Educación para niños en colonias marginadas; proyectos agrícolas en la urbe; planos que salvaron casas afectadas por un terremoto; comunicación para organizaciones civiles… La presencia del ITESO en escenarios reales tiene décadas de experiencia detrás.
POR ENRIQUE GONZÁLEZ
“Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”.-  Jorge Luis Borges

 

Empezaba la década de los 70. Los resquemores del 68 aún estaban muy frescos y ya se cocinaban una serie de infortunios –el primero sería el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende en Chile– que en América Latina harían que aquellos que aspiraban a vivir en sociedades libres y justas se replantearan todo su quehacer, cuando Raúl Mora, SJ, entonces Rector del ITESO, puso una frase sobre la mesa:

No sabemos qué pasa allá afuera, salgamos, dijo. Y empezamos a pensar cómo podíamos involucrar al ITESO con esas realidades desconocidas y cómo íbamos a tenerlas formalmente presentes en la vida diaria de la universidad”, rememora Óscar Hernández, quien ha coordinado programas sociales e interculturales de la universidad y por aquellos días era un estudiante que vivió en carne propia el nacimiento de proyectos como el Centro de Coordinación y Promoción Agropecuaria (Cecopa, 1972) o el Centro Polanco, fundado en 1974.

“Se sentía como si hubiera un vacío que la universidad buscaba cubrir; poco a poco aprendimos todos juntos qué era eso de vincular a la universidad con una realidad, en este caso rural”, añade Hernández.

Ese espíritu ya no abandonaría al ITESO. Los proyectos en que profesores y estudiantes se plantaban en la sociedad se multiplicaron con el paso de los años. A continuación, un breve recuento cronológico de algunos de ellos.

Ímpetu por la gente

El Centro Polanco es un espacio materializado hace 42 por las escuelas de Psicología y Educación que sigue vivo y se dedica a brindar toda clase de talleres y herramientas psicopedagógicas a niños y jóvenes de la colonia popular que le presta su nombre.

“El planteamiento detrás era: la formación psicológica que estamos recibiendo no sirve para atender las necesidades de la población mayoritaria de México”, recuerda Antonio Ray, cofundador del centro y profesor del Departamento de Psicología, Educación y Salud.

“Necesitábamos cambiar la formación y el Centro Polanco era una manera de empezar a tener más contacto con ese tipo de realidades y desarrollar proyectos más orientados hacia ellas”.

Las “Prácticas supervisadas” y los incipientes “Semestres de campo” alimentaban con estudiantes los trabajos del Centro Polanco, que en un verano en el que recibió una inusual cantidad de ellos fue capaz de aplicar sus programas simultáneamente con niños del Cerro del Cuatro, Polanco, Santa Margarita y Lomas del Paraíso.

Una vez echada a andar la máquina, con los años vendrían las prácticas –muchas voluntarias; las ganas de aprender eran palpables– de los estudiantes en la Cruz Roja, en hospitales, en una escuela para niños con necesidades especiales en Tapalpa, los Centros de Integración Juvenil o la creación del Centro de Intervención en Crisis en la zona centro de la ciudad.

Aunque estos esfuerzos al principio no formaban parte del currículo del ITESO (lo que la universidad considera que debe enseñar), Ray resalta cómo el ímpetu de profesores y estudiantes iba más allá de la búsqueda de la mera calificación. “Si no hacías esas prácticas no pasaba nada, pero todo el mundo las hacía”.

 

“Acampar” en la realidad

La retaguardia en los 70 eran los ya extintos departamentos de Integración Comunitaria o el de Problemática Universitaria. Las puntas de lanza eran el Servicio social, los esfuerzos impulsados desde Educación por gente como Miguel Bazdresch –primer responsable de Integración– o la nueva metodología de los seminarios. La Escuela de Arquitectura sacaría buenos dividendos de todo esto.

En 1978 obtuvo el primer lugar en el Concurso de la Unión Internacional de Arquitectos que avalaba la Unesco, gracias a un proyecto destinado a rescatar una vieja cárcel con valor histórico en Yahualica.

“La Escuela siempre ha tenido un pie allá afuera”, considera Gabriel Michel, profesor y egresado de Arquitectura del ITESO.

