En los últimos meses, la prensa y la opinión pública internacional han abusado de la exageración al medir las posibilidades de una guerra entre Rusia y Ucrania, sin analizar a fondo las variables intrínsecas a este posible conflicto; por ello el autor analiza esta situación desde una lógica de política internacional, lejos del fetichismo por la guerra mundial y los prejuicios en torno a la personalidad de algunos mandatarios

El pasado miércoles la comunidad internacional esperaba ansiosa por el inicio de una confrontación bélica entre Rusia y Ucrania. Medios de comunicación se preparaban en Kiev para capturar con sus cámaras el momento del arribo de la maquinaria de guerra rusa. Sin embargo, en Moscú el sarcasmo se apoderó del ministro de Asuntos Exteriores ruso Serguei Lavrov, que en medio de la conferencia de prensa que anunciaba el comienzo del retorno de las tropas rusas desplegadas en la frontera con Ucrania a sus bases militares, declaró: “Las guerras en Europa, nunca comienzan en miércoles”.  En contraposición, la OTAN manifestaba su preocupación pues desconfiaban de la veracidad de las acciones de Moscú, y recalcaba que el peligro seguía siendo eminente, pues, aunque los soldados empezaran a regresar, las municiones y las armas seguían apuntando a Ucrania.  

Ciertamente, la posibilidad de que Moscú tome acciones militares para frenar el deseo de Ucrania de migrar hacia la zona de influencia europea existe. Pero, en los últimos meses, la prensa y la opinión pública internacional han abusado de la exageración al medir las posibilidades de una guerra, y por el contrario han quedado cortas en el análisis de todas las variables intrínsecas a este posible conflicto. De ahí que merezca la pena analizar el caso desde una lógica de política internacional, más allá del fetichismo por la guerra mundial y los prejuicios en torno a la personalidad de algunos mandatarios. 

La OTAN y la seguridad rusa

El origen de este conflicto lo encontramos en las consecuencias del desmantelamiento de la URSS y la consolidación del eje EUA-OTAN como hegemonía del orden mundial de la post Guerra Fría. Rusia considera una amenaza a su seguridad que la OTAN extienda más sus fronteras hacia el este, que hoy en día llegan hasta los países bálticos (los cuales formaron parte de la URSS), Polonia, Bulgaria o Rumania (que fueron países satelitales de la URSS y miembros del Pacto de Varsovia, la contraparte de la OTAN en tiempos de la Guerra Fría). Las razones de esta expansión no son menores pues estos países, que en los años noventa sufrieron un proceso de transformación económica y política, extendieron sus alianzas hacia el oeste con la recién consolidada Unión Europea, y por consiguiente con la OTAN. Por su parte, Rusia estaba atravesando por un periodo turbio durante la presidencia de Boris Yeltsin, a quién finalmente sustituyó Vladimir Putin a finales de los noventa. Desde entonces, Rusia también ha intentado acercarse hacia el oeste. Prueba de ello fue su integración a la Organización Mundial del Comercio (OMC), la firma de acuerdos de asociación económica con la Unión Europea, e inclusive su breve paso por el G7, de 1998 a 2014, cuando la anexión de la península de Crimea le valió su expulsión del club de potencias mundiales. Ambos hechos inauguran la crisis actual.  

Desde ese momento, las tensiones en Ucrania no han dejado de aumentar y con justa razón, pues el apoyo que Rusia ha otorgado a las fracciones separatistas ucranianas (que argumentan un interés y cercanía mayor con Rusia que con Europa) no ha cesado, llegando hasta el punto en el que Rusia ha expedido pasaportes a ciudadanos ucranianos de estas regiones, convirtiéndolos de facto en ciudadanos rusos.  

Política exterior y política interior

Por otro lado, la política exterior en ocasiones se utiliza como una herramienta para afianzar la legitimidad y el poderío de los líderes hacía el interior de sus naciones. Por ejemplo, la diatriba del presidente mexicano respecto de las relaciones con España, que le valió un respiro en la gestión del escándalo en el que está envuelto desde hace tres semanas. Y Ucrania no ha sido excepción: por ejemplo, Johnson, primer ministro británico ha estado muy activo en esta crisis, y casualmente se encuentra en medio de un conflicto mayor por las reuniones sociales en medio de la pandemia, que puede representar el fin de su gobierno. O Macron, el presidente francés que, en su afán por liderar las negociaciones diplomáticas con Rusia, está buscando ocupar el vacío de liderazgo que ha dejado en la Unión Europea (UE) el fin de la era Merkel. Inclusive, la larga mesa blanca en la que lo recibió Putin, y que fue objeto de burlas, atiende precisamente a ese tipo de simbolismos diplomáticos, pues la política interior de Putin no atraviesa por el mejor momento, especialmente por su manejo de la pandemia, y este gesto lo vuelve a presentar como un gran líder frente a la amenaza exterior, convocando a la unidad nacional y distrayendo la agenda nacional.

