¿Cómo conciliar la espiritualidad y el feminismo? La autora narra cómo su ser espiritual y su ser feminista se juntan para pensar y actuar contra uno de los sistemas más opresores, el patriarcado 

Por Tzitzi Santillán, egresada del ITESO 

 

Nací mujer y luego llegué a ser una. También crecí católica y he venido explorando y desarrollando mi espiritualidad. Trabajar por los derechos humanos de las personas me llevó irremediablemente a reconocer que las mujeres víctimas sufrían más violencias por el hecho de ser mujeres. Y ahí me volví-acepté-reconocí como feminista.  

Más en estos tiempos, que en los años noventa del siglo pasado cuando fui universitaria en el ITESO, oímos hablar mucho del feminismo, creo yo que más de forma anecdótica que reflexiva. Primero hay que partir de un punto común: los feminismos son los movimientos de liberación de la mujer. Hoy hablamos de “feminismos”, así en plural, porque a lo largo de la historia ha habido diferentes corrientes que han puesto el foco a su vez en diferentes desigualdades que viven las mujeres. Estos feminismos han generado pensamiento y acción, teoría y práctica, rebeldía e institucionalización.  

En general, el feminismo busca un cambio en las relaciones sociales que lleve a la liberación de la mujer -y a su vez del varón- a través de la eliminación de las jerarquías y desigualdades entre los sexos a partir del estudio y análisis sistemático de la condición de la mujer en todos los órdenes (familia, educación, política, trabajo, etcétera), su papel en la sociedad y los caminos para transformar esa situación. 

Desde las precursoras del feminismo en la Ilustración europea (Amelia Varcárcel define al feminismo como “la hija no querida de la Ilustración”) hasta las activistas latinoamericanas de los últimos años, las feministas han considerado las diversas realidades y desigualdades en las que viven las mujeres, lo que hace que el feminismo no sea un cuerpo de ideas homogéneo y cerrado. Diferentes posturas políticas e ideológicas se entrecruzan en sus corrientes internas para conformar diversos movimientos políticos contra el sexismo y cualquier forma de violencia y discriminación en todos los terrenos sociales. 

¿Y todo esto que tiene que ver con mi ser espiritual? Parte de mi formación escolar fue en instituciones católicas, incluido el ITESO, como ya comenté. Luego estuve cercana a varios proyectos sociales de la Compañía de Jesús, entre ellos, el Centro ProDH. En ese tiempo hice los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y me involucré en algunos grupos de laicos y laicas ignacianos. De ellos y de los jesuitas me quedé con muchos aprendizajes que he tratado de poner en práctica de forma cotidiana los años posteriores.  

Por lo tanto, me identifico con la espiritualidad ignaciana y he tratado de orientar en ese sentido mis acciones y modo de ser, a veces con éxito, otras no tanto. En términos sencillos, la espiritualidad ignaciana dice que nuestro modo de proceder ha de ser espiritual, y por lo tanto no solo racional o sensible y debe expresar nuestra fe, la sensibilidad con lo humano y nuestro compromiso con la promoción de la justicia, la solidaridad y la reconciliación. Es aquí donde mi ser espiritual y mi ser feminista se juntan. Desde este lugar pienso y actúo contra uno de los sistemas más opresores: el patriarcado.  

Espiritualidad feminista

Somos muchas las feministas con esta experiencia espiritual. Desde los años setenta con la segunda ola del feminismo y hasta hoy se ha desarrollado la espiritualidad feminista y se ha escrito bastante al respecto. Hay que distinguir que los términos “espiritualidad” y “religión” no significan lo mismo. La escritora, investigadora y activista Angie Simonis dice que 

la espiritualidad es el conjunto de acciones y sentimientos que surgen en relación con concepciones sobre lo sagrado, no necesariamente unido a una comunidad religiosa o culto. En cambio, la religión conlleva la obligación con una organización o tradición particular de fe, o también el intento de codificar las experiencias espirituales dentro de un sistema. Mientras la espiritualidad nos conduce a hacernos preguntas sobre el sentido y el propósito de la vida y no tiene por qué estar limitada a ningún tipo de creencias o prácticas en particular, la religión se define como la creencia en la existencia de un poder reinante sobrenatural, creador y controlador del universo, de manera que la religiosidad sería el grado en que se cree, se sigue y se practica una religión. [1]

