Si la verdad nos hará libres, esa verdad solo puede venir del reconocimiento de la memoria y las voces de las víctimas de la matanza en Tlatelolco. Todo discernimiento necesita esa base, que puede doler e incomodar, para no viciarse en un interés mezquino que se cierre a atender a todas las voces
«No se olvida» es la consigna que acompaña las manifestaciones recordando la masacre en contra de estudiantes y otras personas en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Aquella tarde, integrantes de las policías, el ejército y el “Batallón Olimpia”, un cuerpo paramilitar, dispararon contra la población, privaron de la libertad a miles de personas, muchas de las cuales desaparecieron en las instalaciones militares y policíacas de la Ciudad de México. La información oficial se ocultó en el momento (con la connivencia de los medios de comunicación) y durante más de tres décadas, mientras la memoria la conservaban víctimas, cronistas, actores sociales, autores y poetas. Fueron la presión social y las anuales movilizaciones populares las que llevaron al gobierno federal a ir, poco a poco, creando las condiciones para conocer lo que de verdad pasó en Tlatelolco ese dos de octubre.
Sin embargo, este año, la amnesia parece volver a visitar a algunos personajes importantes del gobierno actual. El 13 de septiembre, el general Luis Crescencio Sandoval González, actual secretario de la defensa nacional del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, dio un mensaje con ocasión del homenaje de los cadetes muertos en el Castillo de Chapultepec durante la invasión estadounidense en 1847. Después de reconocer el valor de las instituciones educativas militares y afirmar el compromiso del ejército mexicano con el orden constitucional del estado, dijo:
«La historia y los principios de los que portamos el uniforme de la Patria, nos motivan e inspiran para cumplir cabal y fielmente los mandatos de la Constitución, que son el reflejo de las aspiraciones nacionales; que quede claro, solo atendemos a los intereses que dicta el pueblo de México; lo hemos demostrado durante más de 100 años el Ejército y la Fuerza Aérea Mexicanos; por ello, las mujeres y hombres que integramos estas Fuerzas, siempre nos hemos mantenido respetuosos del gobierno y de las instituciones legalmente constituidas.»[1]
Sin que la memoria reclamara autocrítica, y delante de las autoridades civiles del país, la cabeza actual de los cuerpos militares dejaba en el olvido la participación de las fuerzas armadas en la masacre de Tlatelolco y en las represiones que la antecedieron y durante la guerra sucia que se desató después de 1968. Bajo el dicho de “solo atendemos a los intereses que dicta el pueblo de México”, el general convertía al pueblo en cómplice de las acciones de los militares en el mitin de Tlatelolco. El silencio de los otros funcionarios marcó el triunfo de la amnesia.
Pero no quedó todo solo en el recuerdo negado. A esa declaración del general Sandoval, siguió un mensaje mucho más preocupante:
«Quienes integramos las instituciones tenemos el compromiso de velar por la unión nacional y debemos discernir de aquellos que, con comentarios tendenciosos, generados por sus intereses y ambiciones personales antes que los nacionales, pretenden apartar a las Fuerzas Armadas de la confianza y respeto que deposita la ciudadanía en las mujeres y hombres que tienen la delicada tarea de servir a su país.«[2]
Bajo el dicho de “solo atendemos a los intereses que dicta el pueblo de México”, el general convertía al pueblo en cómplice de las acciones de los militares en el mitin de Tlatelolco. El silencio de los otros funcionarios marcó el triunfo de la amnesia.
Bajo el paraguas del olvido, el dirigente del ejército y la fuerza aérea se hacía árbitro, en defensa de la “unidad nacional”, para el “discernimiento” de los “intereses y ambiciones” de las personas que opinan públicamente, sembrando desconfianza en la ciudadanía respecto de su ejército. Fundidos pueblo y ejército en una misma sustancia, las armas, jerarquía y disciplina militar se convierten en garantes de un pensamiento e interés únicos. Si el Creador ha dotado a cada criatura de su propia capacidad de conocer y promover su bien y el de los demás, aquí esta capacidad (esencia de toda espiritualidad) quedaba sometida al juicio de la autoridad militar, preocupada por lograr una unidad homogénea, donde se pierda la diversidad. La palabra “pueblo” pierde aquí su sustancia fundamental de hombres y mujeres libres y capaces de dar su palabra para forjar un destino común, y se convierte en un regulador abstracto que podría enarbolarse para justificar, como en 1968, un crimen contra la humanidad.
Es así como calificó la Comisión para Acceso a la Verdad, Esclarecimiento Histórico e Impulso a la Justicia de violaciones graves de derechos humanos de 1965 a 1990, el 23 de septiembre de 2022, lo descubierto en el Campo Militar # 1, una de las instalaciones militares utilizadas en los acontecimientos de Tlatelolco. La Comisión dijo haber encontrado “indicios creíbles de que el Campo Militar # 1 fue escenario de crímenes de lesa humanidad y fue escenario de violaciones gravísimas de derechos humanos”,[3] anunciando necesarias investigaciones de mayor calado en el mismo Campo y en otras instalaciones militares. Por tanto, las fuerzas armadas habían participado en el asesinato y la violación de los derechos humanos de personas, alguna vez “discernidas” como agentes sediciosos que solamente atendían a “intereses y ambiciones personales” que anteponían a los intereses “nacionales”.
