El autor, tomando los conceptos de esperanza transformadora, optimismo militante y sueños diurnos del filósofo alemán Ernst Bloch, nos lleva a reflexionar sobre la oportunidad que, tras la pandemia por Covid-19, tenemos para transformar el mundo 

Por José Ignacio Maldonado Baeza, SJ, escolar jesuita 

 

¿En verdad es posible hablar de esperanza hoy? Basta con leer, escuchar o ver las noticias para darnos cuenta de que el mundo está sumergido en guerras, violencia, impunidad, desigualdad, crisis socioambientales, etcétera. Es más, muchas veces nosotros mismos hemos sido testigos cercanos o hemos padecido alguno de estos u otros males que aquejan a nuestra sociedad. Así es que te daría la razón, querida lectora, querido lector, si me tiras de a loco por tratar de convencerte de que, en efecto, no sólo es posible sino necesario hablar de esperanza en nuestro contexto actual. 

Ahora bien, quizás pienses que procederé a hablarte de cosas abstractas o lejanas. Quizás no creas en Dios y no encuentres mucho sentido si hablo de Jesús como portador de esperanza. Así es que te pido una oportunidad pues esta vez te quiero compartir algunos conceptos de Ernst Bloch, un filósofo alemán, ateo, por cierto, que considero muy pertinentes para nuestro contexto. Dichos conceptos son: esperanza transformadora, optimismo militante y sueños diurnos. Solo al final, diré brevemente qué tienen que ver con la vida espiritual y con la vivencia de la fe cristiana.  

Si retomo a Ernst Bloch es porque considero que su filosofía es una filosofía que habla desde lo concreto y está pensada como una reflexión que se encamina a un fin realizable. No es el estereotipado discurso abstracto o lejano que es difícil entender. Además, para hacerlo aún más cercano, lo iré confrontando con algunas cosas que viví en la pandemia y que, probablemente, compartas conmigo.  

Cuarentenas

“Ojalá que pronto termine la pandemia para volver a la normalidad, a mi vida como era antes”. ¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho esta u otra frase similar? Estamos por cumplir tres años de que se detectara el primer caso de Covid-19 en nuestro país. Recuerdo esas primeras semanas, incluso meses, donde reinaba la incertidumbre, el miedo y, por qué no decirlo, hasta las crisis de ansiedad. En esos momentos tuvimos que frenar en seco y hacer un alto. Dicho alto fue más prolongado para algunos que podíamos darnos el lujo de trabajar o estudiar desde casa mientras que muchos otros tuvieron que volver pronto, si es que pausaron, para poder servir desde diversos frentes que van desde los hospitales hasta el repartir alimentos, medicinas o artículos básicos a nuestras casas. 

Recuerdo cómo en aquellos días anhelábamos volver a la normalidad, al mundo de antes. Hoy, poco a poco vamos regresando a la vida cotidiana, a hacer las actividades como antes. Sin embargo, pienso que aún no es tarde para ver la pandemia como una posibilidad de cambio y, sobre todo, de esperanza en este mundo tan herido. Más que nada, porque creo que es una oportunidad para preguntarnos si ese mundo normal, prepandémico, era realmente el más sustentable, el más incluyente, el más amoroso. 

Nuestra vida de antes

Hay que enfrentarlo: nuestro modo de vida normal es insostenible. Se trata de un estilo de vida, al menos en las sociedades occidentales, basado en gran parte en el egoísmo, el individualismo y el consumo. La normalidad implica problemas socioeconómicos, tanto así, que hemos llegado a una crisis socioambiental, como lo recuerda constantemente el Papa Francisco, sobre todo en Laudato Si. La vida a la que estábamos acostumbrados, probablemente desde algún lugar privilegiado, implica calentamiento global, cambio climático, contaminación, desigualdad cada vez más escandalosa, pobreza extrema para millones. 

Pero la pandemia de Covid-19, incluso si asumimos que se encuentra en la recta final, es una oportunidad para cuestionarnos y aprender que es posible hacer algunos cambios en nuestro estilo de vida. No soy ingenuo y no voy a referirme a un mundo utópico imposible de alcanzar. Justo por eso, como mencioné en la introducción, creo que vale la pena retomar a Ernst Bloch pues su obra El Principio Esperanza da luces para enfrentar esta situación. Dicha obra fue escrita y publicada en el contexto de la posguerra, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, por lo que, con sus debidas diferencias, puede aportar algo a nuestro presente. 

¿Esperanza pasiva o esperanza transformadora?