Según Simonis, el feminismo revolucionó la espiritualidad de las mujeres en la búsqueda de respuestas a la visión tradicional de lo sagrado. El feminismo de la segunda ola cuestionó al Dios varón presentado como el único, el que todo lo puede y todo lo castiga (especialmente lo que tiene que ver con lo femenino y los cuerpos y deseos de las mujeres). La primera ola del feminismo surgió a mediados del siglo XIX. En esa época y en ese contexto social, la religión era vista como un elemento discriminatorio y contrario a la igualdad entre los hombres y mujeres, lo que condicionó que para ciertas teorías feministas las religiones sean incompatibles con la lucha contra el patriarcado. Las religiones son sistemas culturales que han sido históricamente utilizados por los hombres para legitimar y mantener la dominación y la discriminación sobre las mujeres.  

Feministas históricas como la egipcia Nawal El-Saadawi, estiman que todas las religiones son indefendibles, ya que todas están contra las mujeres. Feminismo y religión parecen ser términos contradictorios e imposibles de conciliar. Pero el laicismo de muchas feministas ha posibilitado reivindicaciones espirituales, no solo en los países más secularizados como los latinoamericanos, sino que también en el mundo musulmán, donde feministas como la argelina Wassyla Tamzali creen necesario un ámbito de libertad de conciencia al margen de la religión para que se desarrolle el feminismo.  

Feministas como Carol Christ, Judith Plaskow, Merlin Stone, entre otras, han escrito sobre las consecuencias políticas y psicológicas que las religiones tienen en las vidas de las mujeres, cuya experiencia espiritual ha estado centrada en el Dios masculino y proponen el retorno del símbolo de la Diosa en la espiritualidad feminista porque significa la afirmación del poder femenino y la afirmación positiva y gozosa del cuerpo de la mujer y de sus ciclos, así como de la voluntad femenina que hay que afirmar, en contraposición de la visión de la mujer como pasiva, sumisa y sugestionable ante el mal, visión que motivó persecuciones y asesinatos ya que la espiritualidad femenina fue vista como brujería, herejía y paganismo. 

En las décadas más recientes, el feminismo cristiano ha impulsado cambios que aspiran a reformular las tradiciones religiosas sexistas, misóginas, patriarcales que excluyen a las mujeres y a las disidencias. La teología feminista denuncia la exclusión de las mujeres y las reivindican como sujetos de conocimiento. Junto con las biblistas feministas, las teólogas trabajan en una interpretación no sexista de la Biblia, rastrean las imágenes y simbolismos femeninos de Dios y resaltan el vínculo liberador de Jesús con las mujeres. 

Teólogas feministas como Ivone Gebara, Judith Ress y otros colectivos ecofeministas ven en la ecología una defensa de los antiguos símbolos religiosos femeninos (la matriz, la madre tierra, la conexión entre la humanidad y la naturaleza) y resaltan su sentido positivo. En América Latina un creciente número de mujeres que fueron activistas en las luchas de sus pueblos durante el siglo XX y que se sentían identificadas con la teología de la liberación y sus prácticas, hoy se autodefinen como ecofeministas. 

Una espiritualidad libertaria

Como vemos, hay una pluralidad de feminismos y por tanto una pluralidad en la teología feminista, pero por muy diversa que sea, busca la transformación no sólo de las personas, sino de sus relaciones y de todas las instituciones sociales que nos gobiernan, incluida la eclesial. Es importante resaltar que la teología feminista introduce y visibiliza el cuerpo de las mujeres como categoría de reflexión y de análisis teológico, antropológico social y político.  

Por lo tanto, la espiritualidad feminista es libertaria. Busca sanar la autopercepción, propiciar la reconciliación con nuestros cuerpos y deseos, y obviamente impulsar profundas modificaciones socioculturales que nos acerquen a la autonomía y que se alejen del tutelaje, la mirada culpígena el control absoluto de nuestros cuerpos propuesto por discursos religiosos conservadores.  

La espiritualidad feminista es liberadora, pues parte de la premisa de que todas las personas hemos sido creadas para establecer relaciones libres y recíprocas, sin dominio, ni opresión, ni sumisión, ni exclusión por parte de nadie. Por esto mismo, es holística, porque incluye y reintegra, pues procura visibilizar, acoger y dignificar a todas las personas.  

