Desde su incipiente experiencia dentro de la espiritualidad ignaciana, el autor nos comparte la manera en que ésta le ayudó a descubrir su voz interior después de cerrar un ciclo de 30 años de trabajo en el ITESO y cómo pudo experimentar de manera tranquila y esperanzadora el confinamiento por covid-19 

Por Benjamín de Jesús Luna Vela 

Jubilado y participante en la Ruta de Formación Ignaciana para colaboradores 

En estas líneas que con trabajo trazo intentaré responder a dos preguntas: ¿Cuál es el significado que ha tenido para mí participar en la Ruta Ignaciana y cuáles son los frutos que ha generado en mi vida? Dos preguntas claras, pero con una respuesta difícil de transmitir.  

Habiendo trabajado 30 años en el ITESO, hace más de cuatro años me inscribí al curso llamado Circulo de lectura espiritual. La inquietud por explorar la espiritualidad de un modo ordenando y continuo es muy reciente. La atención había sido intermitente y oscilante, la mayoría del tiempo desde el agnosticismo la indiferencia. 

La primera parte de mi experiencia dentro del grupo de lectura espiritual coincide con la última etapa de mi vida laboral. Ahora veo que un mini retiro de fin de semana en Puente Grande, donde experimenté un poco el silencio dentro de una visión ignaciana, me llevó a asistir y disfrutar de los Domingos ignacianos, en uno de los cuales recibí la invitación a participar en la escuela parroquial de Cajetes. Derivado de mi colaboración, fui invitado a colaborar en el proyecto Casa Tatic, en el Briseño. Colaborar en estos proyectos fue altamente gratificante. 

Al empezar a escribir estas líneas me vi frente a una hoja en blanco, algo que conozco en mi actividad como arquitecto, pero ahora no tenía el equivalente al programa arquitectónico. Por ello, luego de dos intentos, decidí partir de mi situación actual:  

  • Ante la conciencia de tanto bien recibido, siento la necesidad de colaborar, desde la confianza y alimentando la esperanza fundada, en algún proyecto que contribuya al bienestar de personas desfavorecidas. 
  • Disfruto el volver a esbozar, de modo muy especial, el proyecto ejecutivo de mi casa. 
  • Me siento ilusionado por regresar al lugar donde nací, ahora que estoy jubilado. 
  • Me encuentro decidiendo aspectos cruciales de mi vida personal. 

Perdido un poco en mis sentimientos y pensamientos para contestar las preguntas, tuve tres experiencias que me ayudaron a ordenar mis ideas. Encontré en Facebook el sitio del Centro Cultural Loyola de Monterrey y vi que se ofrecía una conferencia llamada «Abrirnos a la gran comunión, al ejercicio del amor incondicional hacia todos los seres: humanos, animales, vegetales y minerales, a toda la realidad, hacia todo lo que existe y a lo que esencialmente y originalmente pertenecemos» con Diego Martínez, SJ. También en Facebook encontré en el sitio del Museo Jtatik Samuel una plática que ofreció Ofelia Medina en el Foro Dialéctica, con el tema alimentos a la esperanza e, igualmente, recibí una invitación inesperada para escuchar las conferencias del 19° Foro de Historia y Crítica de la Arquitectura con el tema Nuevas prácticas en las formas de producción de la arquitectura. 

De la primera experiencia, a reserva de volverla a escuchar y reflexionar, lo que me hizo sentido fue la propuesta de percibir de un modo más amplio y profundo, para después acercarme a la realidad pudiendo complementar a la mente, que analiza, razona, elucubra, clasifica y esquematiza, con un testigo, en mis palabras, desde el interior que observa sin juicio y sin añadir pensamientos.  

De la segunda experiencia me impresionó cómo Ofelia habló, desde la lucha que ella y muchas personas han sostenido que, a pesar de ver cómo las condiciones en las comunidades indígenas e incluso en San Cristóbal de las Casas, desde la gravísima crisis alimentaria hasta la inseguridad creciente, son cada vez peores, siguen alimentado la esperanza. 

