Repasar la vida de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador canonizado en el 2018, nos confirma que una palabra madurada en la pequeña celda del interior puede ser transformada en testimonio valiente, comprometido y sólido en pro de la misión en cada uno
Me siento en una de las escaleras del seminario en el que estudié todos mis años de formación sacerdotal, el seminario de Yucatán. Es domingo por la tarde. Es 1978. No sé manejar bien el radio de onda corta. En realidad, nunca usé el radio más que para escuchar noticias o música. Pero he conseguido este radio en el afán de escuchar las homilías de Monseñor Romero. La convulsa realidad de El Salvador queda al desnudo en las denuncias de este obispo valiente. Eran tiempos sin computadora aún. De pronto, alcanzo a sintonizar la voz del profeta. Apenas unas frases y el corazón me palpita en el pecho. Cuando, al día siguiente, le comenté al Padre Lázaro Pérez, único maestro en el seminario que permitía –y a veces recomendaba– que leyéramos textos de la teología de la liberación, que había logrado sintonizar algunas palabras de Monseñor en su homilía semanal por el radio de onda corta, me dijo: “ese hombre sí que es un cristiano cabal, un modelo de santidad política”. Yo asentí en silencio.
Raúl Lugo, Iglesia y sociedad, mayo 18, 2015.
Antes y durante la década de los años 80 del siglo XX, la República de El Salvador estuvo inmersa en una etapa de intensa violencia en la que no se respetaban los derechos humanos y existía una represión cotidiana exacerbada por parte del Estado. Había organizaciones populares que buscaban defender los derechos y libertades de las personas frente al modelo oligárquico que prevalecía, lo que generó una guerra civil que se prolongó por más de una década. Una de estas organizaciones fue el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), un grupo civil armado que mantuvo enfrentamientos con los gobiernos de ese entonces. Durante ese periodo se calcula que las fuerzas armadas y los grupos paramilitares asesinaron aproximadamente a 900 personas, (como saldo final entre 1979 y 1991, se calcula un total de 75,000 muertes). También existieron los grupos llamados “escuadrones de la muerte”, que se encargaban de sembrar el terror en todos los sectores del país, violentando los derechos de la mayoría, haciendo patente el terror y exterminio de la población.
Este fue el contexto que le tocó enfrentar a Óscar Arnulfo Romero y a muchos sectores que trabajaban en favor de la población civil de manera organizada. Entre ellos estaba mucha gente que participaba en la Iglesia católica: sacerdotes y religiosas se organizaban las parroquias para tratar de revertir en algo los malos tiempos. Para ello, se establecieron estrategias pastorales diversificadas que favorecían el caminar de las comunidades con base en el Evangelio y la reflexión. Aunque también existía un sector al interior de la iglesia que no compartía los mismos criterios y que se manifestaba con mucha preocupación por mantener importantes privilegios en una clara relación con los grupos en el poder.
¿Quién fue Monseñor Romero?, ¿qué puede representar para un estudiante universitario que seguramente nació después del 24 de marzo de 1980 (fecha de su martirio)?
Óscar Arnulfo Romero y Galdámez fue un salvadoreño común y corriente que compartió bastantes elementos contextuales con millones de salvadoreños desde la infancia y la adolescencia hasta los primeros años de su juventud (ya que a los 14 años ingresó al seminario menor en San Miguel). Nació en una familia compuesta por un trabajador de correo y telégrafos llamado Santos Romero y por su madre Lupita de Jesús Galdámez. Óscar Arnulfo fue el segundo de los ocho hijos que componían la familia.
Ante las precariedades de la vida en el Salvador en aquellos años -hoy no es tan diferente en casi toda América Latina- el adolescente Óscar Arnulfo incursionó como aprendiz de oficio en una carpintería. Más adelante, ingresó al Seminario menor en San Miguel -lugar de su nacimiento-, pero sólo por poco tiempo ya que más adelante se vio obligado a abandonar las aulas debido a la situación de pobreza y necesidad en casa. En dicha situación familiar se requirió de su apoyo y se incorporó como obrero en las minas del potosí, Después regresó nuevamente al seminario, pero esta vez al Seminario mayor en San Salvador a los 20 años. Unos meses después fue enviado a Roma a continuar sus estudios. En esa ciudad vivió en la casa para estudiantes latinoamericanos, donde se ordenaría sacerdote en abril de 1942, a la edad de 25 años.
Entre las características que mejor describen la personalidad del joven padre Romero encontramos muchas coincidencias que señalan que era tímido, más bien metido en las letras, introvertido, disciplinado y voluntarioso. También se menciona que seguía un ritmo de vida más apegado a lo que se espera de un clérigo común y corriente.
Praxis y dichos
Los primeros 25 años de su ministerio transcurrieron entre diversas labores: desde párroco en Anamorós hasta secretario del obispo Machado. En junio de 1970 recibió la consagración episcopal, fungiendo como Obispo Auxiliar en la capital del país.
