Luis César Sanfelippo compartió su experiencia en el apoyo a víctimas de la dictadura argentina, dentro del Encuentro de Acompañamiento Psicosocial a Familiares de Personas Desaparecidas, organizado por el DIF Guadalajara y el ITESO
La psicología clínica definió como estrés postraumático el estado mental de aquellos que sufrían los horrores de la Guerra de Vietnam en los años 60; sin embargo, ningún cuerpo teórico puede ser más poderoso que una respuesta colectiva y política a la existencia de una guerra injusta.
Para el psicoanalista Luis César Sanfelippo, Coordinador del Centro Argentino de Historia del Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría, en el tema de desaparición forzada —algo que ha abordado desde la experiencia argentina— la psicoterapia tiene límites, en especial si no hay una respuesta social y política a la altura de lo sucedido. Si continúa ocurriendo, si la impunidad sigue vigente, entonces la psicoterapia no alcanza.
Lo anterior fue parte de una reflexión acaecida durante el Encuentro de Acompañamiento Psicosocial a Familiares de Personas desaparecidas, organizado por el DIF Guadalajara y el ITESO, en la que el especialista conversó acerca de la concepción del trauma, el término desaparición y los abordajes en el caso de los abusos cometidos por la dictadura militar en esta nación del Cono Sur.
“Nuestro trabajo se parece a la artesanía y al arte, que es lo que hacen muchos sobrevivientes o familiares de desaparecidos. Se necesita hacer algo con lo que ya hay, aunque esté roto, y se necesita intentar, a pesar del dolor y las heridas, hacer un trabajo de simbolización, que nos permita no estar tan pegados a eso que todavía está presente”, expresó.
Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, Sanfelippo explicó que la noción de trauma es abierta y múltiple, y que algunas visiones son bastante problemáticas. Una define al trauma como un acontecimiento completamente externo y ajeno a la persona, tan determinante que, cuando ocurre, la persona queda en un lugar de víctima completa, es decir, estamos ante la construcción de un destino inevitable, en una especie de profecía en la que el victimismo se eterniza y la persona, el grupo o la cultura, que quedaron arrasados, ya nada pueden hacer.
En otra concepción, los hechos no importan, sólo las particularidades subjetivas, o sea, las características de quien vivió la experiencia traumática. Aquí se parte del hecho de que varias personas pueden pasar por la misma experiencia, pero no todas la viven de la misma forma. Lo único que importa es la historia previa de la persona, o la respuesta que ésta o el grupo dan a los hechos: el individuo o el colectivo no pueden soltar u olvidar porque no son resilientes, no importa lo duro y complejo del acontecimiento.
Para Sanfelippo, quien toma esta noción directamente de Sigmund Freud, el trauma es una noción relativa, pues supone una relación con algo nuevo que irrumpe, una experiencia que contiene cosas para las cuales no estamos preparados, por lo que hay una imposibilidad para tramitarlo con los recursos que contamos. Por lo tanto, el trauma depende tanto de particularidades de lo vivido como de la propia historia previa y de los recursos con que se dispone.
Lo anterior abre la posibilidad de hacer un trabajo para que lo vivido deje de ser en alguna medida traumático. El trauma deja huellas y nos marca, no es algo de lo que uno se pueda olvidar, no se presta tan fácilmente a convertirse en un relato, y cuesta distinguir el pasado del que se habla del presente de quien está hablando.
“Las palabras se detienen, aparece un nudo en la garganta, se sienten palpitaciones, nos volvemos a aterrorizar, se repite una angustia que irrumpe haciendo indistinguible pasado y presente. Es una huella que funciona como una desgarradura: uno quiere hablar de eso, y en determinado momento las palabras se acaban. Funciona como una herida abierta, no como una cicatriz”, mencionó el autor de Trauma: Un estudio histórico en torno a Sigmund Freud (Miño y Dávila, 2020).
La siguiente noción que se preocupó de clarificar es la de desaparecido, partiendo de la distinción de que una persona desaparecida no es una persona perdida: “No es una persona que se fue de viaje o no quiso saber más nada de su familia. Una persona perdida pudo haber decidido marcharse. La desaparición siempre es forzada”.