La esperanza puede entenderse de modos distintos. Por un lado, como una espera pasiva en la que pacientemente aguantamos cierta situación, contando los días para volver a lo anterior o anhelando algún premio venidero. Por otro lado, y es una de las propuestas de Bloch que me gustaría retomar, es vivir la esperanza como una oportunidad de transformación social. Por tanto, en el caso de la recta final de la postpandemia, podemos tomar dos actitudes: esperar a que la vida vuelva a ser como antes o darnos cuenta de que tenemos una oportunidad de esperar, pero mirando hacia adelante, pensando en aquello que, realistamente, podríamos transformar. 

Muchas veces la religión ha fomentado una esperanza del primer tipo. No pocas veces hemos escuchado que debemos aguantar esperanzadamente los sufrimientos y las cruces que nos han tocado pues tendremos una recompensa en la otra vida. Sin embargo, considero que Jesucristo no estaría tan de acuerdo con esa interpretación. Más bien, los Evangelios nos muestran a un Jesús preocupado por curar, sanar, incluir y amar en esta vida, en ese Reino que ya ha llegado y está entre nosotros y nos invita a hacer lo mismo. 

¿Optimismo sonriente u optimismo militante?

De la misma manera, hay distintas formas de entender el optimismo. Por un lado, puede ser un optimismo cliché en el que sonreímos a pesar de que la vida nos esté golpeando; un optimismo que nos lleva, nuevamente, a esperar con paciencia y con una alegría, muchas veces fingida, que las cosas cambien o que regresen a la normalidad. Otra forma de entender al optimismo, propuesta por Bloch, es como un optimismo militante. Esta segunda manera implica un optimismo que más que esperar sentados y sonrientes, mira hacia adelante. El hecho de darle el adjetivo de militante realza su carácter transformador y, sobre todo, nos implica. 

Mario Benedetti, en su poema ¿Por qué cantamos?, nos recuerda que “somos militantes de la vida”, por tanto, estamos invitados a creérnosla y a caminar, no desde el pesimismo que nos dice que las cosas así han sido o que las cosas no pueden cambiar, sino desde el optimismo militante que nos invita a mirar que los cambios y la transformación son posibles, pero que cuenta con nosotros para lograrlo. 

Soñar despiertos

El último concepto de Ernst Bloch que quiero compartir contigo es el de sueños diurnos, es decir, la invitación a soñar despiertos. Se trata de atrevernos a creer en una utopía, pero anclada en la realidad. No se trata de sueños abstractos o lejanos que, muchas veces, ni nosotros mismos los creemos. Más bien se trata de atrevernos a soñar sueños que partan de la realidad y que nos muevan a transformar. Nuevamente, tomando en cuenta que nuestra participación es indispensable para llevarlos a cabo. 

Más peligroso aún es vivir sin sueños, creyendo que no hay alternativas o, por el contrario, soñar, pero de forma egoísta o individualista. La publicidad es experta en manipular nuestros deseos y hacernos soñar con cosas materiales, vendiéndonos la idea de que, consumiendo, llenaremos nuestros vacíos y seremos felices. La realidad es que eso no pasará. Por ello te invito a que nos atrevamos a soñar despiertos, a asumir esos sueños diurnos que nos llevarían a transformar la sociedad mediante un trabajo colectivo. 

¿Qué me enseñó la pandemia?

Hasta aquí con los conceptos teóricos. Quizás pueda parecerte que se escucha muy bonito, pero que no ha de ser tan fácil. Pues te tengo una buena noticia: la pandemia nos enseñó que no es así y puede darnos elementos para soñar despiertos, con un optimismo militante que nos llene de una esperanza transformadora. 

Aunque muchos tuvimos que pasar por momentos dolorosos durante la pandemia, éstos nos pueden dar pistas para caminar hacia adelante y cuestionarnos si realmente queremos volver a la normalidad, a nuestra vida de antes, o si nos atrevemos a soñar despiertos. He aquí algunas de las enseñanzas que me dejó la pandemia. Quizás compartas algunas de ellas. 

En primer lugar, la pandemia me ayudó a valorar lo verdaderamente valioso. Al ver mi vida y la de mis seres queridos en riesgo, la valoré más. Aún recuerdo aquella sensación de hablar con la gente que quiero y no saber si era la última vez que hablaría con ellos. Entonces, la pandemia me enseñó a valorar a las personas, empezando conmigo mismo. Vivir esa situación me ayudó a no guardarme nada para mañana, a decir te quiero a quien sentía que debía decirlo o a perdonar. 

