El temor y muerte que ha provocado un diminuto organismo como el SARS-CoV-2 nos ha llevado a revaluar los esquemas de pensamiento y nuestra relación con el mundo, especialmente con la naturaleza. ¿Cómo podrá continuar la vida en la tierra tal como la conocemos, cuando aniquilamos especies que nos hacen sobrevivir como sociedad? 

POR CRISTÓBAL CAMARENA BERNARD, COORDINADOR DE LA INGENIERÍA EN BIOTECNOLOGÍA DEL ITESO.

Inmersos como estamos en una contingencia sin precedentes, en un momento histórico en el que el exceso de la información brilla por su constante presencia, la búsqueda de respuestas sobre el Covid-19 deja más dudas a su paso. Una de las preguntas a las que aún no se le puede dar una respuesta definitiva, es acerca del origen de este virus.  

La mayor parte de científicas y científicos a nivel mundial coincide en que el Covid-19 no es un virus ‘fabricado’ en un laboratorio. Contra cualquier teoría de la conspiración, su origen se situó en un mercado de Wuhan, China, en el que se comercializan animales para su ingesta, y los dedos acusatorios cayeron primero sobre el murciélago y luego, sobre el pangolín, como los transmisores de este virus.  

Ante esta pandemia de desinformación, diversos grupos saltaron en defensa del murciélago y del pangolín, en una tutela que recuerda la que se hace por animales como vacas, pollos y cerdos y, en los últimos tiempos a las abejas, tan esenciales para la preservación y mejora de la biodiversidad.  

La defensa de esta última especie me lleva a pensar en los bichos, que no tienen – todavía – un apasionado grupo de defensores, y que poco a poco van desapareciendo del planeta. 

Entre mitos te veas 

Mantis religiosa en el ITESO. Foto de Roberto Ornelas

Soy de los que se entristecen cuando veo a otros matar bichos solo porque sí. Triste como niño que se le cae la bola de helado a la primera lamida. Pero he dejado de escandalizarme. Entiendo que la mayoría de las veces esas acciones derivan del desconocimiento, el miedo generado por los mitos o por la pura costumbre de matar todo lo que tenga más de 4 patas sin preguntarse qué es, qué hace a nuestro alrededor, o si es bueno o malo.  

Y es que está difícil saber todo sobre los bichos (insectos, arácnidos, crustáceos terrestres y otros pequeños parientes de lo rastrero). Solo de insectos, se conocen cerca de un millón de especies y se calcula que pueden existir otros 9 millones por descubrir. Pero lo realmente complejo para mí es entender de dónde han salido tantos mitos alrededor de ellos que los vuelven tan odiados. Las tijerillas no cortan el tímpano con su cola de tijera; las escamas de las mariposas de noche no provocan calvicie; y los caballos no se inflan hasta explotar cuando se comen una campamocha. 

¡Déjenlos vivir! 

Sin embargo, los crímenes callejeros contra bichos no son los que ponen en riesgo a sus poblaciones, tan indispensables en el equilibrio de los ecosistemas. En los últimos años, numerosos estudios han mostrado evidencia de la disminución, en todo el mundo, no solo de individuos de especies clave, sino también de especies “menores”, casi siempre inadvertidas para la mayoría de nosotros, aunque no por eso menos importantes. Son tan complejas las redes de interacción entre los seres vivos en la naturaleza, que resulta ingenuo afirmar que la pérdida de especies de invertebrados no tendrá secuelas importantes para el resto de los seres en la tierra. 

 Los insectos, por ejemplo, son vitales para la polinización y, por consecuencia, de la formación de casi todos los frutos en la naturaleza (no solo los que el humano sirve en su mesa); son los principales recicladores de materia orgánica y constituyen la base de muchas cadenas alimenticias. 

Una de las formas más significativas y evidentes a simple vista para notar esta disminución de insectos es conducir por carretera durante algunas horas. Hace apenas 30 años, el parabrisas de cualquier auto terminaba, después de un viaje por el campo, embarrado con una buena mezcla de patas, alas y antenas, firmemente unidas al vidrio por los viscosos fluidos internos de los dueños de estas. Del mismo modo, para un paseo en bicicleta, siempre era bueno recordar mantener la boca cerrada si no se quería masticar seres voladores por un rato. Así relata Brooke Jarvis (2018) la nostálgica experiencia del danés Sune Boye Riis, en su artículo para el New York TimesThe Insect Apocalypse Is Here”, cuando este empieza a notar la ausencia de insectos en el parabrisas de su auto. Riis se integra entonces, al nutrido grupo de entomólogos y ecólogos que no solo están mostrando la alarmante pérdida de bichos, también están advirtiendo de las terribles consecuencias que tiene mantener las prácticas insecticidas actuales.  

