POR ALEJANDRA DE LA TORRE, PROFESORA DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA
La gente con historia
Una respuesta rápida a la pregunta sobre la ética, es que esta se refiere a ese momento, esa situación, esa circunstancia, en que nos vemos en el imperativo de pensar en las y los otros. Pensar desde la ética es implicarnos en los demás, porque sólo así nos hacemos cargo de nosotros mismos.
Pensar desde la ética es implicarnos en los demás, porque sólo así nos hacemos cargo de nosotros mismos.
Tuvo que pasar una crisis de este tamaño, que abarcara a todo el mundo, prácticamente al mismo tiempo, para que recordáramos algo que sólo a veces y a nivel del discurso lo tenemos presente: estamos completamente implicados en la vida de los demás. Hablo de nuestra vital interdependencia entre los seres humanos, y entre seres humanos que pareciera que nada tienen que ver con nosotros.
Este hecho tan claro que se ha abierto ante nuestros ojos me ha hecho recordar la obra de dos científicos sociales que me resultan inspiradores para reflexionar en estos días de “aparente calma”; de una calma falsa que trae detrás -y siempre latente- una tremenda turbulencia.
Por un lado, ha venido a mi mente Europa y la gente sin historia del antropólogo Eric Wolf, quien en 1982 insistía en que las sociedades y las culturas humanas no pueden comprenderse si no las visualizamos en sus múltiples interdependencias en el tiempo y en el espacio. Pensemos, por ejemplo, en nuestras prácticas alimenticias cotidianas, unidas, en la historia, a flujos mundiales. La sociedad que hoy formamos es producto de un entramado de participaciones mundiales en marcha.
Estamos implicados en las vidas de otros, de otras, y desde una historia que pareciera ajena pero no lo es tanto. Nuestra conciencia sobre los vínculos, de hecho, entre nuestro mundo cotidiano y aquel que experimentamos como “el mundo externo”, el lejano y, por lo tanto, el ajeno, resulta hoy algo fundamental si queremos transformar situaciones sociales preocupantes que se han evidenciado a través de esta crisis.
Wolf nos hablaba de conexiones mundiales profundamente verticales, trazadas por el poder en todas sus manifestaciones, y de la forma como el capitalismo fue colonizando los diferentes ámbitos sociales. Su visión ya nos da pistas sobre cómo nos sirve revisar la historia; no “como un relato de éxito moral” (1990: 17), sino como el estudio de “relaciones de fuerza temporales y espaciales cambiantes y cambiables” (1990: 19).
Toda esta perspectiva resulta hoy obvia, especialmente pensando en el comportamiento de la economía neoliberal, o en contextos de guerras mundiales, y más aún, ante una pandemia. Pero no lo parece tanto si lo trasladamos a nuestras prácticas cotidianas, y a esas decisiones que tomamos y que nos parecen tan personales y privadas, e independientes de los tiempos que transcurren. Wolf me sirve, en estos días, para volver a ser consciente de esta hipótesis tan responsable como ética: la universalidad de la influencia humana.
Por otro lado, he vuelto a la obra de Norbert Elías, un sociólogo que en 1983 escribió “Compromiso y distanciamiento”, y que, para explicar su argumento, retoma un pasaje del cuento de Edgar Allan Poe “Un descenso al Maelström” (1841). Este trata de un par de hermanos pescadores que se quedaron a la deriva y se encontraron en medio de un inmenso remolino marino cerca de las islas Lofoten, en Noruega. El relato describe el terror que vivieron mientras su pequeña embarcación era arrastrada girando hacia el fondo del vórtice. Uno de los hermanos, el menor, por un momento logró sobreponer el terror a través de la curiosidad, y comenzó a formular hipótesis acerca de qué objetos, de todos los arrastrados por el remolino, caerían más rápido al abismo. El hecho de equivocarse varias veces y de traer a la memoria lo que había visto que dejaba la marea durante su larga experiencia como navegante, lo indujo a una nueva suposición: observó que eran los objetos cilíndricos los que descendían más lentamente, y así fue como logró salvar su vida, atado a un barril, mientras su hermano desaparecía en el abismo junto con la barca.
El cuento logra describir perfectamente las emociones de miedo y terror experimentadas por los marineros ante semejante amenaza y ante su inminente muerte, y describe con igual detalle, la actitud analítica con la que uno de ellos comienza a observar su entorno, aun siendo presa del pánico. El argumento de Elías (dicho en palabras llanas) es que nuestra forma de estar en el mundo y nuestro conocimiento de él es producto de una mezcla de compromiso y distanciamiento, es decir, fruto de una disposición distanciada y, al mismo tiempo, comprometida (con un alto grado de emocionalidad), respecto a la realidad que deseamos comprender[1].
Este argumento me sirve a mí para pensarme en relación con los demás, en mi relación con el mundo y, especialmente, pensarme en esta crisis sanitaria y social, que, en muchos momentos, nos hace sentir en un remolino como el de Maelström. Para reflexionar y actuar en torno a este problema, nuestra mirada y nuestra actitud requieren de un compromiso y un distanciamiento. Un compromiso en cuanto al reconocimiento de nuestra implicación en el problema, con todas las emociones intensas que están presentes; y un distanciamiento en cuanto al necesario análisis que debemos hacer en medio de la situación, recuperando lo que el tiempo nos ha dejado como aprendizajes.