Eso está ligado a una segunda enseñanza muy importante: aprendí a asumir y a reconciliarme con mi vulnerabilidad. No me gusta que los demás me vean débil o necesitado, ni depender de los demás o pedir ayuda. Sin embargo, el coronavirus me puso contra las cuerdas: soy tan frágil y vulnerable como cualquiera y el virus puede afectarme. Además, al estar contagiado, tuve que aceptar, con gratitud y humildad, la ayuda de mis compañeros de comunidad. Sin ellos, no hubiera podido comer, descansar y recuperarme. Y, al mismo tiempo, me di cuenta de que, solo cuidándonos entre todos, podríamos ayudarnos mutuamente a detener la escalada de contagios. Sobre este tema, recomiendo un maravilloso texto titulado Vulnerables. El cuidado como horizonte político.  

Además, durante los primeros meses de pandemia, los centros comerciales cerraron. Esa fue una gran oportunidad para darme cuenta de que no necesito todo aquello que creía indispensable. En esos días, con tener comida y artículos de primera necesidad bastaba. Era impensable arriesgarse para ir a comprar algo secundario o superfluo. Valía más cuidarnos que cumplir esos caprichos. 

Finalmente, la pandemia me llenó de esperanza al ver tantas y tantas muestras de solidaridad. Los primeros meses me tocó vivirlos en Ciudad Guzmán y fui testigo de la generosidad de tanta gente que permitió apoyar a los más necesitados a causa de la pandemia. También pude ver cómo muchos de nosotros, en más de una ocasión, hemos dado nuestro tiempo para cuidar y atender a otros. También me resulta muy valioso que muchos nos atrevimos a compartir nuestros sentimientos y a vivir en comunidad los momentos de miedo, ansiedad o duelo. 

Por lo tanto, como podrás ver, hay muchos elementos para soñar despiertos y caminar viviendo esta esperanza transformadora desde un optimismo militante. Que esta pausa forzada en nuestras vidas nos ayude a transformarnos para pensar un mundo y una vida diferentes, con esos pequeños, pero poderosos cambios que aprendimos en la pandemia. Podemos seguir soñado en regresar a nuestros privilegios individuales o, por el contrario, asumir esos sueños diurnos que nos llevarían a proponernos salir mejores de esta pandemia, a transformar la sociedad mediante un trabajo colectivo. 

Conclusión

Podemos enfrentar esta situación histórica de dos maneras: anclados en el egoísmo, desde un optimismo vacío y sueños egoístas que miran hacia atrás y buscan volver a los privilegios perdidos o desde un optimismo militante, basado en sueños diurnos que llevan a la transformación. Podemos aspirar a volver a nuestra vida anterior, a fingir que todo va a estar bien o, por el contrario, vivir un optimismo que, en medio de esta situación complicada, sea un elemento anticipador que nos mueva a ser mejores seres sociales. 

Considero que estos últimos tres años nos han cambiado. Nos han enseñado a valorar la vida, a valorar a los seres queridos, a valorar lo que es importante. También propiciaron que asumiéramos nuestra vulnerabilidad y a sabernos necesitados de los demás, valorando el cuidado comunitario. Igualmente nos dimos cuenta de que podemos perder el miedo a pedir ayuda y que, si nos lo proponemos, podemos salir de nuestro propio interés para solidarizarnos y actuar en comunidad. Sin lugar a duda, la pandemia nos enseñó a valorar lo necesario frente a lo superficial. 

Y todo esto, lo creas o no, tiene mucho que ver con nuestra espiritualidad y con la fe cristiana. Jesús, que quiso encarnarse y que fue un niño frágil y vulnerable, nos invita a abrazar nuestra propia vulnerabilidad y a valorar a nuestra comunidad, a pensar desde un nosotros y no desde el yo y los otros. Jesús nos enseña a valorar lo verdaderamente esencial y, con sus acciones, nos recuerda que el amor es lo más importante y, si fuera el parámetro de nuestras acciones, todo cambiaría. Jesús no enseña que lo verdaderamente importante no está en las cosas materiales. Finalmente, Jesús nos invita a seguirlo, amando y sirviendo en todo lo que hagamos, para que el Reino, ese mundo justo y amoroso, sea una realidad aquí y ahora, caminando con esperanza, aun en contextos tan complicados como el que vivimos, con la certeza de que es la vida, y no la muerte, quien tiene la última palabra. 

Por lo tanto, estamos ante una oportunidad para transformar el mundo. ¿Vamos a aprovechar esta oportunidad o la vamos a dejar pasar de largo? ¿Qué diremos a las generaciones futuras cuando nos pregunten sobre la pandemia de Covid-19? Estamos frente a una gran oportunidad para transformar el mundo, ¿la tomas o la dejas?