemos, cómo reconocemos los objetos a nuestro alrededor y cómo nuestra memoria impulsa nuestra toma de decisiones.

Lo hace con la ayuda de inteligencia artificial: a través de modelos matemáticos y computacionales que representan las redes neuronales del cerebro, así como las que hoy se utilizan en Instagram y Netflix para hacernos recomendaciones personalizadas, y también en chatbots como ChatGPT, para procesar textos y generar conclusiones.

Y no sólo eso, sino que Juan Manuel, como investigador postdoctoral asociado de Oxford, también participa en la observación de la actividad neuronal biológica (en contraste con la artificial) mediante el uso de microelectrodos Utah Array, que se implantan en el cerebro de distintas especies vivas para registrar las señales eléctricas generadas por sus neuronas e incluso para producir estímulos que interfieran en ellas con fines clínicos. Por ejemplo, restaurar funciones motoras perdidas que provocan parálisis en el cuerpo.

Este trabajo, que parece sacado de una historia de ciencia ficción, forma parte de las actividades del Grupo de Investigación del Cerebro y el Comportamiento de Oxford, donde Juan Manuel pasa la mayor parte de su jornada laboral. El resto del tiempo lo dedica a dar clases a estudiantes de psicología y ciencias biomédicas, pues también es profesor en el Queen’s College y el Balliol College de la universidad inglesa.

El valor de la observación

Juan Manuel llegó a Oxford en 2011 para estudiar su Doctorado en Psicología Experimental y Neurociencia Computacional, pero su interés por la ciencia comenzó mucho antes. Desde niño sentía una enorme curiosidad por entender el mundo a su alrededor y su familia lo acompañó en cada uno de sus descubrimientos. Recuerda con especial cariño las excursiones con su abuelo Poncho para observar plantas en el parque y cuando su tío Jesús le enseñó a calcular la distancia a la que cae un rayo a partir de los segundos que separan su luz y su sonido. 

“Me marcó mucho el hecho de saber que hay maneras de acceder al conocimiento a través de fórmulas o ecuaciones, era como magia para mí”, cuenta. Así nació en él un espíritu comprometido con la observación y el análisis cuidadoso de fenómenos cotidianos que, a primera vista, parece que sólo suceden.

La manera en que funciona el cerebro siempre fue una de sus pasiones, así que, en busca de explicaciones, se inscribió en la licenciatura en Psicología del ITESO. Ahí conoció, por primera vez, a personas que se dedicaban a la ciencia de tiempo completo, como el profesor José E. Burgos, quien lo guio en sus primeros proyectos de investigación sobre redes neuronales artificiales.  

Continuó formulando preguntas científicas durante sus dos maestrías en la Universidad de Groninga, en los Países Bajos: la de Psicología y la de Neurociencia Cognitiva y del Comportamiento. Luego, dio el siguiente paso, al nivel académico en el que hay que ir más allá de las respuestas al final del libro. “El doctorado se trata de formular preguntas sobre cosas que no se saben, de formular una estrategia para responderlas e intentar hacer una pequeña contribución para explicar algo que no se sabía”, explica.

El primer paso para Juan Manuel fue ubicar las universidades que tuvieran laboratorios de neurociencia computacional enfocados en aprendizaje no supervisado, aquel en el que se forman conexiones neuronales a partir de exposición o experiencia y no de reglas preestablecidas ni retroalimentación explícita. Mientras que un idioma se aprende, en parte, gracias a instrucciones y correcciones externas (aprendizaje supervisado), el reconocimiento de los bordes o la forma de un objeto sucede simplemente por nuestra observación del entorno (no supervisado).

Aplicó a Oxford y a otras universidades europeas con el mismo entusiasmo, porque, como dice, “no hay que poner todos los huevos en una canasta”. Y también porque en el doctorado “no hay que escoger la universidad solamente por el prestigio, lo importante es que el grupo de investigación al que vas sea bueno y haga algo que te interese”.

Para su sorpresa, el Centro de Oxford para la Neurociencia Teórica e Inteligencia Artificial lo llamó para una entrevista y ahí se quedó a estudiar su doctorado. Luego, al graduarse, compitió y ganó las plazas de profesor e investigador postdoctoral que tiene hoy.

Ahí, a través de los años, ha observado el desarrollo de los modelos neuronales artificiales, desde que parecían “de juguete”, hasta su aplicación tecnológica en la vida cotidiana a través del aprendizaje automático (machine learning) y el aprendizaje profundo (deep learning). Mientras, él sigue enfocado en estudiar la formación de las conexiones neuronales, para decodificarlas y explicar cómo funcionan y cómo coordinan su actividad. Su trabajo es una especie de traducción del lenguaje de lo que ocurre en el cerebro.

A otras personas que sueñan con llegar a la Universidad de Oxford, Juan Manuel les aconseja intentarlo, aunque sientan dudas. Y a quienes desean perseguir una carrera dentro de los laboratorios científicos, les recuerda que lo más importante es mantener la curiosidad, la paciencia y la capacidad de asombro, como la de un niño que descubre los kilómetros que caben entre el relámpago y el trueno. 

FOTO: Cortesía