Los argumentos de ambos autores, me resultan sugerentes para recuperar la ética que esta situación de crisis requiere. Elías me ayuda a recordar que, si estamos tan implicados en vidas que creíamos ajenas y que no lo son tanto, entonces estamos llamados a encontrar el correcto equilibrio entre nuestra mirada a distancia y nuestra acción “encantada”, tal como Pablo Fernández Christlieb (1993) también lo afirmó atendiendo este mismo planteamiento: “en la epistemología del encantamiento sujeto y objeto establecen un nivel de inteligibilidad mutua que les permite internalizar las características del otro, comprenderse, empatizar…” (1993:122), y es que “encantar significa etimológicamente incorporar a algo en el canto, meter algo dentro del propio ritmo, armonizarlo con uno” (Íd., 122). Wolf, por su parte, me permite asumir que formamos parte de una misma historia y todos estamos dentro –con nuestras creencias más fundamentales y nuestras acciones aparentemente triviales-.
No somos sociedades y culturas separadas; tampoco somos cuerpos –individuos con su propia realidad mental. Somos flujos, somos relaciones, somos intersubjetividades. Y como intersubjetividades –desde esta conciencia- es como debemos actuar.
La gente hacia el futuro
Esta misma mirada a la historia y a nuestra vital interdependencia, me lleva a replantearme los hábitos y las prácticas sociales que hemos asentado para mirar hacia el futuro. Con esta crisis, parte de lo que hemos experimentado inicialmente y como muestra de nuestra vulnerabilidad, de nuestro fuerte vínculo como seres humanos, de la necesaria conciencia sobre nuestro compromiso en todo fenómeno, es que nuestros objetivos se nos desplazan.
En los tiempos actuales, nos dibujamos metas cada vez más cortas –en cuanto a su realización en el tiempo- pero también cada vez más estrechas –en cuanto a su sentido e importancia-. Metidos en las tareas cotidianas que desdibujan lo urgente y lo importante, enfocamos esfuerzos en metas cortas, es decir, en fines sin panorama. Las crisis siempre vienen a señalarnos esto.
Si lo transferimos al espacio de formación, de producción de conocimiento y de vinculación con la sociedad, como es la universidad, resulta un imperativo pensar en fines extensos en tiempo y significado. No es difícil reconocernos, desde el rol que nos toca atender, ocupados en las diferentes tareas –sean las de mantener, administrar, coordinar, enseñar, aprender e investigar- y preocupados porque sean “útiles” y “aplicables” en el presente inmediato, y, en el mejor de los casos, pensando en coyunturas particulares. ¿Cómo cuidar que nuestros fines no se acoten cada vez más?, ¿Cómo cuidar que lo que reciben los estudiantes y la sociedad misma como destinataria del trabajo de una universidad sea desde la consideración de un bien de largo plazo?, ¿Cómo formar a nuestros estudiantes de manera que puedan proyectar su acción como personas (y como profesionistas) desde una visión amplia y con una perspectiva suficientemente larga de futuro?
Vuelvo a Wolf y pienso: así como somos historia, somos un futuro, y un futuro lejano, pues, aunque no podamos garantizar nuestro tiempo de vida a largo plazo, sí debemos (como imperativo ético) actuar pensando en el futuro lejano de los otros. Actuar éticamente es orientarnos (desde nuestro sentir y actuar) hacia el futuro, aunque no nos toque vivirlo. Y esto sólo es posible desde el pasado, el nuestro y el de otros.
Wolf se preguntaba cómo se alteraría nuestra comprensión si nos concibiéramos –a nosotros y al mundo- como parte de un todo. Me pregunto: ¿cómo se transformaría nuestro pensamiento si esta concepción estuviera igualmente presente cuando nos orientamos hacia el futuro?
Nuestra aliada es la historia, nuestra aliada es nuestra conciencia sobre nuestra implicación en el mundo en su totalidad, y nuestra conciencia sobre el compromiso y el distanciamiento en que podemos entenderlo. No éramos universos separados antes de esta pandemia, y ahora, más que nunca, debemos saber que no lo seremos nunca.
Referencias
Elías, Norbert (1990). Compromiso y distanciamiento. Ensayos de sociología del conocimiento, trad. de José Antonio Alemany, Barcelona: Ediciones Península.
Fernández Christlieb, Pablo (1993). “El conocimiento encantado”, en Archipiélago, Cuadernos de crítica de la cultura, Nº 13, 1993, págs. 119-124.
Poe, Edgar Allan (2010). «Un descenso al Maelström», en Edgar Allan Poe, Cuentos completos, Barcelona: Edhasa, pp. 383-404.
Wolf, Eric (2005). Europa y la gente sin historia, trad. Agustín Bárcenas, México: FCE, 2da edición, (Colección Historia).
[1] Podríamos traducir esta clasificación de formas de pensamiento y percepción como racionales/irracionales, u objetivas/subjetivas, sin embargo, al nombrarle compromiso/distanciamiento, Elías desea enfatizar, especialmente, la emocionalidad y reflexividad presentes, así como el grado inevitable de implicación que ello representa.
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