Durante la segunda sesión del ciclo “Diálogos sobre el acompañamiento al estilo ignaciano” se abordó el tema de cómo darle este enfoque al acompañamiento psicoafectivo.
Para acompañar a alguien es necesario saber escuchar y saber guardar silencio. Reconocer signos. Generar confianza y confiar. Guiar al otro en la búsqueda de sus propias respuestas. Tener experiencia y formación. Y si se quiere que este acompañamiento tenga estilo ignaciano, entonces es necesario ver a Jesús en el otro y buscar el bienestar del prójimo. Esas son algunas de las ideas vertidas durante la segunda sesión del ciclo “Diálogos sobre el acompañamiento al estilo ignaciano”, que se realizó el jueves 17 de mayo en el Auditorio W del ITESO y que tuvo como tema «Acompañamiento psicoafectivo al estilo ignaciano».
En la actividad se contó con la participación de María Eugenia Villaseñor, del Departamento de Procesos Tecnológicos e Industriales, Jorge Alberto Martínez, del Centro de Acompañamiento y Estudios Juveniles, y Juan Carlos Joya, Centro Universidad Empresa, quienes respondieron a las preguntas iniciales planteadas por Noemí Gómez, del Departamento de Psicología Educación y Salud, quien fue la encargada de guiar la charla, que comenzó por intentar definir qué es el acompañamiento psicoafectivo.
Jorge Alberto Martínez señaló que, para construir la definición, partía de entender el acompañamiento como “ir con alguien a algún lugar” y lo psicoafectivo como “caminar en el mundo interior del otro”. Y esto, añadió, “es algo que hacemos todos los días, aun cuando no nos demos cuenta”.
Por su parte, María Eugenia Villaseñor, retomando una idea planteada por Alexander Zatyrka en la primera sesión, dijo que “acompañar no es dar una metodología o una serie de pasos, sino proponer posibilidades y mostrar alternativas para tomar decisiones”. Para rematar, Juan Carlos Joya señaló que acompañar es “estar con el otro y ayudarlo al autoconocimiento”.
Los tres participantes coincidieron en que, si bien es importante la formación académica del acompañante, era todavía más importante la experiencia de encuentro con el otro y saber diferenciar las necesidades que tiene cada persona que busca acompañamiento. Respecto a las manera de despertar confianza, sobre todo cuando se tiene el tiempo encima por, por ejemplo, la duración del ciclo escolar, la invitación fue a profundizar la relación con el otro, conocer sus motivaciones para hacer las cosas, establecer vínculos y buscar las llaves para provocar esa confianza.
¿Y qué le da el toque ignaciano a un acompañamiento psicoafectivo? Juan Carlos Joya fue claro: al ser lo ignaciano un asunto cristiano, lo primero que se requiere es creer y ver a Jesús en el otro. Esto, dijo, “cambia la perspectiva y permite recuperar la esperanza en nosotros. Ayuda a buscar más amor, más fe, más paz y más libertad”.
María Eugenia Villaseñor señaló que el sello ignaciano lleva a “buscar el bienestar del próximo”. Por su parte, Jorge Alberto Martínez intentó desligar el asunto religioso —“se me ha desdibujado la diferencia”, mencionó— y dijo que es algo “muy parecido a lo que se hace en la terapia con un enfoque humano. El silencio es muy importante porque quita ruidos y nos permite escuchar la voz de verdad, que busca amor, paz, etcétera”.
En la ronda de preguntas y respuestas se cuestionó sobre la pertinencia de que el C-Juven compartiera información con los coordinadores de carrera y cómo hacerlo sin violar la confianza del alumno, pregunta que todos coincidieron en que era muy difícil de responder ya que es un tema sensible y delicado porque, para empezar, podría servir para etiquetar a los alumnos.