Egresado de Ingeniería Ambiental, José Pablo Ortiz Partida trabaja en combatir el cambio climático y sus efectos sociales, por medio del desarrollo de estrategias de transición justa
«¿Cuándo se va a acabar el mundo?»: es una de las preguntas que más escucha José Pablo Ortiz Partida, egresado de Ingeniería Ambiental, cuando las personas conocen de su interés por el cambio climático. Su respuesta es más que contundente: “Depende; para algunos, la verdad es que ya se les acabó”.
Ortiz Partida participó en el conversatorio »Enfrentando el Cambio Climático y la Crisis Hídrica: Lecciones de California para la Justicia Ambiental y Social en México», organizado por la Maestría en Ciudad y Espacio Público Sustentable, y compartió en entrevista su camino profesional con la Unión de Científicos Conscientes (UCS, por sus siglas en inglés) su especialización en Hidrología, pero también su trabajo alrededor de la transición justa ante el cambio climático.
“Mi fuerte es Hidrología, pero he tenido que aprender muchas otras cosas. El cambio climático es todo un sistema más complejo que implica otros factores de corte social. Además, no son nada más cosas de agua, también son temas de aire o alimentos”, explica el profesional de 35 años.
En últimos años se ha interesado en la transición justa, especialmente de energías renovables, entendida como la transición obligada por el cambio climático pero que puede desarrollarse en forma equitativa para los que tienen los trabajos en riesgo de perderse o desaparecer, como el trabajo en minas de carbón.
También ha trabajado proyectos de transición justa de sistemas alimentarios en el estado de California y parte de México, en sitios donde los niveles del agua subterránea están bajando cada vez más debido a la excesiva extracción, a lo que se suman los hundimientos de terreno y el agua contaminada.
“Hay una regulación en California para llevar sostenibilidad de agua hasta 2040 y parte de eso va a hacer que se reduzca el área de agricultura de irrigación en el valle central de California”, comenta, y añade que esto implicará que ciertas industrias y negocios se reduzcan, con consecuencias sociales severas.
La opción B
Desde antes de nacer, el ITESO ha sido parte de la vida de José Pablo Ortiz: sus padres son egresados de la Universidad Jesuita y su padre, además, catedrático. Sin embargo, la primera opción profesional para el joven fue Medicina, por lo que buscó instituciones que pudieran ofrecerle la formación que buscaba.
Tras no alcanzar cupo en la Universidad de Guadalajara (UdeG), ingresó a Ingeniería Ambiental en el ITESO —hizo la carrera de 2008 al 2012—. Su experiencia en el ITESO fue por demás diversa: estuvo en la selección de tenis, jugaba ping-pong, formó parte del colectivo RedUCE y desde esta plataforma se involucró en la promoción de procesos al interior de la Universidad, como la separación de basura, promover un campus libre de unicel, iniciar la batalla por espacios libres de humo y los primeros movimientos para crear el huerto agroecológico.
Su Proyecto de Aplicación Profesional (PAP) lo llevó a Chiapas, donde colaboró en el diseño de un sistema de captación de agua de lluvia en una comunidad indígena tzeltal de Bachajón y Chilón.
“Fue una de las experiencias mágicas del ITESO, de transformación, que te abren los ojos a un panorama diferente. Siento que ya tenía una mirada diferente gracias a mi mamá y mi papá, pero este tipo de experiencias los abren aún más”, añade.
El camino del agua
Poco antes de egresar, trabajó para una consultora ambiental haciendo estudios de impacto y de riesgo ambiental para construcciones. Tras algunos años, quiso irse a estudiar a Estados Unidos con el foco puesto en temas de agua o energía.
Mientras estudiaba inglés y vivía en California con unos amigos de sus padres, lo invitaron a un desayuno en el consulado de México en Sacramento. Conoció ahí a Samuel Sandoval, académico de la Universidad de California Davis en el área de Hidrología, quien estaba trabajando el tema de caudales ambientales.
“Se acercó a mí y me dejó su tarjeta. Llegué a mi casa y me tardé una hora y media escribiendo un mail en inglés. A los minutos, me contesta en español, que vaya a Davis y lleve mis calificaciones y currículum para platicar la siguiente semana. Asumí el riesgo, pero valió la pena”, asegura. Después de eso, regresó a México, mantuvo el contacto con Sandoval, aplicó a la misma Universidad de California Davis, fue aceptado y pudo aplicar a una beca Conachyt.
De 2014 a 2018 estudió el Doctorado (directo) en Hidrología con enfoque en manejo integral de recursos hídricos, con una investigación que tenía que ver con caudales ambientales. También realizó una estancia de tres meses en el Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA), en Viena, Austria, donde desarrolló estrategias para equilibrar las asignaciones de agua para los humanos y el medio ambiente.
El factor social
Fue hasta egresar que la parte relacionada con la incidencia social retornó a su vida. Tras graduarse, empezó a trabajar en la UCS como científico del clima y el agua y posteriormente encaminándose a líneas relacionadas con energía. Cabe señalar que este colectivo no recibe fondos ni del gobierno ni de corporaciones privadas a fin de que no haya alguna influencia en las investigaciones y poder informar sin censura sobre políticas públicas.
Uno de sus proyectos lo hizo conectar con comunidades de latinos y mexicanos inmigrantes de la región del Valle de San Joaquín, el área de agricultura más rica de Estados Unidos y donde las inequidades están a la orden del día, principalmente para los trabajadores del campo.
“Me salí de la zona de confort para platicar con las personas y entender sus retos. Fue una buena manera de darse cuenta de cuánto podía mi trabajo aportar a los diferentes problemas que tuvieran, y verlo realmente reflejado en algo concreto”, comenta.
Este trabajo estuvo centrado en cómo el cambio climático afecta a muchos de estos grupos en esta región e incluso se hace extensivo a lo que sucede en México. “Cuando empiezas a platicar con las personas te das cuenta de que el tema del agua está mal, pero el aire está peor. O que no hay banquetas en las calles, no hay pavimento ni postes de luz, no hay buen transporte público. No hay escuelas cercanas ni dónde comprar comida buena”, comparte.
Como producto final, hicieron una guía educativa sobre el cambio climático, atacando cuestiones no sólo del agua, sino también de calidad del aire, el otro factor ambiental más importante para los líderes de estas comunidades. Uno de los temas abordados es el manejo del calor extremo; muchas de estas personas trabajan en el campo al aire libre con temperaturas que superan los 40 grados en verano.
A pesar de que existen reglamentos que ven por los derechos de los trabajadores, como tiempo a la sombra y adecuada hidratación, es necesario que los mismos jornaleros conozcan y hagan valer sus derechos, además de promover más vigilancia para el cumplimiento de estas regulaciones. En tanto, las ciencias duras ayudan a determinar el aumento de las temperaturas futuras con proyecciones de cambio climático, a fin de irse preparando desde ahora y determinar qué tipo de políticas públicas se pueden desarrollar para que tengan un impacto mayor.
“Me encanta mi trabajo. Es pesada la parte de trabajar con cambio climático, estar leyendo todos los días de récords de temperatura, récord de menos capa de hielo en los polos, el mayor incendio que ha pasado, el huracán de Acapulco. Regresando a la pregunta de ‘cuándo se va a acabar el mundo’, pues depende de qué tanto podamos hacer para minimizar los impactos. Ahora, la pregunta es más bien cuántos mundos podemos salvar”, menciona.
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