Más adelante, en 1974, fue trasladado a la diócesis de Santiago de María y fue en esta época donde su vida empezó a dar un giro importante: la realidad que vivía el pueblo hizo que Romero no pudiera más que “sentir y experimentar” a profundidad, (“¿buscar y encontrar a Dios en todas las cosas?”). Fue testigo de represiones a campesinos, de masacres y asesinatos en diferentes sectores a quienes consoló y acompañó. El punto de inflexión que siempre aparece cuando hay signos de conversión, será cuando la propia realidad se traduce en clave de Evangelio.
Sin embargo, fue 1977 el año crucial en la conversión de Romero, principalmente por dos acontecimientos. Primero, el 23 de febrero fue nombrado arzobispo de San Salvador, pero unos días después, el 12 de marzo, fue trágicamente asesinado el padre Rutilio Grande, un jesuita amigo personal de Monseñor, junto a otras dos personas (Nelson Rutilio Lemus, joven de 14 años y Manuel Solórzano, de 72 años). Este acontecimiento hizo que Romero cambiara de una vez por todas respecto a su relación con los representantes de los poderes en El Salvador. A partir de entonces, fue conformando una postura más clara y firme ante los hechos y enfatizó la exigencia de justicia como una demanda en permanente crecimiento. Asimismo, se convirtió en una de las voces que exigían un alto a los ataques del ejército sobre la población en general. Por ello, sus homilías empezaron a asumirse como “la voz de los sin voz”, pues en ellas denunciaba diferentes violaciones a los derechos humanos, defendía a las víctimas de la violencia política, llamaba a la solidaridad, etc.
Personalmente, marzo me resulta siempre un mes que me invita de manera especial a poner atención en el interior. Tal vez por el tiempo litúrgico que se vive y que casi siempre coincide con el periodo de cuaresma, la cual propicia la reflexión y el pensamiento centrado en el trabajo de conversión como tarea permanente, personal y comunitaria. Pero marzo también es especial por Rutilio, sus compañeros mártires y por Romero, ejemplos de conversión y entrega al Evangelio.
12 de marzo de 1977
- Rutilio Grande, sacerdote jesuita, de 49 años.
- Nelson Rutilio Lemus, joven de 14 años.
- Manuel Solórzano, de 72 años.
El Padre Rutilio trabajaba en la parroquia de Aguilares, en donde se dedicaba a la atención de campesinos y trabajadores agrícolas. Dentro de la práctica pastoral del padre Rutilio, sobresale el respeto profundo a la religiosidad del pueblo, pero con un claro rompimiento con prácticas que llevaran al conformismo, la desvaloración y la opresión de las personas a cambio de promesas celestiales y vida eterna. Siempre defendió el derecho a organizarse por parte del pueblo, ya que consideraba necesario estar – “en búsqueda” – de los mejores proyectos históricos realizables. Fue ejecutado extrajudicialmente junto con sus acompañantes Nelson y Manuel. La beatificación de los tres, junto con la de Cosme Spessotto Zamuner, OFM., tuvo lugar el pasado 22 de enero de 2022.
24 de marzo de 1980
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, de 63 años.
La mañana del lunes 24 de marzo de 1980, después de muchas advertencias y amenazas de muerte, Monseñor Romero fue asesinado mientras oficiaba la misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia.
El 23 de mayo de 2015, el papa Francisco lo beatificó, reconociendo que fue asesinado “in odium fidei”, en odio por su fe. En 2017, el mismo papa Francisco firmó los documentos para su canonización, realizándose el 14 de octubre de 2018, Romero fue hecho santo: “San Romero de América”.
Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problemas… En el corazón de cada hombre hay como una pequeña celda íntima, donde Dios baja a platicar a solas con el hombre. Y es allí donde el hombre decide su propio destino, su propio papel en el mundo. Si cada hombre de los que estamos tan emproblemados, en este momento entráramos en esta pequeña celda y, desde allí, escucháramos la voz del Señor, que nos habla en nuestra propia conciencia, cuánto podríamos hacer cada uno de nosotros por mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que vivimos (Óscar Arnulfo Romero, homilía del 10 de julio de 1977).
Regresar la mirada en el tiempo y observar el recorrido de testigos del conocimiento, amor y seguimiento de Jesús, sin duda ilumina frente a los retos y luchas actuales. Son testimonio que convoca y confirma la permanente tarea de vivir el Evangelio como experiencia profunda y personal con Dios reflejado en el otro. Hoy, volver la vista a “San Romero de América”, confirma que una palabra madurada en la pequeña celda del interior puede ser transformada en testimonio valiente, comprometido y sólido en pro de la misión en cada uno. En este fragmento de memoria histórica sobresalen importantes notas que sintonizan con el llamado a la interiorización y desarrollo espiritual, sintonía que demanda permanente actualización. Hoy la invitación a “Ver todas las cosas nuevas en Cristo” es la invitación a experimentar que “Dios no está lejos de nosotros. Él está en la punta de mi pluma, mi pico, mi pincel, mi aguja – mi corazón y mis pensamientos.” (Teilhard de Chardin) y estoy llamado a responder.