Sin bichos no hay paraíso 

La desaparición de insectos ya está dejando ver su impacto en la economía y la forma en que producimos nuestro alimento. Productores de cerezas y manzanos en diferentes partes del mundo, que dependen de los insectos polinizadores, principalmente abejas, se están viendo obligados a contratar cuadrillas de trabajadores armados con cotonetes y escaleras para hacer el trabajo, otrora gratuito, de cruzar polen de una flor al pistilo de otra para que el fruto crezca. En cambio, algunas especies de insectos nocivos han aprovechado la disminución de sus predadores para explotar demográficamente y se han convertido en molestas y costosas plagas.  

Es fácil atribuir la causa de la disminución de invertebrados al uso de insecticidas, principalmente agrícolas, sin embargo, es el conjunto de factores adversos la principal razón. Cambio climático, fragmentación de espacios silvestres en la naturaleza, cambio de uso de suelo, principalmente para el desarrollo de agricultura intensiva, introducción de especies exóticas, compuestos tóxicos derivados de la actividad humana en prácticamente todos los ecosistemas, figuran entre una enorme lista. Estas condiciones en conjunto están afectando las migraciones, perjudicando la fertilidad de las hembras, cambiando los patrones de forrajeo. A este ritmo, entraremos en una era que los especialistas comienzan a describir como “apocalíptica”; “una era de oscurantismo ecológico”, “en la que las personas sobrevivientes ofrecerán oraciones pidiendo que vuelvan los insectos” escribe Edward O. Wilson, reconocido entomólogo y pionero de la sociobiología. 

Abeja muerta. Foto: Leenient

A pesar de que aún no existen suficientes acciones, individuales o colectivas, que permitan observar un cambio en esta tendencia, la esperanza de una potencial recuperación radica en dos hechos: primero, la iniciativa de algunos gobiernos por controlar el uso de pesticidas y fomentar la conservación de espacios silvestres, aunado a fuertes campañas de difusión y concientización sobre la importancia de estas criaturas; y segundo, la resiliencia de la naturaleza, donde la capacidad reproductiva de los bichos hacen imaginar un futuro más próspero, siempre y cuando dejemos de presionar tanto. 

Además de la importancia ecológica, económica y alimentaria, diversas disciplinas han encontrado en el estudio de los artrópodos una fuente de inspiración para el desarrollo artístico y tecnológico. La emulación de la naturaleza ha arrojado fascinantes soluciones a diversos problemas: microrobots voladores que realizan vuelos autónomos de larga duración aprovechan estudios con moscas de la fruta (Drosophilla sp.) para entender la mecánica de su vuelo de alto desempeño, un balance preciso entre potencia y peso, y sensores de inercia para un sistema de control de giro a altas velocidades. Pinturas que cambian de color de acuerdo a la luz que reciben son el resultado de observaciones minuciosas a las alas de un escarabajo coprófago, que logra tonos metálicos, azules, rojos, amarillos y verdes gracias a patrones lineales y capas paralelas de nanoestructuras en su superficie. Antibacteriales selectivos derivados de la hormiga Atta mexicana que, con su saliva, combaten bacterias y levaduras para proteger el cultivo de hongos filamentosos que constituyen su alimento. Sistemas de construcción sustentable que simulan los nidos de las termitas Odontotermus obesus, que aprovechan la canalización de aire caliente al exterior en verano y lo almacenan en invierno. Resistencia superior en materiales como resultado del análisis molecular de fibras en la tela de la araña Caerostris darwini, que logra hilos más ligeros que el algodón, pero más resistentes que el acero. Y los ejemplos podrían seguir. 

 Los insectos y otros bichos no solo son necesarios para nuestra sobrevivencia como sociedad, también son indispensables para vida en la tierra como la conocemos. Si bien algunos de ellos provocan picaduras y enfermedades, arrasan cosechas y destruyen construcciones, está en nosotros encontrar la manera de buscar soluciones al problema, quizá aprovechando lo que aprendemos de ellos mismos, antes de decidir eliminarlos a todos.  

Cristobal Camarena Bernard, es coordinador de la carrera de Ingeniería en Biotecnología e investigador del Departamento de Procesos Tecnológicos en Industriales, puedes contactarlo en el correo camarena@iteso.mx. Foto. Luis Ponciano.