Entramos en el periodo culmen de la cuaresma, la Semana Santa, y nos presenta la posibilidad de contemplar e implicarnos en la invitación que hizo Jesús a la humanidad con su pasión, muerte y resurrección. 

Por Fernando Villalobos, profesor del Centro Universitario Ignaciano

Desde el cristianismo primitivo hasta nuestros días, la pasión, muerte y resurrección de Jesús -el misterio pascual- han representado un tema fundamental en el desarrollo de la cristiandad. Diferentes épocas en la historia nos permiten distinguir que, dentro de la multiplicidad de los grupos humanos (religiosos o no) y a través de las expresiones culturales más diversas, un cúmulo de intereses se despiertan al paso de estos pasajes en el tiempo.  

Es evidente que el tema ha generado diferentes reacciones, emociones e intereses, que responden a múltiples variantes, debido a desde dónde es atrapada la atención, en una perspectiva histórica, hermenéutica, teológica…, y que se brinda para su estudio, reflexión, oración y contemplación.. Lo que es un hecho es que, pasión, muerte y resurrección de Jesús, difícilmente pasan inadvertidas en la historia, nos han servido de inspiración y han provocado a un gran número de personas en el mundo. No en vano M. Kahler afirmó, que los evangelios serían una historia de la pasión precedida de una introducción muy detallada”[1], en su reflexión y planteamiento en torno a la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. 

Hoy, a unos días de revivir litúrgicamente estos acontecimientos –el misterio pascual-, poner la vista sobre ello representa una oportunidad para que pausada, amorosa y profundamente, puede favorecer el conocimiento interno de Cristo, asumiendo el ejercicio como instrumento de reflexión dinámica en ambos sentidos, de ida y vuelta ad intra y ad extra-, partiendo de mirar al Jesús crucificado. 

Mirar y dejarse mirar, nos enseña que desde la fe siempre podemos entender algo más, como método de conocimiento, que la mirada puede captar lo que a veces es imperceptible.  

Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales nos muestra en su triple camino de interiorización (trayecto interno, camino hacia los otros, y lectura de la realidad y del mundo de manera diferente), un modelo para comprender el misterio amoroso de Dios de manera distinta, descubriendo al Jesús pobre y humilde, “demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga [EE 104] 

“…Salir de sí para dejarse empapar de los misterios de Cristo nuestro Señor…, Y es en ese encuentro profundo donde surge un aspecto fundamental de la contemplación: el tono afectivo y amistoso en que se desenvuelve, consiguiendo así la amistad en estado puro –“como un amigo habla a otro amigo”– (S. Ignacio).[2]

En la historia de la espiritualidad podemos encontrar numerosas y muy diversas experiencias que tienen como punto de partida a Jesús crucificado, cuando se asume la contemplación de éste con una actitud fundamental, un talante frente a la vida, un estar dispuesto; más que como una técnica, se nos invita como un ejercicio que lleva a la persona al silencio absoluto, a la quietud, al vaciamiento existencial que cede el espacio para que lo habite aquél que sostiene toda existencia y que, a la vez, está llamado a intervenir la realidad en el “aquí y ahora”. 

“… tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa).[3]

“… Ese encuentro con el crucifijo de la paz será determinante: “yo lo miraba y él me miraba… y parecía decirme tantas cosas”. (San Guido María Conforti, fundador de los Misioneros Xaverianos), en la contemplación del Crucifijo, alimentó una fe viva.[4]

Mirar y dejarse mirar, nos enseña que desde la fe siempre podemos entender algo más, como método de conocimiento, que la mirada puede captar lo que a veces es imperceptible 

Hoy puedo dejar que ese Jesús de la cruz me encuentre habitando el misterio de la posibilidad y la utopía transformadora, en sintonía con la búsqueda y el encuentro con quienes hemos crucificado en nuestros días, que aparecen en rostros concretos de personas que me muestran lo que realmente está pasando, que me convocan a anular la indiferencia y a comprender que ese Jesús de la cruz irremediablemente orienta la mirada hacia esas otras cruces de nuestro tiempo y de la historia, evitando las miradas sin sustento, sabiendo que Cristo no actúa a pesar de las consecuencias, sino a través de ellas 

“… Contemplar es enfocar la realidad tal como es – ¡con los cinco sentidos! -en expresión de Ignacio- pero para poder descubrir a través de ella el misterio que la envuelve. Sin esta mirada profunda, desaparece el misterio y aparecen con frecuencia las miradas superficiales, pasajeras, “intrascendentes”.[5]

Buscar y encontrar a Dios puede manifestarse de muchas maneras, sin embargo, esta búsqueda y encuentro nunca puede carecer de verdad, de justicia, de bondad y de vida. Para más seguir e imitar al Señor nuestro [EE EE 109]; que nos sintamos invitados a preguntarnos: ¿Qué he hecho por Cristo?, ¿Qué hago por Cristo?, ¿Qué he de hacer por Cristo?  

Ese Jesús de la cruz irremediablemente orienta la mirada hacia esas otras cruces de nuestro tiempo y de la historia, evitando las miradas sin sustento, sabiendo que Cristo no actúa a pesar de las consecuencias, sino a través de ellas. 

NOTAS:

[1] Der sogennante historische Jesus und der geschichtliche biblische Chris- rus, neu hrsg. von E. Wolf, Munich 1953, p. 60.

[2] Ignaciana, E. (2021). Contemplar: lo invisible a través de lo visible. Retrieved 1 March 2021, from https://espiritualidadignaciana.org/contemplar/

[3] IDEM

[4] Misioneros Xaverianos. (Publicado 5.11.14). San Guido María Conforti y el crucifijo: Misioneros Javerianos. 1 marzo 2021, de Misioneros Xaverianos Sitio web: http://eslahoradelamision.blogspot.com/2014/11/san-guido-maria-conforti-y-el-crucifijo.html

[5] IDEM