En 1981, el nuevo plan de estudios de la carrera trajo consigo un elemento clave para entender los numerosos proyectos que en distintos puntos de la ciudad y la región contaron con arquitectos del ITESO: el “Décimo semestre”.

Arquitectura crecía a 10 semestres y en el último, el “Taller de diseño 10”, los jóvenes elaboraban, a partir de necesidades reales, propuestas que más adelante serían sus trabajos de titulación: una unidad deportiva, la mejora de una calle o una plaza pública, un plan de señalética urbana…

La prueba de fuego llegó con el terremoto de 1985. Más de 200 casas en Ciudad Guzmán quedaron severamente dañadas y el Ayuntamiento quería demandarlas, pero Eduardo Arias, del Noviciado de los jesuitas en esa ciudad, contactó con Alejandro Castañeda, director de Arquitectura, y le pidió en tiempo récord planos para evitarlo.

“Repentina” masiva: todos los talleres se involucraron, se fueron a acampar, armaron equipos de trabajo intensivo y en dos semanas salieron los 200 planos y sus maquetas. La colonia Cristo Rey se mantuvo en pie.

 

Allá afuera aprenderemos más

Durante los 80 y 90 la universidad –y hasta la fecha– seguía preguntándose cómo sus carreras y posgrados podían trabajar juntas.

“Había que poner en juego los saberes del estudiante en situaciones reales en las que acabara aprendiendo mucho más”, expone Gabriela Ortiz, profesora del Centro de Aprendizaje en Red y quien, cuando fue titular del Departamento de Electrónica, Sistemas e Informática, participó en varios espacios de reflexión sobre el Modelo Educativo de la universidad.

Los de Ciencias de la Comunicación aportaban sus conocimientos para generar estrategias de medios aquí y allá gracias a su Área de Integración; ingenieros, psicólogos, arquitectos o educadores seguirían coincidiendo en Polanco o en la Asociación Tepeyac en Nueva York, pero faltaba consolidar todo ese magma de experiencias y saberes.

“Había que pensarlo juntos, a fondo y todo lo que fuera necesario, apostar por una visión multidisciplinaria y pensar desde diferentes puntos de vista un mismo problema”, expone Ortiz.

Nació entonces la Comisión de Intervención Social, otro esfuerzo que reunió a profesores de distintos departamentos para vincular orgánicamente el currículum universitario con los procesos sociales que rodeaban al ITESO.

Sus aportaciones fueron un antecedente directo de los PAP, producto del nuevo Modelo Educativo que se echó a andar en 2004 y que unen el Servicio social con la titulación de los estudiantes. Hay más de 100 y atienden problemáticas en ejes como Sustentabilidad del hábitat, Desarrollo tecnológico y generación de riqueza sustentable o Desarrollo empresarial, economía social y emprendimiento, entre otros.

 

¿Seguir instrucciones o pensar y actuar?

Más interdisciplinaria, reflexiva, cercana a lo que sucede fuera del campus, con estudiantes de tres, cuatro, seis carreras trabajando en un mismo escenario y aprovechando los recursos de las nuevas tecnologías de información… ¿Hacia dónde deberá caminar la educación que imparte esta universidad?

“En el ITESO se requiere una educación más abierta, más flexible, más en la lógica de proyectos, menos instruccional y mucho más situacional”, considera Carlos Luna, quien como titular de la Dirección General Académica fue el responsable de la revisión curricular que a principios de este siglo dio pie al actual Modelo Educativo del ITESO.

“En 2001 quedaba suficientemente claro que los planes de estudio se habían quedado muy atrás. Todo aquello no surgía desde cero, así que recogimos dinámicas que ya estaban presentes en la comunidad universitaria”, rememora Luna.

La descripción que hacen del Cecopa Francisco Guerrero y Óscar Hernández en el texto Cecopa, una respuesta universitaria comprometida (bit.ly/2fChiQ6) es un muy buen destilado de todo eso que buscaban y buscan los proyectos de intervención social que han impulsado profesores, estudiantes y autoridades de la universidad:

“Un puente entre dos realidades distintas pero de alguna manera complementarias: la universidad y el campo, relación que busca su mutua transformación”.