Una desaparición tampoco es un secuestro, pues éste por lo regular siempre se explicita directamente, y tiene un fin, manda un mensaje o espera algo. En el caso de la desaparición forzada, los objetivos son más difusos. Entre sus características se distingue el intento de borrar las huellas del paradero de una persona, así como borrar las huellas del crimen; incluso se puede decir que es un intento de borrar el carácter humano de la persona desaparecida.
“El carácter más atroz es que no sólo priva de la vida, también priva de la muerte, porque no permite despedirse. Por ejemplo, en una cultura como la mexicana, que tanto honra a la muerte, no permite que las personas que están dolidas puedan hacer lo que todas las culturas humanas, un ritual de despedida, porque no se sabe qué paso, e incluso cuando aparece el cuerpo quedan borradas las razones de que se lo llevaran”, explicó.
La desaparición forzada siempre es un sistema, nunca son individuos aislados, sino una organización, con la exhibición obscena de un poder que puede mostrarse impune. En la mayoría de los casos, para que tenga lugar, es necesario que personas del Estado operen como artífices de la orden, que miren para otro lado, que sean cómplices o que no tengan los recursos para detenerla. Es decir, que manifiesten acción, omisión o ineficacia. Además, nunca afecta sólo a la persona desparecida, siempre hay un mensaje a la comunidad donde ocurre: “No te metas, no preguntes, nada se puede hacer y acá no pasa nada”.
La experiencia argentina
Hablando del caso de su natal Argentina, que de 1976 a 1983 vivió una dictadura militar en la que se calcula que hubo entre 22 y 30 mil desaparecidos, según distintas versiones, para Sanfelippo fueron importantes al menos cuatro estrategias que desde la psicoterapia se intentaron para el alivio de los efectos de la desaparición forzada.
La primera fue realizar un análisis de los efectos psicosociales colectivos del sistema desaparecedor, no sólo desde el terrorismo de Estado, sino también desde la propaganda y el discurso oficial, ya que muchas de las personas seguían creyendo que la dictadura había logrado orden y seguridad.
“Hubo campañas que inducían a guardar silencio o iban dirigidas a culpabilizar a los familiares, bajo consignas claras de TV como: ‘¿Usted sabe que está haciendo su hijo en estos momentos?’, ‘Algo habrá hecho, en algo estaría metido’. En ese punto, los psicoanalistas trataban de que su práctica no se redujera a ofertar psicoterapia, sino que también era necesario tomar la voz en los debates públicos, que fueran a los medios de comunicación, que participaran de congresos, y que se denunciaran los efectos colectivos que el terror y la propaganda tenían”, dijo.
La segunda estrategia fue la realización de prácticas grupales, enfocadas en alentar la circulación de la palabra o intervenir cuando la palabra se detiene, porque aparecen la angustia, el terror y las culpabilizaciones. El propósito de estas prácticas era hacer entender a los participantes que el verdadero culpable es el sistema desaparecedor que tiende a desgarrar el tejido social y a convertir eso que pasó en una tragedia individual. A partir de ahí se trató de volver a armar lazos de comunidad para lograr decir: ‘Éste es un problema que no es sólo mío’.
Otra de las prácticas necesarias consistió en acompañar a familiares y sobrevivientes en la difícil tarea de solicitar información, empezar a preguntar por su paradero y presentar una denuncia formal. Es decir, la labor no se reducía a lo que se hace en el marco de un consultorio o una oficina, sino que es una ocasión para que los psicoanalistas pongan el cuerpo y acompañen en el sentido literal ese proceso.
Finalmente, partiendo de la evidencia de que a veces el trabajo de grupos no alcanza, fue necesario confortar un espacio individual de psicoterapia. Sin embargo, nunca debe perderse de vista que poner una etiqueta diagnóstica puede hacer parecer que lo que le pasa a la persona no es la respuesta normal a un proceso social político, sino un problema de su psicopatología.
FOTO: Zyan André