En la tercera experiencia escuché el testimonio de dos arquitectos que han trabajado durante muchos años en proyectos de construcción social del hábitat y las experiencias de jóvenes que estudian y realizan proyectos en esta línea, atendiendo a las realidades complejas con los nuevos instrumentos técnicos y de análisis, con referencias conceptuales de los arquitectos experimentados y de autores como Ivan Ilich, Paulo Freire y Edgar Morin. Esta actitud y compromiso de los jóvenes, junto con la persistencia de los arquitectos experimentados, alimentaron un deseo de realizar proyectos sencillos para personas que lo resolverán de cualquier modo. 

Al exponer estas tres experiencias lo que siento es que Dios nos habla, dentro de nuestra cotidianeidad, en la relación con los otros. En mi caso busqué, encontré y me invitaron a actividades que me ayudan a actuar para contribuir a la construcción de Reino de Dios. 

La primera parte de este camino dentro de la espiritualidad ignaciana, desde mi participación en el Círculo de Lectura Espiritual acompañado por mis compañeros me ayudó a despedirme amorosamente de la comunidad cercana del ITESO y a empezar a descubrir mi voz interior. Durante la segunda etapa, ya como participante de la Ruta de Formación Ignaciana, que coincide con el confinamiento por covid-19, la pertenencia al grupo me ayudó a recorrerlo con paz, tranquilidad y esperanza. También me develó la necesidad de superar el confinamiento propio: el ensimismamiento al tratar de seguir manteniendo un relato de mi vida que me mantiene en una zona “protegida” el cual ahora, gracias al discernimiento, empiezo a descubrir lo que me es propio, con un goce interno y a veces con tristeza. 

Al descubrir la voz interior, he encontrado lo que Dios ha previsto para mí y las acciones que, en el ejercicio de mi libertad, estoy emprendiendo. 

A pesar de que, para alguien como yo, poco entrenado en la inteligencia espiritual, es difícil exponer lo que ha ido aprendiendo en el camino, lo comparto aquí de un modo casi cronológico: 

  • Un acercamiento al conocimiento de la Biblia, como revelación no dictada de la palabra de Dios, atisbando su riqueza, complejidad y belleza. 
  • El descubrimiento de la humanidad de la persona de Jesús en su tránsito a la vida plena desde el amor incondicional y la fidelidad a su misión; esto último me confronta por lo que implica el seguimiento de su testimonio.  
  • Experimentarme como ser único y con la consciencia de ser infinitamente pequeño en el universo y en la historia. 
  • En ocasiones —aún con muchas resistencias— vivir en silencio y así mirar al interior y avanzar en el autoconocimiento: acompañado por los otros, desde los otros y para los otros; es decir, vivir la espiritualidad desde la experiencia.  
  • Redescubrir la teología de la liberación desde la experiencia de la Espiritualidad Ignaciana. 
  • Apertura al diálogo interreligioso. 
  • El disfrute interno al escuchar las experiencias del grupo de la Ruta Ignaciana en su modo amoroso, generoso, sin enjuiciar ni prejuzgar.  
  • Finalmente, empiezo sentir la experiencia de Dios en la vida cotidiana. 

Al pensar en los frutos, una primera sensación fue que son pocos y pequeños, sobre todo porque se relacionan directamente con la acción y el compromiso desde una perspectiva de sentir, pensar, actuar. Sin embargo, sin autocomplacencia creo que los que ahora enlisto se interrelacionan y abren una ventana para ver con esperanza y en plenitud el atardecer: 

  • El deseo de seguir entrenándome para vivir la interioridad como experiencia. 
  • Sentir y pensar las cosas nuevas y de un modo nuevo o cuando menos poco frecuente.  
  • La imperiosa necesidad del silencio ante el caos artificiosamente creado; suspender el juicio, sin ahogar la compasión.  
  • Empezar a trabajar pronto en pequeños proyectos que contribuyan a la construcción del Reino de Dios.  
  • Si bien he logrado hacer pequeños desapegos, hacerlo con profundidad y confianza en Dios.
  • Con ello, vivir desde la gratuidad y con gratitud.