Rossana Reguillo fue nombrada hace unos días investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores de México. Aunque su trabajo ha abarcado diferentes temas, en el fondo, dice, “lo que me ha interesado siempre es desnudar el poder, perseguirlo donde se muestra” 

Cuando Rossana Reguillo entró a trabajar al ITESO ya había sido profesora de algunas personas que después, por esos vericuetos que suelen tener los caminos de la vida, habrían de ser sus profesores de licenciatura. Luego, porque así lo permitían entonces los procesos, estaba en la fila del Sistema Nacional de Investigadores incluso antes de haber terminado su doctorado en Ciencias Sociales. Hizo tres tesis para obtener distintos grados en diez años, y su curiosidad se ha movido desde la organización de la biblioteca hasta desenmarañar los hilos que se tejen y enredan en las conversaciones digitales, ya no se diga en los temas que han motivado sus investigaciones.  

Hace unos días, Rossana Reguillo fue nombrada investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores, un reconocimiento a lo que ella describe como “una trayectoria que no ha sido lineal, pero sí muy divertida”. 

Según su sitio web, el Sistema Nacional de Investigadores (SIN), del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), fue creado “para reconocer la labor de las personas dedicadas a producir conocimiento científico y tecnología”. Está organizado en tres niveles, a los cuales las y los investigadores van accediendo según sus trabajos de investigación. Aunque el nombramiento como investigadora emérita no es propiamente un nivel más, sí representa “llegar al último peldaño en un sistema que premia y reconoce tu trabajo”, comenta Reguillo y añade que llega a este punto “muy contenta, satisfecha y cansada. Es como un cierre a una producción intensa que ha tenido buena aceptación en diferentes comunidades académicas”. 

Al recapitular su paso como parte del SIN, recuerda que ingresó como candidata en 1994, cuando le faltaba un año para obtener su grado como doctora en Ciencias Sociales. Cuando lo obtuvo, ingresó al nivel I. Califica su ascenso como “rápido”, por lo que pronto fue aceptada en el nivel III, el más alto. 

La académica del ITESO explica que su interés investigador nació en la biblioteca de la Universidad, donde pasó, dice, citando a Carlos Luna, “de la ignorancia vaga a la ignorancia específica”. Y la explosión llegó cuando fue a una exposición punk. Ahí, entre peinados de picos, ropa negra y estoperoles, nació su necesidad de entender. Comenzó entonces una ruta de trabajo que ha pasado por las culturas juveniles y sus consumos culturales, pero también indaga en cómo las violencias afectan a la sociedad y, en el tiempo más reciente, en la manera en que se relacionan y articulan las diferentes comunidades en las redes sociodigitales.  

“No trabajo por temas, sino que es un proyecto a largo plazo. Lo que me ha interesado siempre es desnudar el poder, perseguirlo donde se muestra, y siempre muestra todo su poder en las poblaciones precarizadas”, dice la autora de Necromáquina. Cuando morir no es suficiente (NED/ITESO, 2021), su más reciente libro en el que explora los diferentes mecanismos de violencia que han golpeado al país desde 2006, con la declaratoria de guerra al narcotráfico por parte del expresidente Felipe Calderón. 

El alcance de sus investigaciones la llevó a tejer redes con otros investigadores de Latinoamérica; de España, y el movimiento del 15-M; de Estados Unidos, y el movimiento Occupy Wall Street. De la relación con sus pares en el vecino país del norte, recuerda que después del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, hubo “una persecución brutal contra las comunidades académicas. Organizamos un grupo de pensadores latinoamericanos para ofrecer solidaridad a los académicos. Fue la primera vez que se hizo algo parecido”. Y enfatiza su relación con investigadores como Jesús Martín Barbero, el teórico español que se avecindó en Colombia desde 1963, y con el argentino Néstor García Canclini. 

El recuento, por supuesto, no puede dejar fuera al ITESO, cuyo apoyo “ha sido fundamental”. Comparte que ha estado presente en todos los cambios importantes de la Universidad, a la que describe: “Es mi casa académica. Me ha permitido crecer y trabajar”. 

FOTO: Luis Ponciano