En el ciclo Pensamiento Jesuita sobre la Actualidad se conversó acerca de los retos de la integración entre distintas culturas.
La cultura es un vehículo de sentido. Un idioma que permite a los seres humanos ubicarse en la realidad. Por ello, atravesar una frontera cultural es como escuchar otra lengua.
“Necesitamos herramientas para entender esa nueva lengua y que sus mensajes nos sean inteligibles”, afirmó Alexander Zatyrka, SJ. “La interculturalidad es el encuentro constructivo entre dos universos de sentido”.
El académico del Departamento de Filosofía y Ciencias Sociales se reunió con el también jesuita César Palacios, Rector del Instituto Superior Intercultural Ayuuk, en Oaxaca, y juntos discutieron el tema “Universidad e interculturalidad”, en la sesión del ciclo Pensamiento jesuita sobre la actualidad llevada a cabo el 21 de abril.
Palacios tiene siete años de experiencia en Ayuuk, un lugar en el que se encuentran estudiantes de distintos pueblos indígenas con experiencias educativas y de vida a veces difíciles de conciliar entre sí, narró el jesuita, quien considera que, para que se dé una verdadera interculturalidad, es necesario un acercamiento profundo.
“El reto de la interculturalidad es el espacio social, y este está condicionado por políticas públicas educativas y económicas que desde un principio ya establecen diferencias”, mencionó el Rector de Ayuuk. “Tenemos el riesgo de excluir a grupos marginados por su condición étnica o social”.
Interculturalidad no es turismo folklórico
¿Qué ocurre cuando nos enfrentamos por primera vez a una persona o a una ciudad con una cultura distinta a la nuestra?
“Lo primero que pasa es una luna de miel: el interés por lo desconocido, una sana curiosidad cultural o científica. Hasta que entra en crisis y se presentan las diferencias culturales no explicadas, símbolos que no se entienden. Y una de las más grandes crisis para el ser humano es no poder comprender”, apuntó Zatyrka, quien subrayó dos comportamientos nocivos que estas crisis pueden suscitar: racismo y utopismo.
Racismo porque, al no entender los símbolos y el lenguaje de los otros se pueden llegar a juzgar como “inferiores”.
“La otra trampa es el ‘utopismo’, es decir, una idealización fabricada. Es el caso de gente que llega a una cultura indígena y todo lo ve positivo, un turismo folklórico, y hasta se visten con las ropas del pueblo originario, pero no hay diálogo, hay solipsismo. Esas personas solo dialogan con su propia cultura”.
Para una verdadera interculturalidad, insistió Zatyrka, hay que abrir un camino común.
“Hay que crear polílogos, espacios para explicar su cosmovisión y escala de valores con su propia racionalidad”.
El Instituto Superior Intercultural Ayuuk tiene cerca de 150 alumnos de 13 culturas diferentes. Eso es un reto para una institución, porque, dice Palacios, las culturas indígenas también tienen modelos de exclusión. Todos estos espacios educativos —incluso el ITESO y sus miles de alumnos, con sus propias historias— tienen el reto de no solo ser un espacio para los diferentes, sino analizar su propia cultura y ver qué elementos de diferenciación ayuden a dialogar con los demás
“El otro lado existe. Somos muchos los que apostamos positivamente por la interculturalidad. Espacios políticos de la sociedad civil, desde grupos indígenas. Estamos haciendo la lucha por vivir la interculturalidad en la práctica”, afirmó Palacios.