Explorar una manera distinta de entender Guadalajara, – a través de sus 437 especies aladas – fue uno de los temas de la investigación del PAP Mirar la ciudad con otros ojos

Por Juan Raúl Casal Cortés

Los tapatíos son animales que quieren el día cuando es de noche, y frío en pleno verano. Hasta los pájaros se dan cuenta de que el rasgo más característico de la especie más abundante en este ecosistema llamado Guadalajara es su pelea eterna con la naturaleza. Lo que vuelve humana a una persona es no comportarse —todo el tiempo— como una presa de sus impulsos.

Mientras sucede esta serie de contradicciones sobre la aceptación y el rechazo de lo natural, los pocos seres que pueden ver esto de frente y desde arriba son las aves. Han sido desplazadas, alteradas y capturadas, como otras criaturas. Sin embargo, sus alas y su aspecto inofensivo les dan una forma de transitar por el Área Metropolitana de una manera en la que una rata o un perro rabioso no podría. Las 437 especies aladas de Guadalajara son testigos de cómo cambia cada día.

El centro

Las palomas son aves de rapiña, aunque no suelen comer carne. Su dieta consta de pedacitos de donas y pastes que caen al piso; trozos de carne que se resbalan de un taco o de las migajas que niños y ancianos les lanzan en el quiosco de la Plaza de Armas, a unos metros del Teatro Degollado. Las más despistadas pican una colilla de cigarro de vez en cuando. La alimentación de estos pájaros es un reflejo directo de nuestro estilo de vida.

Estas aves son nativas del sur de Eurasia y del norte de África. Es común verlas en todas partes porque en la antigua Grecia a un emprendedor le pareció una idea fantástica entrenarlas para mandar notas en las que se decía quiénes eran los ganadores de los primeros Juegos Olímpicos. Otra cosa que llevó a las palomas a todas partes fue que una persona sin muchos pasatiempos y una azotea quiso tenerlas como mascotas en jaulas, lo que llegó al punto en que estas aves se clasifican en paloma bravía y paloma asiática doméstica.

En su estado natural habitan en muros rocosos, pero durante cientos de años las palomas fueron vendidas y transportadas alrededor del mundo; ahora anidan en cualquier construcción que sea alta y con recovecos. Por esto el centro de Guadalajara tiene tantas palomas que tienen una dieta similar a la nuestra y que viven en los mismos departamentos.

Los suburbios

Los zanates comen croquetas, no hacen distinción si son las de un chihuahua o un pastor australiano, sólo les interesa que estén en el patio y que el perro no los vaya a atrapar. Esto me cuentan personas que viven en los vecindarios del sur de la ciudad, como San Agustín, Coto La Rioja o Santa Anita. El can que no se termine su plato de una sentada lo compartirá con uno de estos pájaros oscuros a los que los tapatíos suelen confundir con cuervos.

Seguramente cuando el tlatoani Ahuízotl mandó traer su ave favorita de las costas del país a Tenochtitlán a finales del siglo XV nunca se imaginó que se convertiría en uno de los pájaros suburbanos por excelencia. No pueden volar distancias muy largas, pero tienen una gran vista, excelentes reflejos y capacidad para deducir e interpretar situaciones. Si alguien quiere arrojarle algo a un zanate, éste puede huir antes de que esto suceda al ver las intenciones, algo parecido al boxeador que esquiva los golpes.

Estos pájaros prefieren los suburbios que el centro de la ciudad, pues anidan en árboles grandes. Por ello los fraccionamientos y campus universitarios tienen la mayor concentración de Quiscalus mexicanus, como se llaman científicamente los zanates. Ahora comen croquetas de perro, restos de alimentos libres de gluten, y con los años aprendieron a abrir envases de comida para llevarse sólo lo necesario a sus nidos. La fauna con la que comparten el ecosistema son universitarios, golfistas, gente que transita por la avenida López Mateos y los perros labradores.

Guadalajara y Zapopan son dos de las ciudades que más han crecido en población desde 1980 hasta el presente, de acuerdo con el INEGI. Si los pájaros dieran entrevistas podrían contar cómo lo que antes veían verde desde arriba, ahora es un laberinto de cuadros grises. Las aves no hablan, pero si se les presta la mínima atención cuentan lo que le sucede a nuestros espacios —y a ellas, en consecuencia.

Juan Raúl Casal Cortés es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO. Esta crónica es parte de la investigación “Las aves y la ciudad”, que se lleva a cabo en el Proyecto de Aplicación Profesional Mirar la ciudad con otros ojos. Memorias e identidades, Primavera de 2023.