Ante más de 500 personas, el director Rafael Lara y parte del reparto de Cinco de Mayo: la batalla, compartieron en el ITESO los pormenores de la cinta, considerada la producción más cara en la historia de la filmografía nacional.

Diez, 20, hasta 30 franceses caían despedazados a los pies del Fuerte de Loreto por culpa de un certero cañonazo mexicano; vemos a un soldado a las órdenes de Ignacio Zaragoza ser atravesado ferozmente por la bayoneta de un contrincante galo; la sangre, el polvo y la muerte se esparcían a lo largo y ancho de la pantalla de cine dispuesta en el Auditorio Pedro Arrupe, SJ del ITESO, el sufrimiento de cientos y cientos de combatientes casi podía sentirse, olerse… “¡Cañón uno… Fuego! ¡Cañón dos… Fuego! ¡Cañón tres… Fuego!”

Los franceses avanzaban y avanzaban sobre las tropas mexicanas; parecía que estaban a punto de hacerse con los fuertes de Loreto y Guadalupe, tomar Puebla y luego la capital (lo cual finalmente lograrían algunos meses después), pero aquel 5 de mayo de 1862, en medio de un lago de lodo y sangre, entró en acción la caballería al mando de Porfirio Díaz y…

Cinco de Mayo: la batalla, un filme escrito, editado, coproducido y dirigido por Rafael Lara –egresado de Ciencias de la Comunicación– se ha colocado con sus 80 millones de pesos a la cabeza de las producciones más espectaculares y costosas del cine mexicano, y previo a su estreno en México y Estados Unidos, programado para el 3 de mayo con 500 copias, el realizador decidió “volver a casa, donde todo comenzó” para hacer la premier de su largometraje en Guadalajara la noche del martes 23 de abril, justamente en su alma máter, donde fue recibido por más de 500 universitarios y en especial por su exprofesora, la investigadora Rossana Reguillo, a quien la película le encantó.

Durante poco más de dos horas, los espectadores pudieron seguir paso a paso el origen y desarrollo de la invasión francesa de México, ideada conjuntamente por el Emperador Napoleón III y el bando mexicano Conservador que quería derrocar a Benito Juárez.

Los franceses, presentados como unos malvados arquetípicos en toda regla, insolentes, altaneros, racistas, con unos generales y diplomáticos ignoraron todo y a todos, incluidos sus aliados ingleses y españoles, quienes también querían cobrarle a México las deudas contraídas. Nada podía hacerse, narra la película de Lara: los franceses querían invadir el país, punto, para luego llegar a su objetivo central, que era unirse al Ejército Confederado (los del sur) para vencer a las tropas de Abraham Lincoln (las del norte) y anexar al Imperio galo una buena porción del territorio estadounidense.

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Los recursos económicos puestos a disposición de Lara (Conaculta, Televisa, Gobierno de Puebla, principalmente), se hicieron notar desde el primero hasta el último minuto. Ni un cañonazo o un litro de sangre se ahorraron en Cinco de Mayo: la batalla, pudiendo meter 130 caballos en acción, casi mil personas en el rodaje, 300 bombas y explosivos, mil vestuarios…

“Me sentía como niño con juguetes nuevos”, reconoció sonriente Christian Vázquez (“Juan”, protagonista de la cinta), quien se sentó en un sillón puesto en el escenario del Arrupe para hablar sobre el proyecto, junto a Lara y Reguillo y otros miembros del reparto, como Liz Gallardo (“Citlalli”), Pablo Abitia, Andrés Montiel, Benoit Nordin y Jaramar, cantautora tapatía que tiene una aparición especial con su tema “Flor de mis labios”, la cual cantó a cappella al final de la velada en el auditorio.

Guerra, amor y patria

Tres columnas sostienen el relato de Lara, a decir de Reguillo: el plano geopolítico general (los intereses y desencuentros entre México, Francia, España e Inglaterra), la heroicidad de los generales mexicanos (encabezados por Zaragoza y Díaz), y los entrañables personajes nacionales, como la historia de amor entre Juan y Citlali, dos desharrapados que, inmersos de pronto en una cruenta guerra, intentan tomar las mejores decisiones para ellos y, si se puede, para su patria.

Filmada en nueve semanas, Cinco de mayo: la batalla, es una cinta con la que Lara soñaba, que visualizaba en su cabeza escena tras escena hasta armar el rompecabezas entero, algo que suele hacer y le apasiona desde trabajos como La milagrosa o Labios rojos, gracias a que jamás, aseguró, ha visto al cine como un trabajo, sino como un placer y casi, casi una religión. Texto Enrique González Foto Luis Ponciano