En este sentido, el más beneficiado de ello ha sido Biden, en Estados Unidos, quien atraviesa por el peor momento de aprobación de su gobierno y en su agenda internacional la sombra de Afganistán continúa.  

Interdependencia económica, China y el orden mundial

Queda una última variable a considerar para entender este juego geopolítico: el suministro de gas. Esta crisis que vivimos inició su escalada a partir de la segunda mitad del año pasado, cuando se completó la construcción del gaseoducto NordStream2 que conecta a Rusia con Alemania, poniendo en un segundo término los gaseoductos que atraviesan Polonia y Ucrania por los que fluye históricamente el gas desde Siberia hasta Europa Occidental. El gas no ha podido fluir por el nuevo ducto pues hay una disputa interna en la UE por la regulación de su gestión, pero sobre todo por el monopolio que tendría Rusia en el suministro del gas hacia el este, y sobre el que Polonia teme que se convierta en un instrumento de control político desde Rusia.  

Esta relación comercial europea del gas con Rusia la ha liderado Alemania desde tiempos de la Guerra Fría. Hoy depende en un 50 % del recurso ruso y de ahí que también lo aborde como un tema de seguridad. La gran sorpresa la dio Gerhard Schröder, excanciller alemán, amigo cercano de Putin y próximo miembro del consejo de GASPROM, la super compañía que administra el gas ruso, quien fue el último líder occidental que viajó a Rusia a entrevistarse con Putin antes del miércoles. Después de su visita, la tensión dejo de crecer aparentemente, pues este gaseoducto equilibra las capacidades de incidencia en la región de tensión entre Europa y Rusia, permitiendo a Putin seguir acechando la zona a través del control de energía.  

Lo cierto es que una aventura militar en Ucrania no conviene a Rusia, y eso debería dejarnos tranquilos de momento. Las sanciones económicas a Rusia y la ayuda militar que podría recibir Ucrania por parte de Occidente mermarían más las condiciones de política interna de Putin. Pero el debate del apoyo a las regiones separatistas ucranianas se ha trasladado al parlamento ruso, que ha pedido a Putin que las reconozca como territorios independientes de Ucrania.  

La tensión seguirá latente, pero ahora en otro terreno, al que además se ha sumado China, pues en la visita de Putin a Beijín para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno a inicios de febrero, ambos aprovecharon para fijar su postura sobre el orden internacional en una declaración conjunta sobre seguridad, en la que piden frenar la expansión de la OTAN. Y aquí se encuentra uno de los elementos más ausentes en medio de esta crisis, pero no por ello menos relevante. China, que es el gran competidor por la hegemonía del orden mundial, está buscando competir con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Los lazos de influencia china se han incrementado considerablemente en los últimos diez años en todo el mundo, por lo que involucrar al gigante asiático en un conflicto significa una apuesta arriesgada. La interdependencia mundial derivada de la globalización ha convertido al comercio en un instrumento más de la política internacional. Para China no es necesario desplegar sus ejércitos, basta con cortar el suministro de mercancías o financiamiento a sus socios para ponerlos en apuros, y casualmente China sigue siendo un gran socio comercial para Estados Unidos y Europa.  

La guerra no es un asunto menor, es destrucción muerte y degradación de la humanidad. Por otro lado, la política internacional no está sujeta a los vaivenes emocionales de los lideres internacionales, como algunos medios de comunicación la hacen ver pintando a Putin como un excéntrico que ama atemorizar a Occidente. En política internacional, todo es un juego de costo beneficio. Por ahora, la amenaza de guerra ha traído beneficio a muchos, no solo a Rusia, pero debemos estar alerta porque cuando el beneficio sea mayor que su costo la guerra irrumpirá sea miércoles o no.  

FOTO: Wiki Common