La conclusión de la Comisión, por el contrario, reconoce que su investigación permite “reivindicar el punto de vista de las víctimas”,[4] indudablemente contrario al del general Sandoval y sus antecesores. Con su declaración, devuelve a quienes en aquellos años se les impulso el “estigma” de “personas desviadas”, por defender lo que sus propios ojos veían y sus cuerpos sufrían, la realidad de ser y haber sido personas dignas de confianza, capaces de construir la nación como un espacio de desarrollo y bienestar de todas y cada persona, un lugar de libertad, de justicia y de paz.
Hemos de buscar dejar de temer al disenso que tanto teme el general Sandoval como para querer ahogarlo en la unidad, y aprender del Dios Trinitario que, según Ignacio de Loyola, mira al mundo en su diversidad sin miedo, saliendo de toda seguridad, para comprometerse a habitarlo, escucharlo, compartirlo y caminarlo, sentándose a la mesa y conversando para dejarse enseñar.
Si la verdad nos hará libres, esa verdad solo puede venir del reconocimiento de la memoria y las voces de las víctimas. Ellas son nuestro suelo. Todo discernimiento necesita esa base, que puede doler e incomodar, para no viciarse en un interés mezquino que se cierre a atender a todas las voces para encontrar el tono no escuchado que completa al coro, el hilo no visto que sostiene el tejido, la palabra escondida que nos motiva a inventar. La Comisión para Acceso a la Verdad nos ha recuperado algunas de estas voces, y habrá que recuperar a muchas más, víctimas también del abuso de autoridad. Hemos de buscar dejar de temer al disenso que tanto teme el general Sandoval como para querer ahogarlo en la unidad, y aprender del Dios Trinitario que, según Ignacio de Loyola, mira al mundo en su diversidad sin miedo, saliendo de toda seguridad, para comprometerse a habitarlo, escucharlo, compartirlo y caminarlo, sentándose a la mesa y conversando para dejarse enseñar. Ignacio miró a ese Dios haciéndose hombre, caminante y compañero, y en él encontró que era posible confiar para que cada persona pudiera dar su propia palabra, su propia mirada, tal vez incómoda, pero siempre necesaria para caminar en la verdad. Esa tarde del 68 esa confianza se perdió, y su ausencia trajo muerte y dolor. En el discurso del general todavía está perdida y su falta nos hace recordar que un miedo así es camino seguro de represión.
Este dos de octubre resonará en nuestras calles, tal vez, la consigna del “no se olvida”. Quizá también se escuche en los discursos de las mismas autoridades que aquel día escucharon, en silencio o cobardía, las palabras del general Sandoval. Habrá que arrancar el “no se olvida” de esa retórica oficial, experta en convertir en monumento las masacres enmudeciendo sus voces para que, en esa falsa unidad, no puedan recordar el horror, como nos recuerda Walter Benjamin. Habrá que regresar el “no se olvida” al otro reino, a su otro lugar: a la voz libre que reclama una verdad distinta a la que el poder quiere imponer y no se conforma con ningún rey en este mundo, porque sabe que todavía está por venir, sin descartar a nadie, el reinado de la verdadera paz.
En nombre de ese reinado, que no descarta ni subordina, será necesario recordar a quienes desde el poder dicen “no se olvida”, que olvidaron y dejaron pasar ignoradas la sangre y la vida arrebatada en esos muchos años de represión, cuando el ejército mexicano y las policías se volvieron contra los suyos por un supuesto interés nacional. Será necesario pedir, en nombre de ese reino, una muy distinta verdad que sí reconozca lo que no reconoció ese 13 de septiembre (y hasta hoy) ni la autoridad castrense ni las autoridades que, con falso sustento, entregan a los militares nuestra seguridad. Será necesario reclamarles, en nombre de la memoria, acciones que permitan hacer de la vida un coro, una asamblea de palabras libres y distintas que sabe escuchar y acuerpar. Hoy, como en 1968, nos corresponde a nosotros invocar al Dios que danza y crea paz, al que ama y promueve la diversidad, para exigir y enseñar que no queremos pueblos de silencio y homogeneidad; que podemos crear otro modo de ser pueblo, uno de voces distintas y de belleza no homogénea, sino coral.
[1] Participación del General Luis Cresencio Sandoval González, Secretario de la Defensa Nacional, durante la Ceremonia del «175 Aniversario de la Gesta Heroica de los Niños Héroes de Chapultepec». https://www.gob.mx/sedena/prensa/13-de-septiembre-del-2022
[2] Íbidem
[3] Revista Proceso, “Víctimas de la ‘guerra sucia’: Hay indicios de crímenes de lesa humanidad en el Campo Militar 1”, en https://www.proceso.com.mx/nacional/2022/9/23/victimas-de-la-guerra-sucia-hay-indicios-de-crimenes-de-lesa-humanidad-en-el-campo-militar-293890.html
[4] Íbidem.