En la actualidad, la principal tensión de los feminismos reside en cómo mantener la radicalidad del pensamiento y la acción, al mismo tiempo que se incursiona en espacios públicos y políticos más amplios, y se institucionalizan muchos de los postulados feministas como la paridad, los mecanismos de adelanto de las mujeres y las instituciones que permitan una vida libre de violencia y discriminación para las mujeres, así como la democratización de los cuidados. El desafío principal de los feminismos y las feministas hoy es encontrar estrategias adecuadas para articular nuestras luchas con los de otros movimientos más amplios, de mujeres, de la comunidad LGBTQ+, de derechos humanos, de pueblos originarios etc. Estrategias permitan negociar y consensuar las propuestas y agendas que la mayoría de las mujeres necesitan, pero también para impulsar las transformaciones que requiere la sociedad en general.  

Desde la espiritualidad tenemos una gran oportunidad para responder con fidelidad a las preguntas y debates que se mueven entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo marcado por filias y fobias, voces dispares, algunas con deseos de dar pasos atrás. Nosotras, como seres espirituales, como feministas, como ignacianas, ¿cómo vamos a responder a nuestro tiempo? 

Hechas a imagen y semejanza

Teresa Forcades en su libro Historia de la teología feminista nos propone reconocer la teología feminista como una teoría crítica que se desarrolla en tres pasos: el primero, el de reconocer la contradicción y experimentarla; el segundo, el de tomar postura ante ella; y el tercero, encontrarnos con una institución resistente al cambio.  

Debemos reconocer el sufrimiento que sigue generando la Iglesia (las Iglesias) a millones de mujeres porque no reconoce a todos sus miembros de la misma manera. También debemos reconocer que esa subordinación y falta de reconocimiento es la semilla sociocultural que reproduce el machismo y con ello las violencias que sufren las mujeres: la violencia sexual, la violencia reproductiva, la carga de los cuidados, el tutelaje, la cosificación, la violencia política, entre muchas muchas otras. Reconocer que las Iglesias han estado del lado de los movimientos conservadores con el supuesto amparo de “la ideología de género”, ese término inventado para perpetuar la sumisión de las mujeres y combatir a los movimientos feministas y sus logros. 

La precursora Mary Wollstonecraf afirmaba en 1792: “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre ellas mismas”. Sin embargo, uno de los grandes aportes del feminismo y de la teología feminista ha sido reconocer que se trata de un cambio de sistema, el patriarcal, y no simplemente el acceso al poder. Se trata de incorporar otra perspectiva, otra mirada, otra manera de ejercer el liderazgo. Un liderazgo desde la circularidad, la sororidad, a la manera de Jesús, en donde en todo sea amar y servir.  

El feminismo ha reconocido su contradicción. Pasó de ser un movimiento occidental académico de mujeres burguesas a los feminismos donde se acogen las diferencias y vulnerabilidades en un nuevo enfoque: la interseccionalidad. Este concepto fue propuesto en los años ochenta del siglo XX por la abogada afroestadounidense Kimberlée Crenshaw, ante la evidente invisibilidad jurídica de las múltiples dimensiones de opresión vividas por las trabajadoras negras. Este enfoque nos invita a reconocer como se entrecruzan y superponen las opresiones por el sexo, raza, clase, orientación sexual, identidad genérica, nacionalidad, edad, discapacidad, etc., para entender las vulnerabilidades que no sentimos en nuestros cuerpos y entonces dejar de hablar desde nuestros privilegios. 

Las reivindicaciones feministas de igualdad entre hombres y mujeres no solo se han generalizado en espacios como el económico, el político, el cultural y el del conocimiento; han llegado al ámbito religioso y espiritual. Sigamos avanzando porque aún estamos lejos de la igualdad en derechos y de la vida libre de violencia. Mi deseo es que vivamos en libertad y que en libertad ejerzamos nuestros derechos, incluso nuestro derecho a la fe, a creer, a vivir bajo esas creencias y a que nuestra espiritualidad no sea un cúmulo de ideas que nos quitan la cualidad de personas, hechas a imagen y semejanza de Dios. 

[1] Angie Simonis, “La Diosa y el poder de las mujeres. Reflexiones sobre la espiritualidad femenina en el siglo XXI”, Feminismo/s Revista del centro de Estudios sobre la Mujer de la Universidad de Alicante 20 (2012): 10.